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Algo iba mal. Lena lo notaba en el ambiente mientras conducía hacia el Barrio Francés.
Kara iba sentada junto a ella, mirando por la ventana.

Había intentado varias veces hacerla hablar, pero no había modo de que despegara los labios. Todo lo que se le ocurría era que estaba deprimida por lo sucedido en el cuarto de baño. Debía ser duro para una mujer habituada a mantener un férreo control de sí misma perderlo de aquel modo.

Aparcó el coche en el estacionamiento público.

— ¡Vaya, qué calor hace! —exclamó al salir y sentirse inmediatamente asaltada por el aire cargado y denso.

Echó un vistazo a kara, que estaba realmente deslumbrante con las gafas de sol oscuras que le había comprado. Una fina capa de sudor le cubría la piel.

— ¿Hace demasiado calor para ti? —le preguntó, pensando en lo mal que lo estaría pasando con los vaqueros y el polo de punto.

— No voy a morirme, si te refieres a eso —le contestó mordazmente.

— Estamos un poco irritadas, ¿no?

— Lo siento —se disculpó al llegar a su lado—. Estoy pagando mi mal humor contigo, cuando no tienes la culpa de nada.

— No importa. Estoy acostumbrada a ser el chivo expiatorio. De hecho, lo he convertido en mi profesión.

Puesto que no podía verle los ojos, Lena no sabía si sus palabras le habían hecho gracia o no.

— ¿Eso es lo que hacen tus pacientes?

Ella asintió.

— Hay días que son espeluznantes. Pero prefiero que me grite una mujer a que lo haga un hombre.

— ¿Te han hecho daño alguna vez? —El afán de protección de su voz la dejó perpleja. Y encantada. Había echado mucho de menos tener a alguien que la cuidase.

— No —contestó, intentando disipar la evidente tensión de su cuerpo.

Esperaba que nunca le hiciesen daño, pero después de la llamada de Rodney, no estaba muy segura, y era bastante posible que ese tipo acabase con su buena suerte.

Estás siendo ridícula. Sólo porque el hombre te ponga los pelos de punta no significa que sea peligroso.

La expresión del rostro de kara era dura y muy seria.

— Creo que deberías buscarte una nueva profesión.

— Tal vez —le dijo evasivamente. No tenía ninguna intención de dejar su trabajo—. A ver, ¿dónde vamos primero?

Kara se encogió de hombros despreocupadamente.

— Me da exactamente igual.

— Entonces, vamos al Acuario. Por lo menos hay aire acondicionado —y cogiéndole del brazo, cruzó el estacionamiento y se encaminó por Moonwalk hacia el lugar.

Kara permaneció en silencio mientras ella compraba las entradas y la guiaba hacia el interior. No dijo nada hasta que estuvieron paseando por los túneles subacuáticos, que les permitían observar las distintas especies marinas en su hábitat natural.

— Es increíble —balbució cuando una enorme raya pasó sobre sus cabezas. Tenía una expresión infantil, y la luz que chispeaba en sus ojos la llenó de calidez.

Súbitamente, sonó su busca. Soltó una maldición y miró el número. ¿Una llamada desde el despacho un sábado?

Qué raro.

Sacó el móvil del bolso y llamó.

— ¡Hola, Lena! —le dijo Beth, tan pronto como descolgó—. Escucha, estoy en mi consulta. Anoche entró alguien al despacho.

"La Amante Soñada" Where stories live. Discover now