Capítulo seis

12 2 48
                                    

Verónica

Le dolía la entrepierna y le incomodaba el ligero temblor persistente en sus manos mientras abotonaba la guayabera de Octavio, quien la miraba con ternura. Ambos ayudaron a vestir al otro. La ropa no estaba tan arrugada como pensó Verónica, había algunas casi imperceptibles y los dobleces pronunciados podían pasar desapercibidos debido a la poca iluminación que habría en el salón.

Por ser los anfitriones llevaban ropa a juego. La guayabera y el vestido eran negros casi en su totalidad, de no ser por las flores de colores, y el pantalón de Octavio combinaba con los tacones blancos de su esposa. Irradiaban exquisitez y elegancia.

Antes siquiera de subirse las bragas, su asistente Sandra tocó la puerta. Al parecer el primer invitado en llegar estaba exigiendo dos pases extras para sus guardaespaldas; si hubieran estado en una situación normal, la respuesta de su esposo habría sido negativa, pero, para fortuna de ese invitado misterioso, Octavio lo permitió. Ser sinceros entre ellos los volvió mansos, o sólo trataban de disfrutar el momento.

Tomados de las manos salieron del pasillo de camerinos y se despidieron con un beso. Debían coordinar áreas diferentes antes de comenzar la ceremonia. A Verónica le tocaba la recepción y estar pendiente de que los meseros hicieran bien su labor, en cambio Octavio se encargaría de dirigir al resto del equipo que estaría dividido entre la cocina, los sanitarios, el bar, las habitaciones, el comedor y el estacionamiento.

A pesar de que la invitación indicaba las nueve de la noche, la ceremonia comenzaría a las diez, para evitar que la gran mayoría de las personas convocadas se perdieran el discurso de agradecimiento que Octavio les tenía preparado.

Los tacones de Verónica resonaron al entrar a la habitación cuatro en el área del personal. Los meseros lucían un bonito pantalón y chaleco color vino, y camisa manga larga blanca junto al moño alrededor del cuello con estampado de líneas vino. A ella le hubiera gustado también rentar zapatos negros de vestir, todos del mismo estilo, pero a Octavio le pareció menos ajetreo que ellos usaran lo que mejor les acomodara y que sólo cumplieran con el color.

Les dedicó una sonrisa cordial.

—¿Quién es el mesero en jefe? —preguntó, animada.

Un joven de ojos grises se levantó y se acercó. Parecía contener la respiración porque sus mejillas estaban rojas como un tomate. Verónica no le dio importancia y procedió a explicarle la manera en que operarían.

Terminando fue a la recepción, donde la esperaba Sandra con una sonrisa ancha en los labios. Aún no cruzaban palabra, pero algo le decía que Sandra sabía perfectamente lo que había suscitado entre Octavio y ella en el camerino.

Una vez a su lado, Sandra le extendió la carpeta con la lista de invitados que entre las dos redactaron. La escritura pulcra en letras cursivas al final llamó su atención. Tres nombres en lugar de dos. Alzó los ojos y frunció el ceño. Sandra entendió su confusión, le hizo de seña para que se alejaran de la puerta y evitaran que alguien las escuchara.

El olor a canela característico de Sandra inundó sus fosas nasales.

Sandra era una jovencita que carecía de temores y le encantaban los retos, desde que la conoció nunca vio en su mirada titubeos y la energía parecía mantenerla en constante embriaguez. Para la ocasión se decidió por un vestido con abertura en los muslos, hombros descubiertos y ribete fruncido. Se veía como una diosa.

—¿No eran dos guardaespaldas?

Sandra agachó la cabeza, se enfocó en la pedrería de sus tacones grises.

—Sí —dijo al fin—. Y extrañamente la persona a quien iba dirigida la invitación no estaba en la lista. Eso quiere decir...

—Que alguien aparte de nosotras tuvo acceso al formato de la invitación —la interrumpió.

Yo quisiera amarte (borrador)Where stories live. Discover now