CAPÍTULO 17(PARTE II)

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Eric soltó el pesado cajón que estaba cargando y sacudió la tierra que tenía en las manos, ignorando el dolor que sentía en su pierna todavía sensible por la herida que se había hecho, como silenciaba sus emociones a duras penas.

Llevaba desde muy temprano trasladando la carga del barco hasta uno de los almacenes cercanos al muelle y no se había querido mover del lugar, empecinado en mantenerse lejos de Kings Harrow House.

Había sido débil, otra vez lo había vencido el deseo y las ansias que le provocaban Lilian Lovelace. Se sentía miserable y ruin, malvado y detestable. La había besado como si no hubiera un mañana, y por poco no había llegado más lejos todavía.

A punto había estado de seducirla allí mismo, contra un árbol y con media docena de testigos a poca distancia. Después le había permitido conocer sus demonios, y la había lastimado de nuevo.

Jamás se borraría de su mente su mirada dolida al oírle decir que se alejara. Aun así, sabía que había hecho lo correcto. Que su amor por ella era tan grande que prefería apartarla de su lado para que no terminara sufriendo más todavía.

Estaba claro que haber regresado había sido un pésimo error. No podía confiar en su autocontrol y en su fuerza de voluntad en lo que a la dama se refería.

Llevaba demasiado tiempo deseándola, adorándola, y ya no podía estar cerca sin intentar hacerla suya y coartarle esa libertad que él tanto defendía para sí mismo.
Sabía que ella lo deseaba, y que era cándida y apasionada, que bastaría que él moviera los hilos indicados y la tendría, arruinándole toda posibilidad de elegir un buen futuro.

Eric prefería terminar él mismo con su vida antes que hacer algo que la dañara, y por eso ni bien había podido, se había dirigido al barco de Weiss. Ocupaba los días colaborando con el traslado de la mercancía desde el amanecer hasta que caía el sol y el cansancio lo hacía caer rendido, buscando cualquier cosa que lo distrajera de sus tormentosos pensamientos.

Así evitaba tener que recordar el sabor de los labios de lady Lilian, la suavidad de su piel, la dulzura de su aroma, y su repuesta desinhibida ante su toque. Tenía que parar, terminar con todo antes de que ella fuera perjudicada y acabara odiándole, despreciándolo como lo había hecho su padre.

—Milord.

Eric levantó la cabeza y vio al primer oficial de Weiss detenido a unos pasos.

—Lo busca una dama.

Él se tensó. No podía haber cometido la locura de buscarlo allí. El puerto no era lugar para una dama como ella; de hecho, no era sitio para ninguna mujer.

—¿Dónde está? —preguntó, dejando la caja a sus pies.

—Dentro del carruaje. Le dije que no era conveniente que lo esperara fuera.

—Gracias. Manda alguien que me reemplace aquí —dijo Eric, y se encaminó hacia donde se solían estacionar los carruajes.

Reconoció el blasón de su familia y al coche también. El cochero estaba junto a la puerta, custodiándola, y él le hizo un asentimiento para agradecerle antes de que el criado le abriera la puerta.

Eric subió y miró a la dama, conteniendo un suspiro de alivio.

—Me alegra verte bien. Me tenías preocupada —exclamó su madre en cuanto Eric se sentó frente a ella y la puerta se cerró.

—No hacía falta que vinieras, madre.

—Claro que sí. No has regresado a la casa. Quería cerciorarme de que te encontrabas en buen estado.

Eric no la contradijo. Se temía que la marquesa viuda había pensado que se tiraría a beber sin parar.

—Estoy trabajando —murmuró incómodo.

—Está bien, no quiero importunar. Sabía que no irías si te mandaba llamar, así que, decidí venir. Lo que tengo que decirte no puede esperar.

—¿Qué sucede? ¿Está bien Felicity? ¿Es el embarazo?

—Sí, sí, Felicity está perfecta.

—¿Entonces? ¿Qué es tan urgente?

—Ha venido el señor Craig y pidió hablar con Benjamin.

Eric se echó hacia atrás, sintiendo que un nudo se le atravesaba en la garganta.

—¿Y qué tiene de importante eso? —cuestionó, aparentando la mayor tranquilidad que pudo.

Arabela elevó una ceja y lo miró de aquel modo que de niño lo hacía estremecer y confesarle todos sus delitos.

—Ha venido a pedirle matrimonio a lady Lilian. Habló con la joven y al parecer ella lo aceptó.

Eric cerró los ojos, y el mundo se derrumbó a sus pies. Ya no intentó fingir que no le importaban esas noticias. Dolía demasiado como para poder lograrlo. Ni el mejor actor podría hacerlo.

—¿No dirás nada? —insistió Arabela.

A Eric no le pasó desapercibido que en su mirada brillaba la compasión. Ella sentía lástima de su miserable hijo.

—¿Qué quieres que te diga? Lady Lilian es libre de casarse con quien elija —repuso con tono sombrío.

Arabela suspiró y bajó la vista. Durante unos segundos guardaron silencio, y la dama retorció sus dedos con nerviosismo.

—Esto es por él, ¿no? —murmuró con voz quebradiza.

Eric la miró con expresión interrogante.

—Es por tu padre, ¿no es así? Él te lastimó a tal punto que te hizo creer que no mereces nada, que no puedes ser amado ni amar a su vez.

Él tragó saliva. No quería hablar de su padre ni tener esa conversación que tanto tiempo habían postergado. Sería la gota que colmaría el vaso de su desolación.

—Madre, eso ya no importa.

La marquesa asintió con expresión amarga.

—Sí, sí importa. Porque los desprecios que sufriste en tu niñez han causado todo esto. Tu padre tiene la culpa, y yo también. Debí hacer algo más para cuidarte, para mantenerte a salvo de su crueldad.

—No podías hacer nada, él tenía sus razones, y yo sobreviví a sus desplantes. Es agua pasada.

—No es pasado cuando afecta a tu presente. Desde el día en que dejaste de tocar el violín, supe que él había hecho algo que terminó de romperte, que te robó la alegría.

Eric sonrió con tristeza. Los recuerdos del pasado se acumularon en su interior y trató de ahuyentarlos.

—Dime, hijo. Dime qué causó que te resignaras a tu pasión por la música, que huyeras de aquí en cuanto tuviste la edad suficiente. Qué hizo para que te prohibieras la felicidad.

—Nada, madre. Solo me dijo la verdad.
Arabela abrió los ojos y los labios le temblaron.

—¿Cuál verdad?

Él soltó el aire con pesadez. Ya no podía continuar callando, llevando el peso de ese secreto.

—Fui a verlo a su habitación cuando tuvo la primera recaída, un año antes de que muriera. Estaba bajo el efecto del láudano, y cuando me vio comenzó a gritar…

Arabela se cubrió la boca con las manos y empezó a sollozar.

—¿Qué te dijo? Apenas eras un niño.

—Que era un bastardo, una vergüenza, el fruto del pecado. Que me sacaran de su presencia o me escupiría, y que viviría siendo un músico muerto de hambre como mi padre porque tocaba tan mal como él. Que no era ni sería nunca un Rochester y se encargaría de que no heredara nada suyo.

Su madre empalideció y lloró con fuerza. Eric no soportó verla sufrir, y se inclinó para abrazarla.

—No puedo creerlo. Nunca entenderé cómo alguien puede ser tan ruin —dijo entre sollozos—. Lo siento tanto, hijo, lo lamento demasiado.

—Ya madre, tranquila… Ya es pasado. Sus palabras solo sirvieron para liberarme de él, del deber de complacerlo y lograr que me aceptara. Después de ese día, fui libre.

Arabela jadeó, contuvo el llanto, y se separó de él para tomar su barbilla y mirarlo con seriedad.

—Hijo, escúchame. Él te mintió, te hirió para vengarse de mí porque sabía cuán importante eres para mí. Tú eres un Rochester, eres su hijo. Puedo jurártelo por lo más sagrado, por la vida de mis hijos, y que me muera yo ahora mismo si estoy mintiendo.

Eric se tensó y la escrutó atónito.

—El marqués, él me…

—Él era un hombre despreciable y cruel y, sobre todo, demasiado terco. Me dejaba largas temporadas sola aquí en Bristol. Un día regresó y me encontró aprendiendo un instrumento con un joven profesor, y se le puso entre ceja y ceja que lo había engañado. Echó al pobre hombre y le hizo propinar una paliza.

Eric alzó ambas cejas.

—¿El profesor había intentado seducirte? ¿Tú le correspondías?

Arabela soltó su barbilla y se sonrojó. Se limpió las mejillas usando un pañuelo de seda que él le extendió.

—En cierto modo le dejé que coqueteara conmigo. Era joven y me sentía sola, pero jamás, óyeme bien, jamás engañé a tu padre. Lo cierto es que, a pesar de todos sus maltratos, yo amaba a William. Era mi esposo.

—¿Y qué sucedió?

—Supe que estaba embarazada de ti, y fui feliz. Creí que eso nos uniría al fin, que serviría para que se quedara más tiempo en casa con Benjamin y conmigo.

—Y él no lo tomó bien…

—No, se volvió loco del todo. Insistió en que solo habíamos intimado una vez antes de que volviera a marcharse y que yo no podía estar encinta de él. A partir de ese momento me abandonó aquí, y se llevó a Benjamin con él, volvía esporádicamente, pero no quería saber de mí.

Eric oyó el relato sintiendo que el dolor en su corazón que siempre lo había acompañado empezaba a desaparecer. Había crecido pensando que no poseía nada, ni siquiera un apellido real, ni una identidad, y resultó que eso era solo la imaginación de un padre paranoico y celoso.

Él era un Rochester.

Abatido, se llevó las manos a la cabeza y deseó poder dormir para no tener que seguir pensando.

—Él no te quiso por su ceguera, pese a que no tenía razones justas. Y así no hubieses sido su hijo, nunca debió pagar contigo su odio.

—No obstante, lo hizo. Aun así, me alivia pensar cuán equivocado estaba, ya que, el niño que tanto despreció lleva su sangre.

—No puedes permitir que su maldad te arruine, hijo. Que te convierta en alguien incapaz de amar, en alguien parecido a él.

Era demasiado tarde para eso, él amaba y mucho. Lo que no lo libraba de parecerse a su padre porque había dañado a las personas que quería, tal y como el marqués lo había hecho.

—Es mejor así, madre. Aunque sea un Rochester, no tengo nada para ofrecerle a lady Lilian. Ella merece más.

Su madre tomo una de sus manos y la apretó con afecto.

—¿Y por qué no dejas que sea ella quien lo decida?

—Eso es lo que he intentado hacer. Lo único que he querido es que ella fuese libre para elegir a quien amar y con quien pasar su vida. No era justo pedirle que me eligiera a mí, ni mucho menos usar mi experiencia amatoria para influir en su juicio.

—Me enorgulleces, hijo, no muchos hombres están dispuestos a dejar que la mujer que aman se aleje de ellos. O a no usar la seducción para manipularlas. Tu padre me obligó a casarme con él de cierto modo, y me mantuvo atada a su lado hasta el día de su muerte. No te pareces a él en eso, al igual que no lo hace tu hermano. Pese a que sí eres tan terco como él, y un poco ciego también.

Eric liberó su mano y se la pasó por la cara.

—¿A qué te refieres?

—¿Es que acaso no ves que la dama ya ha elegido hace mucho? Ella te ama a ti, hijo, y es contigo con quien quiere casarse. Todos nos hemos percatado de ello, menos tú.

—El amor no lo es todo. Yo no soy lo suficiente bueno, algún día lamentará haberme elegido y yo…

—No podrás soportar su desprecio. Lo sé. Lo que no has pensado es que las riquezas, las posesiones y lo material no aseguran la felicidad. Sabes que siempre hemos sido ricos, yo lo tenía todo, todo cuanto el dinero podía comprar, y aun así era miserable.

Él asintió pensativo. Era testigo de que la vida de ellos había sido semejante a vivir en una jaula de oro. Rodeados de opulencia, pero faltos de afecto.

Pese a eso, temía que pedirle a Lilian que se quedara a su lado fuera esperar demasiado. Pretender un sacrificio demasiado grande.

Su madre palmeó su brazo, y como si estuviera adivinando sus pensamientos, dijo:

—Lady Lilian solo necesita una cosa para ser la mujer más dichosa. Aquel que pueda brindarle eso será el candidato que de verdad la merezca.

El pulso de Eric se aceleró, y de a poco la esperanza empezó a emerger en su interior.

—¿Qué debería darle?

Arabela sonrió con ternura y respondió:
—Amor verdadero.

La marquesa viuda, estudió la expresión pensativa de Eric, y sonrió para sus adentros. Había sembrado la semilla en el corazón de su hijo, y solo quedaba esperar a que esta germinara y él pudiera ser libre como lo era su hermano.

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Feliz día del trabajador!

Eva.

Conquistar a un lord*PRÓXIMAMENTE RETIRADO*Where stories live. Discover now