EL GATO Y LA LIEBRE

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La luz del día se inmiscuía por las ramas de los árboles, cuando Noah y Hannah caminaban silenciosos por la ladera boscosa con el sigilo del viento. Él traía consigo el arco y las flechas, pero ella iba adelante guiando el paso por la montaña. Los ojos de Hannah se iluminaron verdes al ver a lo lejos una liebre de pelaje cobrizo y brillante. Ambos se detuvieron y contemplaron al animal por un momento.

Noah levantó el arco, tensó la cuerda y calculó la trayectoria de la flecha hacia la liebre.

—El secreto está en despejar la mente —dijo Hannah serena y cautelosa—. La flecha seguirá tus ojos, allá donde mires irá.

—Ojalá fuese tan bueno con el arco como lo soy con la espada —susurró Noah. Temía fallar y que la liebre escapara entre los arbustos.

—Confía en el bosque y sabrás cuando lanzar. Hazlo; a diferencia de mí, la liebre no estará para ti todo el día.

Noah cerró los ojos un instante, y sintió el inhalar tranquilo de Hannah armonizado con el suyo. Así que, al abrir los ojos, con un gesto preciso, Noah liberó la flecha; esta se deslizó en el aire con la audacia de un ave de presa rasgando el viento, elevándose hasta la liebre que aún pastaba despreocupada.

Sin embargo, en un sólo movimiento instintivo, el animal esquivó su muerte.

—¡No! —maldijo Noah entre dientes.

Hannah siguió con su mirada la liebre, para ver de repente a un gato salvaje saltar de los arbustos y llevársela presa en sus dientes. Ocurrió tan rápido, que la flecha de Noah parecía lenta y pesada ante la destreza del felino.

Sin pensarlo, Hannah se lanzó a la persecución del gato que huía con su caza, detrás de ella fue Noah, que no tan ágil, se las arreglaba para no quedarse atrás. Ella vestía una túnica de tonos verdes y marrones que se confundía con la vegetación, la tela era ligera y le permitía moverse con ligereza, pero fue suficiente.

—¡Hannah, espera! ¡Es peligroso! —advertía. El suelo de la montaña resultaba inestable, no sólo por la inclinación, sino por el musgo que ocultaba raíces, piedras y ramas.

El gato montés era de pelaje moteado de tonos castaños, se escurría entre los árboles con facilidad y la liebre que llevaba consigo no le suponía problema alguno, aunque esta midiera casi su mismo tamaño.

La persecución se extendió hasta una zona rocosa y escarpada, allí el felino gris se camuflaba y se alejaba más rápido. Hannah se hallaba demasiado inmersa en su asechanza para estar atenta del terreno irregular, así que resbaló en una de las piedras y cayó sobre su pie derecho provocándose una profunda herida.

Noah, al oír el grito de sorpresa de Hannah cuando se precipitó entre las rocas, corrió hasta ella para ayudarla a levantar. Con mucho cuidado la llevó de nuevo a la zona boscosa de la montaña, mientras ella pedía perdón por la imprudencia.

—Estás sangrando —dijo Noah, la bota de Hannah se teñía con una mancha oscura—. Así no podrás bajar la ladera hasta la cabaña.

—No estamos muy lejos. —Hannah trató de levantarse, pero Noah la detuvo y le quitó la bota de cuero para ver la profunda herida junto al tobillo.

—Fue una piedra demasiado afilada. —Noah arrancó un trozo de tela de su camisón blanco para cubrir la laceración.

—No duele tanto como parece —insistió ella—. He tenido peores.

Noah frustró su intentó por levantarse otra vez e ignoró sus palabras para atender el sangrado. Después de enjuagar con agua del odre le ofreció a Hannah de beber un poco.

Las Sombras del ReinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora