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La rutina era tan semanal que era hasta coordinada, todos pasos en hilera siguiendo un ritmo constante. Sabía qué tenía que hacer cada uno, quien reunía la información para salir, quién era el primero en manejar en cada vehículo. Los recursos necesarios para sobrevivir siempre listos para salir al primer llamado, todo preparado, todo calculado. Enzo se había hecho cargo de organizar todo para ser lo más veloces posibles.

Yo me encargaba de mi hermana en lo que Tom y Claire corrían, junto a los demás, a preparar los vehículos. Morgan estaba haciendo sus deberes en su cuarto para cuando abrí la puerta, y no hizo falta que me preguntara nada, sólo tomó sus cosas en un suspiro, su bata de dormir para su pijama, y siguió mis pasos al salir del departamento.

Una vez frente al departamento de Enzo y Simo, que nos estaban esperando, la agarré del hombro.

—Cómo siempre te lo pido-

—Me comporto, lo sé. Ahora más que nada —aclaró, sus ojos en blanco y una sonrisa delatándola. Me pinchó la cintura con uno de sus dedos—. Y tú vuelve.

Le dejé un beso en la cabeza, asintiendo en una promesa, y Enzo encerró a los dos en el departamento. Caminamos en silencio la ida a los vehículos, nuestro único momento solos sin que estuviéramos yendo a la garganta (o dignidad) del otro. Nuestros hermanos eran como una tregua; si Morgan protegía a Simo, Simo la protegía a ella. Se cuidaban mutuamente y era en lo único que yo confiaba plenamente en mi hermana. Nunca dejaría que le pasara algo a su mejor amigo.

En medio de la noche, los vehículos se movieron con más facilidad. Olivia esperaba a Enzo en el primero, Tom estaba en el segundo con Claire, y Jacob, Anna y Luna en el último. Misma fila de siempre, mismos lugares. Me subí rápido en la parte de atrás del vehículo de Tom, al mismo tiempo que Enzo arrancaba el suyo y me deslicé en los asientos de atrás.

Antes de preguntar, Claire ya estaba girándose desde el asiento de adelante.

—Persecución del lado norte de la Ciudadela. Rescatados entre ellos, algunos humanos. Pidieron auxilio hace unas horas, avisando de su escapada —habló, una anotadora en sus manos con la letra de Julia. Torció la boca—. Hay niños incluidos, hasta bebés.

Tom apretó el acelerador, los otros dos vehículos haciendo lo mismo. Al salir de Costa Norte, miré la ciudad en la noche, las puertas metálicas que se habían abierto para dejarnos pasar, ahora cerrándose. De la misma manera que siempre agradecía volver, llegar sana y salva, al irme pedía poder hacerlo. Un rezo sin necesidad de religión que rogaba siempre volver, siempre encontrarme dispuesta a otra misión, a tener la fuerza de reencontrarme con mi prioridad.

Mis dedos se apretaron en mi pecho, mi vista aún fija en la ciudad hasta verla desaparecer. Al girarme, sólo me estiré por sobre la palanca de cambio y encendí la radio, la música apareciendo y aflojando la tensión, como todas las veces, que se acumulaba por mis hombros en cada nueva misión.

Una sensación volvía siempre en esos momentos, cuando nos encontrábamos en el camino de ida, un rumbo incierto con sólo una ambición mutua. Con sólo un pensamiento, independiente del rescate, que me hacía morder ansiosa mis labios en lugar de mis dedos para dejar mis uñas en paz. No hacía falta que en la llamada mencionaran nada, no sabían a quién estábamos buscando, pero con la mínima idea de ir, y por la razón que sea, encontrarlo a Noah ahí, rescatando y ayudando gente, para después ir a mis brazos, me apretaba el pecho. Me apretaba el corazón de manera que cerrara los ojos y rogara que fuera cierto que, por una vez, entre las centenas de misiones, me tocara llevarme la sorpresa de verlo ahí.

La ida era más lenta que la vuelta por esa misma razón, por esa ansiedad carcomiéndome que no podía ni dormir en la parte trasera del auto. Para cuando me tocaba manejar a mí, ya era la mañana del día siguiente y Tom dudó en dejarme a cargo del volante. Claire lo convenció con caricias en su pelo y el gemelo desapareció con su cabeza en el regazo de ella, que tarareaba las canciones de la radio.

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