Ari terminó de desayunar lo más rápido posible y se retiró al mismo estudio donde habían estado trabajando el día anterior.

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Era casi el mediodía y Ariadne había terminado con casi todo lo que Kassie le había enviado, que era inusualmente poco. Había imprimido todo lo que Trevor tendría que revisar por sí mismo y firmar para que luego ella pudiese escanearlos y mandarlos de vuelta.

Sabía que, de nuevo, estaba sola en la casa, porque Trevor no contaba, no parecía que fuese a levantarse nunca. Y prefería que así fuera, si no estaba presente, no tenía que recordar la noche anterior y todo era mucho más fácil.

Pero no tuvo tanta suerte, estaba acomodando todo y ordenando la última pila de papeles cuando su jefe cruzó el umbral inundando toda la sala con su perfume.

—Buenos días, señor. —Dijo casi sin mirarlo, si no podía dejar de sentir su delicioso aroma, iba a evitar mirarlo. Se había bañado, tenía el cabello húmedo y la camiseta ajustada le quedaba a la perfección. ¿Por qué no podía ser feo? ¿Por qué no podía tener veinte kilos de más? ¿O quizá medir veinticinco centímetros menos que ella? Eso definitivamente funcionaría.

Trev frunció el ceño y caminó despacio hacia ella, viendo como seguía ordenando como si él no estuviese presente. Los hechos de la noche pasada estaban muy confusos, recordaba haber tomado la horrible decisión de entrar al bar, y después de eso todo había ocurrido tan rápido que era borroso. Ni siquiera recordaba cómo había llegado a su casa ni a su cama.

Tenía una resaca espantosa, y le dolía todo el cuerpo. Además, era mediodía. ¡Mediodía! Había dormido toda la santa mañana, y en su nueva vida, eso era aborrecible.

—No me despertaste —dijo con una pincelada de desaprobación.

La respuesta de la joven no se hizo esperar. —Creí que preferiría dormir, señor.

Trev conocía bien ese tono afilado por parte de las mujeres. Todas lo utilizaban en algún momento, sin importar lo diferentes que fueran. Y lo que también era una verdad universal, era que cuando eras el obvio destinatario de esa expresión, algo habías hecho mal.

No le costó deducir que algo había ocurrido la noche anterior, pero por más que lo intentaba no podía recordar qué. ¿Habría hablado de más? ¿O cometido alguna imprudencia?

—Aquí dejo todo lo que tiene que releer usted. Necesitan su firman. Las tres primeras son las más urgentes, las demás, no tanto. —Explicó ella ante su silencio—. Ahora, si no me necesita, iré a tomar mi almuerzo. Mi trabajo aquí ha terminado por hoy.

Esperó una respuesta por su parte, pero Trevor no había oído ni una palabra relacionada al trabajo y seguía dando vueltas en su cabeza con respecto a la noche anterior. Tenía sus ojos fijos en ella y los brazos cruzados sobre el pecho.

—¿Puedo ir a almorzar, señor? —Repitió más molesta aún.

Trev quiso bufar. Tenía que ser grave, la situación era crítica y a la vez de lo más graciosa. Ella era bastante graciosa cuando estaba enojada y lo demostraba.

—Sí, sí. Ve, por favor. No quiero atrasarte más —musitó finalmente pensando en que si se quedaba solo, tal vez lograría algún avance.

Ari no perdió tiempo para huir, y él se quedó en soledad, sentado en el sofá con las piernas estiradas hacia adelante.

Tampoco funcionó.

Tendría que recurrir a la segunda opción. La menos agradable: preguntar.

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Lo que ocultan las cerezasWhere stories live. Discover now