Anna, habiendo escuchado todo, levantó sus cejas.

—¿Cómo es que puedes lograr todo esto con cacharros de metal?

Troy sonrió, dándome un vistazo.

—Porque sé manejar el número de Dios —sus mejillas se pusieron coloradas—. Y el número divino lo puedo encontrar hasta en la hoja de un árbol. Es una pena que nadie más pueda hacerlo.

Me reí más por la cara de Anna, que rodó los ojos, y se acostó en los asientos, murmurando algo entre dientes. Sólo yo había visto como su mente funcionaba, cuando tuve que reparar el código con el cual cabeza procesa sus pensamientos, y ya tenía más que en claro que era una maravilla. Doc lo conocía, lo entendía, yo sólo lo había visto y admirado. No era algo que me hubiera elegido a mí, mis neuronas de suerte coincidían en un mismo pensamiento.

Yo me paré por un momento, la altura de la furgoneta permitiéndome estirar las piernas y la espalda, después de tantas horas de viaje y sin poder pagar, mis músculos quejándose de la rigidez. Troy me miró de costado, analizando mi postura y estado. Doc seguramente le había exigido que mantuviera su atención fija en mí, en cada pequeño movimiento que hacía, su aprendiz estaba ya quieto y esperando ver qué seguía.

Esa vez, se estiró hacia la mochila que había traído, y sacó de ella un recipiente plástico.

—Mamá hizo unas cuantas cosas para vender y logré robarles algunas —me sonrió, deslizando el contenido hacia mí—. El budín que tiene frutos secos te hará bien, tienen propiedades como el potasio, magnesio, calcio y fósforo. También selenio y zinc. Aparte de la proteína del huevo, los carbohidratos de la harina-

Enzo, desde el asiento de conductor, miró por el espejo retrovisor.

—¿Acaso tenemos un nutricionista y no me enteré?

—A algunos de acá les hace falta —le contestó Anna, inclinándose para robar lo primero que encontró del recipiente y darle una mordida. Me miró al masticar—. Estás a pocos kilos de romperte como una ramita.

Arqueé una de mis cejas, evitando mirar hacia abajo y darle la razón.

—Y tú a pocas palabras de quedarte sin nariz.

Anna se rio, sin decir nada más, y continuó comiendo la porción de budín que había logrado agarrar. Me acerqué a Troy y me senté a su lado, aceptando el recipiente y comiendo de a pequeños pedazos la delicia que Zafira había cocinado. Compartí con Troy —y hasta con Enzo, que casi me gruñó al sacarme la comida de la mano— volviendo al lado del aprendiz en lo que él seguía dándole vueltas al dron, asegurándose de todo.

En lo que me había quedado parada, mis piernas queriendo estirarse de vuelta, quedé a la altura de las ventanitas de la doble puertas traseras. Incluso con lo polarizado del vidrio y con la distancia entre el vehículo que nos seguía y el nuestro, crucé miradas con Tom. Seguía serio, seguía enojado, y al verme no hizo nada más que fruncir más el ceño. Estaba solo manejando, seguro Claire, Luna, Jacob y Olivia en la parte de atrás. Desconocía si ya les había dicho algo, yo le había dicho que podía, y si no era él, Olivia podría hacerlo. Y tampoco la culparía.

Un sacudón en el vehículo me obligó a sentarme, Enzo girando el volante para meterse en otra carretera y continuar el camino. Con Anna ocupando gran parte de los asientos de un lado, Troy sacó sus cosas del otro y lo palmeó.

—Ven, trata de descansar. Faltan horas todavía —dijo, o más exigió, porque no me dio lugar a negarme. Agarró mi mochila y la suya, golpeándolas sutilmente para amoldarlas como una almohada, y una vez acostada, él se sentó en el piso de la furgoneta, sonriéndome sutilmente. Estaba lo suficientemente cerca para que susurrara y yo sola pudiera escucharla—. ¿Cómo te sientes?

NOVA ERA ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora