RUMORES DEL VIENTO

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La recóndita cabaña era el único lugar donde Noah podría encontrar paz, acostumbraba a escapar entre las montañas al norte para verse con Hannah, tan diferente y lejano que ni siquiera él mismo pensaría en buscarse allí.

Hannah aún dormía desnuda al momento en el que Noah se levantó. Él despertó con el amanecer, cuando la mañana aún era fría y el cielo se teñía oscuro. Se deslizó con sigilo fuera de la cama y cruzó la estancia cuidando el sueño su amada.

Noah desató la cuerda de una pequeña caja junto a la ventana; adentro contaba un total de doce frascos pequeños, en su interior contenían un líquido trasparente con partículas verdosas de una planta llamada Jahar que danzaban con destellos de luz. Eligió y descorchó uno de los frascos de Jahaerr, al beberlo cerró sus ojos con satisfacción y lo acabó de un solo trago.

El aroma despertó a Hannah, que al abrir los ojos encontró a Noah mirando por la ventana. Batalló un poco antes de dejar un lado la cobija de piel y acercase a él abrazándole por la espalda sintiendo aún la punzada de la herida al caminar.

—¿No puedes dormir? —preguntó ella.

—Fue una noche tranquila, tal vez demasiado —dijo—. Desde que empezó el otoño no deja de visitarme un mal augurio. Me acostumbro tanto a la tormenta, que la calma me resulta extraña.

El paisaje que contemplaba no era más que una neblina matinal, en la que los árboles de la ladera apenas se perfilaban como sombras que mecían sus hojas en lo alto.

—¿Has tenido ese sueño de nuevo?

—Si, se hace más persistente con el paso de las lunas. Cae nieve del cielo, y veo a lo lejos a un hombre en el muelle, mira al horizonte como si esperase que el mar se congelara ante sus ojos. El frío no le conquista, la ventisca no le perturba. La tempestad es tan densa que no puedo ver su rostro, pero sé muy bien quién es aquel hombre.

—Tu padre. —Hannah añadió a sus palabras recordando la última vez que le contaba su sueño. Ella seguía ceñida a Noah, mientras él miraba por la ventana con la fría imagen del muelle en su mente.

—Hoy no tuve ese sueño, y es como si me faltara.

—Tienes miedo a que desaparezca sin saber qué quiere decirte.

—¿Qué podría significar? —preguntó Noah con incredulidad y tristeza—. Los sueños son sólo sueños.

—Si en verdad eso piensas, ¿por qué estás en la ventana y no conmigo en cama? —Hizo que Noah se diera la vuelta y la mirara.

—Si mi padre me viera en este momento, ni siquiera me reconocería, yo era apenas un niño cuando me dejó aquí. Y si no fuera por su retrato, su rostro sería tan nublado como en mi sueño.

—Tal vez sea tiempo de escribirle una carta.

Noah lo consideró por un instante.

—Él nunca lo hizo, han pasado muchos años y no creo que encuentre las palabras. Es sólo un maldito sueño...

—Un sueño que te tranquiliza tener en las noches, y te inquieta cuando no está —interrumpió Hannah, preocupada.

En la lejanía de la cabaña un ruido empezaba a hacerse audible, así que Noah espectó un instante agudizando su oído para distinguir lo que se avecinaba desde la ladera. El aleteo de las aves, las ramas que se quebraban y las hojas secas caídas en el piso, advertían el trote de un caballo precipitándose hacia la cabaña.

—Alguien se acerca —dijo Noah. Ambos se miraron con la preocupación y la incertidumbre marcada en sus ojos, al tiempo que las preguntas les asaltaban.

Las Sombras del ReinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora