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            El día cada vez era más eterno, más pesado. Todo cayendo sobre mí con un peso que no estaba pudiendo sostener, que no tenía la fuerza de mantener sobre mí y pelearlo. Pero no hubo sensación, ni cuando ataqué la mente de Olivia, ni cuando discutí con el Doc, ni la discusión con mi hermana o el puñetazo de Amelia Jones, que me hiciera sentir tan al límite como ver el nombre de mi hermana, una foto suya de su pasaporte, y la palabra supernova al lado de ella.

La miré con incredulidad, no entendiendo la conexión, no entendiendo como era posible que su nombre era asociado a mi alter ego. Ella nunca había salido al campo de batalla, nunca la habían visto ni ser anómala casi, solo tenían la mención de nuestro pueblo, cuando confió en su amiga y la delató a la militancia. Eso era todo lo que tenían de ella.

Julia había traído el botiquín de la sala y tomó una buena porción de gazas, tendiéndomelo para mi pobre nariz. Lo tomé sin mirarla, no pudiendo apartar la vista de los dos archivos frente a mí. Con mi mano libre y limpia, la otra peleando por apartar el algodón y poner la gaza bajo mis fosas nasales, abrí las carpetas, mirando su contenido.

No decía nada más que cosas físicas, o de documento ordinario; su nombre, número de identificación, cumpleaños. Padre y madre. Hermanos, dónde aparecía mi nombre y no había nada resaltado en él. Yo no estaba en su foco. Pero mi hermana sí.

—¿Cómo...? —traté de empezar, revolviendo las carpetas. Ambas tenían los mismos documentos, mismas fotos, mismos datos. Cartilla médica, vacunaciones, historial académico. No decía nada sobre su anomalía más que el destacado en la parte de afuera—. Morgan... ella no... no dice nada... ¿cómo...?

Todo lo que había hecho para mantenerla lejos, todo lo que había peleado para que lo entendiera, para que pudiéramos encontrar un acuerdo. Cada situación con la cual había debatido, discutido y aceptado para que pudiéramos encontrar un punto mutuo. Cada vez que salía de la ciudad por mi cuenta, cada pelea que había tenido mismo dentro de Costa Norte y la había alejado para mantenerla a salvo. Hasta cuando me había enfrentado a Julia para que no la buscara, para que no la apretara de la manera que me había hecho a mí... todo en vano.

Su nombre estaba en las prioridades de los militares.

Mi primer instinto fue querer tironear del pelo, gritar y estallar. Todo lo que había hecho, lo que habíamos hecho para cuidarla, y el nombre de Morgan Reed estaba asociado a mí. A la supernova. Quería llorar de la frustración, romper los archivos hasta verlos desaparecer, pero sabía, y tenía más que en claro, que no eran las únicas copias las que tenía delante de mí.

No hice nada más que quedarme viendo su nombre, sintiéndome un fracaso. Le había fallado, de alguna manera u otra, ella estaba en mucho más peligro del que hubiera estado habiendo peleado todo este tiempo. Todo para nada.

Tom me lanzó una mirada por el hombro, una que encontré con facilidad, buscando un tipo de explicación que alguien me pudiera dar. Algo en mi cabeza hizo clic.

—Esto lo sabías... cuando volviste al departamento... ¿no es así? —pregunté y él lentamente asintió.

—Apenas vi la primera carpeta. Quise ir a buscarte para decírtelo y, bueno, no estabas —volvió a mirar hacia adelante y pasó sus ojos por cada uno viendo su propia carpeta—. Todos estaban apartados. En las nuevas también.

—¿Cómo que apartados?

Señaló por detrás de él a una caja metálica roja, un candado roto colgando de la apertura y más archivos dentro.

—Son las carpetas más confidenciales —explicó—. Las mantienen siempre alguien que tenga contacto directo con un superior. Mi... padre tenía una de esas debajo de su escritorio en casa —tragó pesado y miró a los dos pares de carpetas delante de él—. Nunca pensé que mi hermano y yo estaríamos en una.

NOVA ERA ©Where stories live. Discover now