La tarta seguía dando vueltas en su estómago, que parecía una lavadora. Megumi colocó su teléfono móvil contra varios libros apilados para mantenerlo de pie, sobre el escritorio. Subió los talones al borde de la silla y abrazó sus piernas contra el pecho, inquieto.

Repasó el plan mentalmente, las cosas de las que quería hablar, las que quería decir.

¿Tienes aventuras con otras personas? ¿Qué soy yo para ti? No puedes hacerme esto. No puedes hacerme sentir único si hay alguien más, no puedes dar a entender que yo no puedo estar con otros mientras tú flirteas con media ciudad.

Hizo rodar su lengua en la boca, se relamió los dientes, suspiró. Se pasó una mano por el pelo, esperando, esperando…

La pantalla de su teléfono se iluminó. Pegó un salto, emocionado, pero luego se quedó quieto, sin aceptar la videollamada.

No voy a parecer desesperado, se dijo. A fin de cuentas, no eres todo para mí y no voy a dejar que lo imagines. Asintió, convencido. Dejó que pasaran cuatro tonos antes de aceptarla. Pulsó el botón verde, la videollamada comenzó.

—¿Por qué has tardado tanto? —Sukuna apareció al otro lado de la pantalla, sentado en la cocina con un vaso de leche delante. Llevaba una camiseta sin mangas de un equipo de baloncesto estadounidense —. Dijiste que estabas listo.

Sólo habían sido cuatro tonos. Normalmente siempre aceptaba las llamadas al instante.

—Había olvidado que tenía que ordenar los cajones de mi escritorio, hmm —apretó los labios, dándose cuenta de lo absurda que había sido esa excusa. ¿Por qué la había dicho, siquiera?

Quizá era porque estaba nervioso. Si, Sukuna le desordenaba las mariposas de su estómago, la tarta de chocolate. Le ponía nervioso, le hacía suspirar y juguetear con las puntas de su cabello frente a su propia imagen —más pequeña, en un recuadro en una esquina de la pantalla—, vigilando si se veía bien.

Sukuna se veía genial, como de costumbre.

—Bueno —Sukuna se encogió de hombros, fingiendo que no le interesaba —. ¿Qué tal? ¿Estás haciendo la tarea de expulsión?

—Sí.

—Como un buen chico —reía, acercando un paquete de galletas de avena para abrirlo.

Megumi tragó saliva, se frotó manos.

—Mi padre me puso un profesor privado —contó, mirando al otro lado del teléfono. La ventana estaba cerrada y las cortinas también, la noche estaba bien entrada. La única luz provenía de la luz de su escritorio —. Es bastante amable, me gusta.

—Ah, ¿si? —una galleta fue ahogada en el vaso. Pequeñas burbujas de auxilio murieron en la superficie —. Suena aburridísimo. ¿No puedes escaparte?

Con Sukuna era todo así. Escapa, huye, ven conmigo, no tienes mejores cosas que hacer más que prestarme atención. Megumi lo reconocía, había estado siguiéndole mucho tiempo porque le gustaba. No sabía si aceptarlo le hacía sentirse humillado.

¿Por qué soy así? Se preguntaba.

—No, no puedo escaparme. Necesito volver a tener la confianza de mi padre, volver al instituto y no ganarme otra mancha en mi expediente.

Por una vez, estaba dispuesto a defenderse. Estaba convencido al cien por cien de que podía hacerlo. Era fuerte. Tal y como había dicho Satoru, es hora de tomar la iniciativa.

Necesitaba ser como él, darse a respetar. Ser claro. Seguro que Satoru no andaba por ahí rogándole a nadie, Satoru no se dejaría pisotear.

—Vale… —se lamentó Sukuna, rompiendo una galleta en pedazos.

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⏰ Last updated: May 02 ⏰

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Balaclava || TojiSatoWhere stories live. Discover now