Lena la cogió por el brazo antes de que pudiera marcharse y la acercó de vuelta a la cama.

— ¿Eso es lo que siempre hiciste en el pasado?

Ella asintió.

— ¿Le has contado tus pesadillas a alguien?

Kara la miró horrorizada. ¿Por quién la había tomado?

¿Por una niña llorona. que necesitaba a su madre?

Siempre había guardado la angustia en su interior. Como le habían enseñado. Sólo durante las horas de sueño los recuerdos podían traspasar las barreras que ella misma había erigido. Sólo cuando dormía era débil.

En el libro no había nadie que pudiera resultar herido cuando le asaltaba la pesadilla. Pero una vez liberada de su confinamiento, sabía que no era muy inteligente dormir al lado de alguien que podía acabar inadvertidamente herido mientras estaba atrapada en el sueño.

Podría matarla de forma accidental.
Y esa idea lo aterrorizaba.

— No —susurró—. No se lo he contado nunca a nadie.

—Entonces, cuéntamelo a mí.

— No —respondió con firmeza—. No quiero volver a vivirlo.

— Si lo revives cada vez que sueñas, ¿cuál es la diferencia? Déjame entrar en tus sueños, kara. Déjame ayudarte.

¿Podría hacerlo? ¿Podría tener esperanza?

Sabes que no.

Pero aún así…

Quería purgar los demonios. Quería dormir una noche completa libre del tormento, con un sueño tranquilo.

— Cuéntamelo —insistió suavemente.

Lena percibía su renuencia mientras se unía a ella en la cama. Permaneció sentada en el borde, con la cabeza entre las manos.

— Ya me has preguntado qué hice para que me maldijeran. Lo hicieron porque traicioné al único hermano que jamás he conocido. La única familia que he tenido en la vida.

La angustia de su voz caló muy hondo en lena.
Deseaba desesperadamente acariciarle la espalda, para reconfortarla, pero no se atrevió por si ella volvía a apartarse de nuevo.

— ¿Qué hiciste?

Kara se mesó el cabello y dejó enterrado el puño en él. Con la mandíbula más rígida que el acero y la mirada fija en la alfombra contestó:

— Permití que la envidia me envenenase.

— ¿Cómo?

Permaneció callada un rato antes de volver a hablar.

— Conocí a Jasón poco después de que mi madrastra me enviase a vivir a los barracones.

Lena apenas si recordaba una conversación con Andrea en la que le explicaba que los barracones espartanos eran los lugares donde se obligaba a vivir a los niños, alejados de sus hogares y de sus familias. Siempre se los había imaginado como una especie de internado.

— ¿Cuántos años tenías?

— Siete.

Incapaz de imaginar que la obligaran a apartarse de sus padres a esa edad, Lena jadeó.

— No había nada de raro en la decisión —dijo kara sin mirarla—. Y era grande para mi edad. Además, la vida en los barracones era infinitamente mejor que la que llevaba junto a mi madrastra.

Lena percibía el veneno que destilaba su voz y se preguntó cómo habría sido la mujer.

— ¿Entonces, Jasón vivía contigo en los barracones?

"La Amante Soñada" Donde viven las historias. Descúbrelo ahora