Me daba mucha pena que el papá me viera así, porque hasta el último momento había insistido en acompañarme por su sobrino. Sin embargo, un repentino imprevisto en su trabajo me salvó el pellejo. Mario salió de la sala de espera cargando una mochila al hombro, deduje que no se quedaría por mucho tiempo. Primero lo observé detenidamente: es muy alto, casi un metro con noventa, delgado y de piel blanca, facciones finas y en proporción adecuada. Era como un niñote, su peinado muy a la usanza de las escuelas y sus gafas transparentes. Parecía buscar al tío. Le hice señas con la mano y me acerqué a él. La cara que puso no la puedo olvidar, en ese instante inevitablemente me devoró con sus ojos negros, sentí como recorría mis formas; me conozco muy bien ese tipo de miradas. Me presenté, apenas le mencioné mi relación con la familia, él cambió su actitud alegre y desgarbada a una más seria y formal.

No me ofendió que me considerara su adversario, o alguien no confiable, porque al final yo estaba actuando según me lo había pedido Mayte. Sin embargo, fuimos platicando y conforme nos íbamos conociendo, dejé atrás cualquier intención de engañarlo o perjudicarlo. Le pedí si me acompañaba a recoger a mi hermano Rodrigo a la terapia que tomaba. Me respondió no tener inconveniente alguno, y si yo lo prefería, él podría tomar un taxi sin ningún problema. Me negué a ello aludiendo al compromiso que tenía con su tío. Mario no insistió más.

Llegamos por mi hermano. Tenía un poco de temor, porque desde el accidente de coche que sufrió, Rodrigo ya no era el mismo; el tiempo y la ineficacia de todos los tratamientos recibidos para recuperar la movilidad de sus piernas, lo habían ido amargando; era un grosero. Sin embargo, fue como si Mario lo intuyera y con su natural forma de ser, logró conectar con él de una manera muy particular, a través de "echarse carrilla". No le voy a repetir cuánto se dijeron en aquel primer encuentro porque los dos terminarían funados. Pero llegó el momento en el cual yo sólo los escuchaba platicar como dos grandes amigos.

Mario resultó ser increíble: inteligente, amable, simpático, y súper alivianado. Terminamos comiendo tacos en un puesto callejero, porque uno de sus amigos se los había recomendado. Incluso mi hermano, siendo tan melindroso, comió. Lo acompañamos a su cita en el registro civil, pues estaba arreglando el quitarse la segunda doble ere en su apellido "Barrerra". "¡Güey! Me han hecho chingos de burla y ya estoy harto", le confesó a Rodrigo. "Quiero solucionar esta bronquilla porque voy a tramitar el pasaporte, unos amigos míos, de toda la vida, se casan en McAllen para septiembre. Soy el padrino y no puedo faltar. Además esos cabrones son los que más se han burlado de mi doble ere. Ahora que viven allá, imitan el acento de los gringos y me dicen "señor barrerra", pero ya sabes acentuando el mal pronunciamiento para evidenciar la ignorancia del secretario o secretaria del registro civil".

Rodrigo nos acompañó casi todo el día. Lo dejamos después en mi casa, cuando debimos reunirnos con el papá de Mayte. Cenamos con él. Me sentí mal porque hasta ahora con todos se había comportado naturalmente, menos conmigo; se reservaba. Ya no tuve que llevarlo al departamento que su amigo, el de la recomendación de los tacos, le prestó. Y ambos nos sentimos aliviados, nos esforzábamos mucho en presencia del otro. Quizás no lo hubiera visto más, pero su relación con Rodrigo se mantuvo. Al día siguiente, me enteré por mi mamá que aquellos pasaron juntos todo el día. Me dio gusto, pero también sentí un poco de celos. Esa semana me fui enterando de detalles y cosas por medio de mi mamá. Ella estaba feliz porque veía mejor a su hijo mayor, "menos amargado". Para el sábado se planeó una cena en donde se quedaba el primo de Mayte. Desde luego, yo no fui invitado; mas mi hermano sí.

Todo bien, el inconveniente ocurrió cuando se me encomendó llevarlo; siempre uno de los tres lo acompañaba cuando salía, lo cual era en muy raras ocasiones; y por lógicas razones, esta vez yo tenía que llevarlo. Llegamos y mientras sacaba las muletas de la cajuela, Rodrigo me extendió la invitación a quedarme. Estaba por negarme cuando escuchamos la voz de Mario, quien lo retaba a "echarse unas carreritas"; cargaba unas bolsas y venía acompañado por una mujer bastante atractiva. "Es Claudia, una de mis mejores amigas. Ella fue la organizadora de todo esto", declaró al presentárnosla. Me percaté, que entre dientes y miradas, él le advirtió sobre mí. "Está muy bien", respondió ella, y enseguida me convidó a unírmeles en la velada,

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