—Yo dejé a la mujer que amaba por un matrimonio que mi padre me obligó a concretar. Exilió a Rebeca, y ya jamás volví a verla. No sé donde está o si mi padre la mandó a matar.—Dice. —Pero llevo más de 100 años sin poder dejar de pensar en ella, he intentado sacármela de la cabeza follándome mujeres todos los días, pero siempre, en la noche o el día, solo o en compañía, ella está en mi mente.

—¿A dónde quieres llegar?—Mascullo, con los dientes apretados.—Tus consejos llegan tarde, no te creo el papel del papá del año.

—Yo no puedo obligarte a nada, pero estoy consciente de que sientes cierta debilidad por tu madre, siempre ha sabido como hacerse la víctima muy bien.—Bramó. —Y aunque Adara está en coma aún, ella ya está buscando otra candidata para ser tu esposa. No cedas ante esa arpía, hija—Pidió.—Ve por Diana.

—¿Y qué hago si dentro de ella, hay dos cachorros del ser que más he despreciado en mi vida?

—Solo falta cuatro lunas para que nazca, luego de eso, mata a Amina y sus vampiros rebeldes. Y llévala a tu lado, que ese es su lugar—Dice. —Los bastarditos Belanger dejarán de importarle cuando te dé a los legítimos y puros Alfas del mundo. Tus hijos. Tu sangre prevalecerá y no esa que fue corrompida por Amina. Como debe de ser.— Relame sus labios, y me mira fijamente, para que note la sinceridad en sus ojos. — Tú tienes a Diana tan cerca. Sabes donde encontrarla. No seas como tu patético e infeliz padre. No te conformes con una mujer que no amaras jamás.

─•── )○( ──•─

Abro el sobre que se encontraba en mi escritorio mientras me acabo lo último de la botella de whisky, y tomo asiento. Eran cinco fotos, su barriga ahora se nota más, traía puesto un vestido crema, y su cabello rojizo y lleno rulos estaba cubierto por un velo del mismo color. A sus lados estaban Giselle y Nikolas. Ella sonríe mientras le recibe el cuenco a la bruja del aquelarre de Mongolia.

La segunda foto es bebiendo el líquido en el cuenco. Me detengo en la última foto, ya era de noche, y ella estaba afuera de la yurta, observando el cielo, mientras envolvía su panzacita. Sus ojos pardos resplandecen por las estrellas, y la luna ilumina su rostro.

Sabía qué embarazada se vería aún más hermosa.

Acaricio la foto, como si así podría volver a sentir el olor de su cabello cuando despertábamos juntas. Mi rostro se contrae, porque me niego a ser débil otra vez. Eso no me sirve para lo que se avecina. Dejo las fotos, tomando mi cabeza entre mis manos, el corazón se aprieta, y el oxígeno me comienza faltar.

Mierda, los ataques volvieron.

Mis labios poco a poco se tornan morados, trato de respirar sin éxito. Había olvidado el protocolo, hace años que no me pasaba.

—Hija— Escucho la puerta abrirse. —Debo hablar contigo, encontré la candidata…

—Cariño—Mi madrina me toma del brazo y me levanta, para observarme con horror— Llama a las enfermeras, Ravena, y trae un supresor.

—¿Qué le pasa?—Pregunta ella, consternada.

—¡Qué vayas, maldita, imbécil!—Le grita, y Ravena sale corriendo. Mi madrina me toma el rostro, y me obliga a mirarla.—Como lo hacíamos antes. —Me susurra.— Respiraciones pequeñas, sin exhalar, cariño.—Recuerda y obedezco. —Cierra los ojos e inhala con delicadeza. Ya va a pasar.

Despacio, el aire se abre paso por mis fosas nasales para llenar mis pulmones. Me pide exhalar y repetir la acción. Las enfermeras llegan, junto a mamá.

—Ya estoy bien—Mascullo, sin dejar que se me acerquen, me levanto y rechazo la ayuda para hacerlo.

Cuando estoy a punto de servirme un trago, mi madrina me quita la botella, esbozando una mueca severa.

Sword Onyx [3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora