7. Un príncipe que no se convertía en idiota después de medianoche

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—¿Qué? ¿Por qué dijiste eso, Bauti? —cuestionó Mara levantando sus cejas con exageración y abrió los ojos haciéndole notar que estaba arruinando el momento. Solo bastaba con que le golpeara el brazo y sería como un chiquillo retado por su madre—. Si es tu idea de una broma, no es gracioso.

—Lo dice porque es cierto —explicó Dionisio con pocas palabras. Su voz sonaba un poco más grave de lo que recordaba y ahora podía ver sus labios rellenos y rojos—. Ayer cuando llegué a la ciudad, no vi cuando el semáforo se volvió rojo y choqué la bicicleta de su amigo y lo hice volar por el aire.

Jerónimo se quedó viendo atónito al hombre que lo igualaba en altura y tamaño. Debían haber sido compañeros de rugby. No había otra opción en la cabeza de Bautista. El tipo llevaba una camisa blanca de tela sedosa arremangada hasta los codos y unos botones en la parte superior estaban desprendidos. Podía ver donde sus pectorales se juntaban y un leve vello corporal los cubría. Tenía jeans azules ajustados por un cinto de cuero negro en su ancha cintura y en verdad se veía como un actor de cine. Su rostro estaba afeitado a ras lo que exponía un pequeño hoyuelo en el mentón. Sus rizos oscuros húmedos hacían que sus ojos azules se vieran como piedras preciosas.

Ante el silencio del matrimonio amigo Bautista levantó sus manos todavía rosadas con las cicatrices y notó que Dionisio dio un paso adelante, determinación en la mirado, y luego se detuvo. ¿Su vocación de doctor le estaba diciendo que debía inspeccionarlo para ver cómo seguían las heridas?

—Está bien —dijo Bautista con una sonrisa y se puso de pie extendiendo la mano en dirección a Dionisio—. Creo que esta es una mejor forma de presentarse. Y olvídate de ese accidente de una vez. No vas a obligarme a ir al hospital.

Dionisio sonrió y tomó su mano para estrecharla. Su piel era cálida y la palma de su mano estaba tan sudada como la de él. ¿Podía un tipo así ponerse nervioso? ¿Cuál sería su historia complicada? Quitó sus ojos del rostro del doctor para ver como Jerónimo y Mara se veían de forma cómplice. Allí dejó ir la mano fuerte de Dionisio al instante. Les estaba dando a esos dos el gusto.

—Bueno. Mejor olvidar todo esto con un rico asado y un buen vino tinto —anunció Jerónimo aplaudiendo dos veces y le dedicó una mirada—. Tranquilo. Aquí no le damos ganancia a la bodega de Máximo.

Bautista soltó una carcajada y escuchó que Dionisio preguntaba quién era el tal Máximo, pero Jerónimo evadió su pregunta y lo guio hasta el patio para mostrarle la parrilla. Mara y Bautista terminaron de poner los cubiertos y las verduras en la mesa.

—¡Así que te topaste con semejante bombón y no me lo contaste! —protestó la mujer soltando una exhalación mientras lo miraba con los ojos entrecerrados. Lo estaba juzgando.

—Más bien él se topó conmigo. ¿Sabes qué? Si te lo hubiera contado, tal vez me hubiera enterado que es el mejor amigo de tu esposo. Y quizá no hubiera venido a la cena. Me hubiera ahorrado la vergüenza. El tipo me vio volando por el aire y cuando me fui en bicicleta con las rodillas lastimadas.

—Tendrías que haberle dicho que te examinara a fondo —dijo ella cubriéndose la boca para ahogar una carcajada.

—No seas perversa. Parece el argumento de la escena de una película porno —respondió él mirando por el pasillo hacia el jardín. La espalda ancha de Dionisio era envuelta por la tela clara que se ajustaba en los puntos justos para hacerlo ver atractivo.

—Hablando de eso, me parece que te falta sexo y conocer hombres nuevos. Es solo una opinión —soltó la muchacha dejándole un besito en la mejilla y se sentó junto a él en una silla. Por eso dio gracias. No quería sentarse junto al invitado. La verdad era que se sentía intimidado por el hombre. ¿En verdad era gay? Bautista trataba de no juzgar o basarse en estereotipos, pero a simple vista, no le parecía que Dionisio fuera homosexual en lo más mínimo. Era cierto que él tampoco era de lo más notorio. Muchas veces las personas se sorprendían cuándo se enteraban de que era gay. ¿Qué ideas tenían esas personas en sus mentes? ¿Había que cumplir con ciertos requisitos y ademanes para ser gay? Por eso no quería hacer suposiciones acerca del doctor. Sacudió la cabeza justo cuando Dionisio se sentó frente a él. Sus ojos azules lo vieron, dejándolo fijo en su lugar. Jerónimo llegó con una bandeja de carne asada que desprendía un aroma tan delicioso que despertó su apetito y agradeció por esa distracción. Mara llenó las cuatro copas con vino y con música en la sala y charlas acerca de cómo Jerónimo y Dionisio se conocieron en la escuela secundaria, pasaron la velada. Los cubiertos de metal resonaron sobre los platos y en varias ocasiones Bautista descubrió a Dionisio mirándolo y quitando sus ojos de él con un leve rubor en las mejillas.

—¿Me ayudas con el postre, amor? Voy a servir helado de frutilla —dijo Mara tomando la mano de Jerónimo para ponerse de pie—. Ustedes pueden esperar en el jardín trasero. Tenemos los sillones allí. La noche está divina.

—Bueno... —respondió Bautista fulminando a su amiga con la mirada. De repente las patas de la silla de Dionisio se movieron por el suelo y él estaba de pie. Lo imitó y comenzó a avanzar por el pasillo, sabiendo que el otro iba detrás de él. Su delicioso perfume llegó hasta sus fosas nasales y dio gracias cuando por fin estuvieron afuera. El aire fresco aclaró un poco su cabeza. Ocuparon dos sillones de madera con almohadones rojos junto a la piscina. Había faroles con velas dentro y el cielo estaba estrellado sobre ellos. El doctor se sentó junto a él mientras deseaba que la parejita se apresurara. Podían escucharse los murmullos cómplices desde la cocina.

—Entonces, ¿estás bien de verdad? ¿No quieres ir a la clínica por una revisión? —preguntó Dionisio mirándolo con seriedad. El cielo parecía haberse metido en sus ojos para crear nuevas constelaciones.

—No. Estoy bien. En serio. No soy tan frágil como me veo —dijo con una sonrisa, intentando con toda su voluntad no decir una tontería y tener una charla relajada—. ¿Cómo te vas adaptando a Valle Milagroso? ¿Ya empezaste a trabajar?

—Bien. La verdad es que es un lugar muy bello, como dijiste. Los paisajes y la tranquilidad me han sorprendido. Jero me ayudó a conseguir un lugar para rentar cerca de aquí. La casa es preciosa y mi patio tiene de fondo los cerros —explicó, lamiendo sus labios rojos para humedecerlos—. Y el trabajo bien. Hay buenos profesionales y parecen buena gente. Los equipos y las instalaciones son modernas. Los pacientes son menos que en la capital así que puedo dedicarme mejor a cada uno de ellos.

—¡Te envidio! A Mara y Jero también. Hace años estoy ahorrando para comprar una casa en esta zona. Se vale soñar —comentó Bautista con la mirada perdida en las luces sobre los cerros. Las personas más adineradas tenían mansiones de cristal allí arriba. Una de esas era la de Máximo, con una vista privilegiada de toda la ciudad que su amante le había construido. Los amaneceres y atardeceres allí eran impagables.

—Podrías rentar en vez de comprar. Creo que hoy en día eso es más conveniente y así no te atas a un solo lugar. ¿Dónde vives ahora? —preguntó el otro con interés mientras contemplaba el cielo. Su pecho se movía a ritmo lento con su respiración y se lo notaba más relajado.

—En el centro de la ciudad en un apartamento en un primer piso. No me quejo. Es la calle principal y la más bonita de todas con sus cafeterías y librerías —dijo él con una sonrisa.

—¿Te gustan los libros?

—Sí, mucho. Soy profesor de Literatura en la universidad.

—Interesante. Un académico —dijo Dionisio con una sonrisa cuando sus amigos se acercaron con una bandeja plástica de color rojo. Había cuatro recipientes de cerámica con cucharas y una montaña de helado de color rosa en cada una de ellas.

Se dedicaron a comer el postre, bromear y beber un poco más de vino. Dionisio no aceptó esa última copa. Tenía que conducir y a pesar de que por allí los agentes de tránsito no controlaban nada luego de las doce de la noche, él se rehusó. No quería llegar al límite de alcohol permitido en sangre.

—Es un tipo estrictamente responsable mi amigo. Quiere llegar a la clínica mañana luciendo bien y sin aliento a vino —comentó Jerónimo y miró a Bautista—. Ahora que lo pienso. ¿Podrías alcanzar a Bauti hasta su casa? Con Mara bebimos demasiado. Digo, para que no tenga que llamar un taxi. Es carísimo hasta aquí y ya pagó uno para venir.

—No, no. Está bien —dijo Bautista negando con la cabeza de manera exagerada—. Dionisio me contó que vive en esta zona. Le quedaría muy incómodo ir hasta el centro. Gastaría él más que yo.

—No es problema para mí. Me gusta manejar y además te lo debo. Déjame hacer esto para intentar enmendar lo del choque —dijo con voz rasposa y los ojos encendidos. Parecía que le había lanzado un conjuro o algo parecido porque le fue imposible negarse. No pudo seguir insistiendo en que volvería a casa por su cuenta.

—Está bien. Si te parece, podemos marcharnos ahora. Tengo bastante sueño —comentó Bautista y luego de darle un beso en la mejilla a sus amigos, rodearon la casa para llegar al frente, hasta el enorme Jeep de Dionisio.

Antes de subirse al auto pudo escuchar la risa de Mara y se juró que iba a vengarse de esos dos si no se moría de la vergüenza antes de llegar a su casa. Dionisio hizo rugir el motor del vehículo y como un príncipe azul que no se convertía en idiota después de medianoche, lo condujo hasta el apartamento.

Solo toma mi manoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora