Culichi Town

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Culichi Town . Relato por p4n de muert0 . Dic. 2023

Desde Ciudad de México agarré un camión con dirección a Culiacán, Sinaloa. Estaba nervioso de visitar esa tierra icónica de balas y Buchanan's. Me recibiría un amigo que conocí por Internet y que tenía una modesta casa en el centro de la ciudad norteña.

Eran 18 horas en el camión, si el tráfico de la carretera no se atoraba. Afortunadamente todo salió bien. Me subí al camión antecito de la medianoche y llegué al día siguiente a las 6 de la tarde a Culichi Town. Mareado y agotado, a decir verdad, pero entorpecido por la novedad de encontrarme en esta ciudad sinaloense. Mi amigo Adalberto, el Chebeto, pasó a recogerme a la central de autobuses en su camioneta Pathfinder color gris oscuro. Él ya estaba ahí cuando yo llegué, y lo encontré fumándose un tabaco junto a la camioneta. Lo había conocido virtualmente en la pandemia. Jugábamos juntos PUBG y otros juegos en línea. Y ahora los dos nos materializábamos mutuamente, nos volvíamos reales al encontrarnos cara a cara. Verdaderamente lo mejor de conocer a personas en Internet es la promesa de encontrarlas algún día en la materialidad de la carne y el gesto, que trasciende siempre lo plano y sin fondo de la pantalla.

——Qué onda, Dustin999 ——me dijo amigablemente, evocando mi nombre de usuario en el videojuego. Dustin era mi nombre, y el 999 representaba el año de mi nacimiento: 1999. ——¿Si traís las nalgas bien aplastadas? ——me preguntó, y reímos con naturalidad.

Chebeto era blanquillo, de estatura mediana y cabello moreno corto, ligeramente ondulado. Frente a él, yo podía parecer un aborigen mexicano. Pero no estaba guapo, de compas. Aunque tenía ojos color avellana y las cejas bien pobladas, su nariz parecía haberse roto al menos un par de veces, y cicatrices de acné poblaban sus cachetes.

Los dos teníamos la misma edad, 23 años, y precisamente yo había agarrado la excusa de que ese fin de semana Chebeto celebraría su cumpleaños para decidirme finalmente a venir a visitarlo.

Él se dedicaba a vender vapes. Me platicó que regularmente hacía 50,000 pesos al mes. Evidentemente, desde que prohibieron la venta de vapes ese negocio había sido tomado por el narcotráfico, y Chebeto pagaba el 10 o el 15 porciento de lo que ganaba en impuesto a los que tenían la plaza. Me contó que eso no resultó en un gran problema para su economía, porque a partir de entonces los vaporizadores también se vendían mejor.

Eran mediados de diciembre, y me sorprendía el excesivo calor que hacía en la ciudad. El sol comenzaba a bajar del horizonte. La luna ya se posicionaba hacia el sureste, escuálida y redonda. Nos pusimos en marcha, cruzando el puente que atravesaba uno de los tres ríos que surcaban Culiacán, según me explicó Chebeto. Pasando el puente, el carro dio vuelta a la izquierda. Nos dirigimos a un centro comercial que se llamaba plaza Ceiba. Era un moll muy moderno. A la entrada, un enorme árbol de Ceiba abría sus fuertes ramas al cielo vespertino, que se ilustraba de tonos violentas decadentes. Quise retratar el momento, pero decidí no hacerlo. El amplio logo de Liverpool arruinaba la perspectiva.

En la plaza lo primero que llamó mi atención es que había pura morrita bien guapa. Había de dos: buchonas operadas, con largos cabellos alisados, de porte imponente, o fresitas delgadas que se movían naturalmente y con despreocupación. Chebeto se rio de mi al verme emocionado de descubrir tanta cosa en tan poco espacio. Lo que él no sabía es que yo también veía a los vatos, alucines, güeritos y altos.

Pasé a una tienda de la Zara y me compré un par de playeras para estar más al modo. Una polo negra, de cuello blanco, y una hawaiana de colores tintos y pardos. Me puse esta sobre mi camiseta negra. Acto seguido, Chebeto dijo que si tenía hambre, que me disparaba un sándwich o un café, y fuimos a un café bastante concurrido que daba al jardín de la plaza. En cuanto nos sentamos Chebeto se prendió otro tabaco y pidió dos cafés. Cuando le trajeron el café, sacó de la chaqueta de mezclilla que llevaba puesta una petaca metálica, y vertió un poco de líquido transparente en la taza. Era tequila, me confesó.

Culichi TownWhere stories live. Discover now