Al norte

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Para ser honesto, hasta antes de viajar en busca de los guardianes desaparecidos, veía a mi padre más como una figura de autoridad que de afecto. Incluso llegué a cuestionarme si existía un amor filial o si solo era visto como un subordinado más.

Además de esto, debo decir que no llegué a conocer a mi madre; murió cuando apenas tenía un par de meses de nacido. Según sé, hubo un deslave durante la temporada lluviosa que arrastró una gran cantidad de tierra y árboles en una amplia extensión del bosque bajo la montaña. Logró salvarme a costa de su vida. Aquel suceso amargó aún más la ya solitaria vida de un guardián como Raobeon; y la mía también.

Aunque no la recuerdo, a veces sueño con mi madre Amirea, generalmente en un día despejado con el sol atravesando los árboles con sus rayos mientras siento el aire fresco, puedo oler la hierba y escuchar los pájaros que trinan a la distancia y todo en mi interior se encuentra en paz.

Al viajar al norte del bosque de la Alborada con los demás voluntarios, pasamos por el lugar donde ella yacía. Jamás había vuelto a esa parte del bosque desde mi niñez; mi protectorado se encuentra muy alejado de ahí, y para ser franco, jamás tuve la intención de visitar aquel lugar pensando que lo mejor era superar ese evento. Raobeon nunca habló al respecto; lo que sabía era gracias a las pláticas que tenía de vez en cuando con la hermana de mi madre, si es que daba tiempo en la reunión de luna nueva.

Gracias a esto, pude darme cuenta de que aquel lugar no estaba abandonado como siempre lo creí. Mi padre había creado un jardín lleno de pequeñas flores llamadas Belén, las favoritas de mi madre según su hermana menor.

Pasamos cuidadosamente por ese lugar siguiendo a Raobeon, tratando de no pisarlas. Aram, uno de los guardianes más veteranos, me contó en voz baja: "Tu padre viene aquí a menudo, incluso lo he escuchado hablar sobre ti a tu madre".

Me costó un poco creerlo, pues mi padre no era del tipo sentimental, pero al ver aquel jardín, me hizo reconsiderar las cosas.

El resto del camino transcurrió sin contratiempos y en silencio, la mayor parte.

Cuando llegamos al territorio de uno de los guardianes desaparecidos, pudimos darnos cuenta de que nos observaban; algunos zorros se escondían entre los matorrales. Era un gran descaro que se pasearan como si nada, cuando este bosque había sido vigilado por nuestro pueblo desde antes que cualquiera de ellos o nosotros existiera.

Mientras caminábamos entre los árboles, pasando por arbustos y helechos, nos percatamos a la distancia de que nos estaban esperando. Una enorme cantidad de cardobianos; alrededor de tres docenas de lobos y unos veinte pumas, además de varios zorros, se encontraban frente a nosotros. Lo más extraño era que ninguno se acercaba para atacar. Una paloma mensajera que llegó desde el centro del continente ya nos había advertido sobre el comportamiento extraño que parecían tener.

Nunca habían mostrado algún tipo de lógica o estrategia, y no había manera de razonar con ellos.

Estas criaturas, a pesar de ser tan agresivas, eran bastante simples: si tenían sueño, dormían; si tenían sed, bebían; y si tenían hambre, cazaban; así de fácil. Pero en ese momento pudimos darnos cuenta de que algo había cambiado.

Por fin se presentaba ante nosotros aquella águila que hasta el momento parecía haber sido solo un fantasma.

Sobre el tronco de un árbol caído se posaba aquella majestuosa criatura, con plumas del color de las hojas en otoño, garras mucho más largas que cualquier puma, una envergadura con la que podría levantar por los aires a cualquiera de esos lobos que se encontraban a sus pies, y un pico afilado como una hoja de obsidiana.

Los cardobianos jamás hablaban; su lenguaje se limitaba a rugidos y gruñidos, pero al escuchar al ave dirigirse a nosotros, nos dimos cuenta de que era distinta.

Valor y fuerza Where stories live. Discover now