Luego de unos minutos que parecieron una eternidad, el hombre se marchó. Doña Lola se persignó y no dejó de pedirle perdón a San "Juditas" Tadeo por haber tirado su imagen de bulto cuando no le hizo el milagro de quitarle lo borracho a su hijo "el Miguel". Yo le platiqué a mi mamá la situación, y ella siendo tan religiosa, me habló de la parábola del hijo prodigo y del perdón, de las segundas oportunidades; no me recomendó amistarme con el mariguano, pero sí ser más tolerante. Doña Lola que siempre se había jactado de su increíble sazón, y decía que sus clientes una vez probando su comida, no la podían dejar; se arrepintió de sus dichos, pues así pasó con aquél, no demoró mucho en regresar. Esta vez yo me encontraba haciendo tortillas, pues la dueña creía que al hacer la tortilla al momento, el taco se disfrutaba mejor. El mariguano me veía atento como apretaba y echaba sobre el comal las bolas de masa aplastadas, y tras unas volteadas se transformaban en antojosas tortillas. "Ya te la sabritas, chavo" me dijo de pronto. Yo sonreí y respondí: "Sí, la práctica". Después me preguntó cuánto llevaba ahí y la plática empezó. La gente comenzó a llegar de repente y no supe en qué momento exacto se fue. En cuanto regresamos a la calma, doña Lola me advirtió que no anduviera sacándole plática al mariguano, que procuráramos despacharlo lo más rápido posible, no lo quería cerca de su negocio, atrayéndole "malas vibras".
Pero entre más lejos lo quería, aquél más visitaba el puesto. Y los chismes no paraban. Doña Lety, otra de las vecinas, nos contó que doña Rosa, su mamá, siempre le pasaba quejas a doña Lupe: "Lupe dile a tu muchacho que no haga tanto ruido de noche. ¡Son las doce, una de la mañana! ¡Y la quejadera y la pujadera! No me espanto, pero tampoco quiero estar oyendo tanta cochinada. Vente un rato a platicar conmigo, y déjale la casa de día para que haga sus cosas. ¡De puro milagro no te ha hecho abuela, mujer!". Doña Rosa le echó la sal, porque a los pocos meses, embarazó a una chica con la cual tuvo dos hijos, un niño y una niña, a quienes doña Lupe había procurado hasta que ambos se hubieron casado.
Un día, el mariguano le preguntó a doña Lola desde las afueras de su casa, que estaba en la calle frente a donde nosotros vendíamos, si todavía tenía chicharrón. Ella respondió que no para quitárselo de encima. "¿Qué le queda?", preguntó, pero de inmediato continuó, "Bueno, mejor ahorita voy". Aquella queriendo evitarlo a toda costa, rápido le preparó dos tacos de chicharrón con arroz y me dijo: "¡Ten!, ¡llévaselos! Para que no venga. También llévale el refresco. Platícale tantito, así si quiere más, vengas tú por el taco, hoy no lo quiero ver aquí, hoy no traigo tanta paciencia". La puerta de su casa se abrió, entonces me tuve que cruzar corriendo la calle, me vio acercándome a él y lo vi que se empezó a sonreír maliciosamente mientras me veía correr, no me gusta hacerlo, porque como se lo mencioné al principio, soy gordito y todo se me mueve, más las chiches que las tengo grandes, como de mujer. Al verle esa cara, yo pensé: "¡Pinche mariguano!, ya se está burlando de mí el muy cabrón". Pero lo que le dije fue muy distinto: "Le rascamos a la cazuela y salieron dos tacos, tome y le traje el refresco para que no camine".
El mariguano me sonrió complacido. "¡Qué chido carnal! ¡Eres la banda!", al entregárselos y entre que me daba el dinero, rozamos las manos y yo sentí una vibra bien intensa, como una descarga eléctrica; la piel se me puso chinita y los pezones duritos, incluso la berenjena se me alborotó, la traía algo tieza. Yo sabía que me gustaban los hombres, pero no los mariguanos. Estuve muy incómodo desde entonces, temiendo que aquél sujeto se fuera a dar cuenta de mi inconveniente estado. No obstante, la comida lo entretuvo por completo hasta sentirme tranquilo de nuevo. "Si no se le ofrece, nada más...", comenté. "No, chido carnal. Y deja de hablarme con tanto respeto, ni que fuera tu abuelo". Entonces reparó en mí con atención, "Al contrario, fáltamelo", enseguida se empezó a reír, y yo siendo güerito, debí ponerme un poquillo rojo por su declaración; entonces se sacó una moneda de 5 pesos y me la dio. "Toma, te lo ganaste, papi". Y ese "papi" provocó un descoloque tremendo en mí, todas las reacciones que ya había controlado antes, se dispararon. Le sonreí nervioso y volví al puesto de doña Lola.
YOU ARE READING
Por Inbox
Non-Fiction* Una selección de historias homoeróticas, candentes, ardientes... * Experiencias personales e íntimas de gente común... * Adaptadas y revisadas por mi pluma 🖋️ mágica ✨.
INBOX #2
Start from the beginning
