Prólogo

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Abro el salón de piano del cual tenía una llave que el tutor me entregó, en ocasiones venía a tocar cuando tenía tiempo libre.

Cuelgo la gabardina mojada en una silla, me quedo solo con la ropa interior que tanto tiempo tardé en escoger para que solo la pueda admirar el piano.

Deslizo mi mano sobre él con cariño, levanto la tapa dejando descubiertas las teclas.

—Al menos tú sabrás apreciar mi belleza.

Me siento en el banquillo, vuelvo a darle un sorbo a mi bebida, dejo la botella en el suelo y centro mi atención en el piano.

Comienzo a acariciar las teclas con suavidad al ritmo de "River flows in you", pongo tanto sentimiento en la melodía que me es imposible contener las lágrimas, simplemente dejo que la música termine de romper los pedazos de mi corazón, si es que alguno quedó intacto.

Joder, duele, duele cada vez que pienso en él.

¿Cómo debo actuar en esta situación?

¿Qué se hace cuando te rompen el corazón por primera vez?

Nadie me preparó para esto.

Sé que tengo 18 años y que me queda mucha vida para enamorarme, sé que aún me faltan cosas por experimentar, sé que luego me sentiré mejor. Pero ahora, ahora solo quiero llorar. Ahora quiero permitirme estar mal. Quiero ser consciente de que duele y quiero que me duela aún más.

Duele hoy y solo por hoy, porque mañana será un día nuevo en el que no quiero volver a llorar.

Termino la canción y seco mis lágrimas.

De repente alguien comienza a aplaudir robándome un buen susto. Me llevo las manos a los pechos tratando de cubrirme cuando veo la esbelta figura de aquel violinista que esa tarde llamó mi atención.

—¿Qué haces aquí? —pregunto avergonzada.

—Lo haces muy bien —responde ignorando mi pregunta y paseando sus ojos por mi cuerpo semidesnudo.

—¿Eres un pervertido o qué? —espeto— ¡Mira para otro lado!

—¿Pervertido yo? —ensancha una sonrisa ladina—. Eres tú la que ha venido a tocar el piano a media noche en lencería.

—¡Eso no te da derecho a espiarme! —me defiendo.

—Sí, bueno, es que hoy es mi turno de guardia y si ibas a colarte sabiendo que soy el responsable —se acerca a mí, toma la botella del suelo y se da un trago—. Al menos me hubieras invitado.

Cada día al rededor de diez estudiantes debían hacer guardia en la universidad, es una regla que impuso la directora, pues dice que se trata de imponer obediencia y valentía a los hombres. A cambio las chicas debemos hacer un poco de trabajo voluntario cada cierto tiempo, para mí esta es la regla más absurda y sexista de este lugar.

—¡Idiota! —Mascullo.

Me pongo de pie a la velocidad de la luz, tomo mi gabardina y me la coloco.

—¿Cómo le explico esto a la directora? —camina de un lado a otro con la botella en las manos.

—¿Es necesario que lo sepa?— finjo ingenuidad.

—¿Qué me darás a cambio? —Se acerca a mí y veo los músculos de su cuello tensarse bajo esos tatuajes que lo hacían ver tan sensual.

—¡Ves que si eres un pervertido! —protesto cruzando los brazos sobre mi pecho.

—Oye rubia, no me malinterpretes, me refería a otra cosa.

—¿Entonces qué quieres a cambio de tu silencio? —pregunto nerviosa por su respuesta.

—¿Tienes otra botella de estas?

Asiento con la cabeza

—Entonces quiero una, mañana —detalla la botella de arriba a abajo—. Astrid...—lee la etiqueta— parece buena marca —Comenta sin dejar de observarla.

—Lo es, es bastante cara —Alardeo, pues veo que no sabe que ese es mi nombre.

—Aunque mi favorito es el tinto, debo admitir que este me ha gustado.

—Perfecto, mañana te haré llegar tu botella, dime de qué clase eres.

—Puedes encontrarme a la hora del deporte en la piscina número cuatro.

Él también usa su horario para nadar, solo que en la cuatro y yo en la uno, eso significa que es un estudiante de cuarto año.

—De acuerdo, entonces me iré —él observa mis pies descansos con el ceño fruncido, pero no dice nada.

Agarro mi bolso del suelo y vuelvo a salir al exterior. La lluvia ya se había detenido, pero la noche continuaba fría, ya habían pasado los efectos del alcohol, por lo cual todo mi ser temblaba y mis pies cojeaban al sentir las pequeñas piedritas en el camino.

No podía dar más de tres pasos sin quejarme del dolor, pero de repente un buggy se detiene a mi lado.

—Qué sepas que das mucha lástima, la próxima vez prueba usar zapatos.

Ese chico sabía cómo ser obstinado y hacerte reír al mismo tiempo.

Nota

Aquí les dejo un adelanto mis amores, muy pronto publicaré los tres primeros capítulos, no olviden dejar su voto y opinión en los comentarios.

Los amo.

Tácticas para enamorar a Storm Where stories live. Discover now