Nada más. Crudo, brutal, brusco. Tal y como fue concebida su relación, como un polvo de una noche convertida en varias para desahogar tentación y cansancio. No hubo demasiado cariño ni consideración, apenas conversación.

Desnudez al frío de la habitación, pieles frotándose, rozándose al son de gemidos ocultos bajo manos que presionaban bocas —hay vecinos, muñeca, ¿te gusta que te escuchen?—.

—... ah..., ah... ¡Ah!

No había mortal sobre la tierra que pudiera resistirse a un bocado de Toji, a la forma de esa sonrisa y su aliento alcanzando el suyo, volviéndose uno por momentos, entre jadeos animales y tirones de pelo, arañazos, dientes. Casi salvaje, inevitable, como magnético. Imanes que se atraían hasta caer en la misma cama, envueltos en un halo de necesidad y nicotina.

Y, luego, lo de siempre. Eran algo así como amantes en secreto, conteniendo las ganas de seguir durante toda la noche y a la mañana siguiente también. Conectaban como dos cables estropeados podían hacerlo, de manera caótica pero, de alguna forma, manteniendo un sentido que solo ellos podían entender.

Toji se dejó caer al lado de Satoru, ambos en aquella cama revuelta, hechos un desastre. Recuperó su cigarro y le dio una extensa calada, el flequillo se le pegaba a la cara, su piel brillaba, su pecho desnudo subía y bajaba agitadamente.

—Fumas mucho —Satoru sonrió, parecía una estrella de cine, acurrucándose a su lado y apoyando una mano en el centro de su pecho —. ¿Puedo?

—Lo que quieras, cielo.

Satoru se apoyó en un codo y se alzó un poco hacia el otro. Toji lo tomó del mentón y unió sus labios en un breve beso, llenando su boca de humo. Hilos grises escaparon por todos lados, Satoru tosió y volvió a su sitio, escuchando la risa ronca del hombre.

Hubo algo distinto esta vez. Desde luego no fue ese cenicero que Satoru había comprado en una tienda de souvenirs y que ponía al mejor padre. Toji había rodeado su cuerpo con el brazo, manteniéndolo pegado y calentito contra él. Y Satoru era feliz así, adormilado, cansado y aún tembloroso, con la mejilla aplastada contra su pecho y las piernas enredadas en sábanas húmedas.

Esa clase de cariño, real o fingido, calmaba sus pensamientos. Aplacaba la rapidez de su pensar, era un analgésico del mundo real e imaginario, lo mandaba a otro lugar, uno más seguro. Entonces, Toji depositaba un beso en su sien y todo estaba bien. Arreglado.

No podía pedirle que se quedara. Toji no era suyo esa noche, ni ninguna otra —no estaba destinado a serlo, en primer lugar—. Eventualmente se marcharía y el sentimiento de soledad lo golpearía como una tela desagradablemente mojada en el rostro.

—... me he quedado con ganas de más —susurró, fingiendo decepción.

—¿Es que no ha sido suficiente? —Toji alzó las cejas, mirando al techo.

—No, la verdad. No ha sido como las otras veces…

Justo ahí. En el ego.

El cigarrillo se acabó. Fue aplastado contra el cenicero, arrugado y consumido. Abandonado.

—Lo siento —Toji se sintió verdaderamente mal en ese momento. Pensó que había actuado de forma egoísta, que sólo se había centrado en sí mismo por lo cansado que estaba del trabajo y de todo. Por supuesto, estaba dispuesto a compensarlo —. Dime exactamente lo que quieres, Satoru. Haré que no lo olvides jamás.

Satoru sonrió. Siempre conseguía lo que quería.

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⏰ Last updated: May 02 ⏰

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Balaclava || TojiSatoWhere stories live. Discover now