1. Despertar

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Él no sabía que lo acompañaba todas las noches mientras estuvo en coma, casi nadie en el complejo 349A lo sabía, porque no estaba bien. Si alguien se enteraba de que ella se quedaba haciendo guardia cada noche pensarían que estaba loca.

Esra ni siquiera lo conocía, la primera vez que lo vio estaba cubierto de sangre y no podía respirar. Llegó con un colapso pulmonar y los médicos habían tenido que hacerle un agujero en el pecho. Pedro había sujetado su mano estrangulando sus dedos, "ayúdame", le dijo entonces, pero probablemente ni siquiera sabía quién estaba a su lado.

Sólo bastó eso para que se obsesionara con él.

Por lo visto, no tenía a nadie más, un par de colegas lo visitaban algunas veces a la semana. Su hermano pasaba más tiempo allí. Esra se había cruzado con él un par de veces mientras le hacía curaciones, pero se limitaba a agachar la cabeza tratando de pasar desapercibida, no quería meterse en problemas, y no quería que le quitaran a su paciente tampoco.

Esra siempre se involucraba, lloraba las pérdidas de los ingenieros más viejos, se lamentaba cuando un escuadrón perecía bajo el inhóspito ambiente de la superficie lunar. Pedro había tenido suerte y entre las 5 víctimas fatales de su grupo, fue el único que se salvó.

Estuvo 2 meses en coma, 61 días, contó ella. En ese tiempo le había contado toda su vida, sabiendo que él jamás la escucharía, y el día en que despertó, no estaba a su lado. Por suerte.

Cuando se enteró, durante su día libre, dio vueltas por el complejo como una tonta. Deseó que necesitaran más personal y la llamaran para al menos pasar por afuera de su habitación, pero tuvo que esperar hasta el día siguiente, y cuando se asomó en la habitación y lo vio sentado, con las piernas colgando de la camilla, no supo qué hacer.

Por supuesto que él no la recordaría.

–Hola. –Pedro hizo una mueca intentando sonreír o algo así cuando Esra lo saludó. Ella se acercó tratando de parecer tranquila, pero se moría por dentro. Su rostro había recuperado color, aunque estaba más delgado que el día que llegó. Había perdido masa muscular y su barba crecida le daba un aspecto sombrío. –No debería intentar levantarse. –le dijo después de aclararse la garganta. –No sin supervisión.

–Lo siento. –Pedro dejó caer su cabeza hacia abajo. –Necesito orinar.

Esra señaló la chata en el carrito junto a la camilla, pero él negó enfáticamente.

–Por favor... no soporto hacerlo en esa cosa.

Sus ojos dieron con los de ella, suplicantes. Esra no supo qué hacer, no estaba lista para algo tan... íntimo. Lo hacía con un montón de pacientes, sí, varias veces al día. Pero él era diferente, porque se había involucrado, una vez más, un poco más lejos.

–¿Esra? –Pedro levantó una mano y la puso sobre su hombro. Esra quiso morir, ¿era posible que haya escuchado todo lo que le decía? Todas esas tonterías... –Esra Brown. –leyó él en su credencial. Ella sintió que le volvía el alma al cuerpo cuando notó que sus ojos se dirigían hacia un costado de su pecho. –Por favor. –insistió.

Asintió sin más rodeos y dejó que él pasara un brazo por sobre sus hombros. Era al menos una cabeza más alto y su cuerpo magullado se tambaleó junto a ella.

–Maldición... –se quejó en un gruñido llevándose una mano al costado del pecho, después tomó aire y asintió.

–No se apure. –dijo Esra. –El baño no irá a ninguna parte.

–¿Eres graciosa, Esra Brown?

–No lo creo. –murmuró avanzando junto a él.

Para su suerte, Pedro logró sostenerse junto al urinario y Esra sólo tuvo que voltearse y cerrar los ojos. Para cuando terminó, le ayudó a lavarse las manos y a recostarse.

–¿Qué pasó con los demás? –dijo Pedro cuando apoyó su cabeza en la almohada. Esra comenzaba a quitarle el vendaje del torso cuando él habló.

–¿No se lo dijeron? –sus manos se detuvieron sobre su abdomen.

–Sólo que he estado aquí dos meses.

–¿Su hermano...?

–Sí, lo ví esta mañana. No quiso decirme nada.

–Se lo dirá después.

Esra evitó su mirada y continuó en lo suyo, la herida estaba mucho mejor. En lo que Pedro estuvo dormido se había infectado dos veces, pero había logrado contenerla y ahora a penas quedaba una hendidura rojiza que pronto sanaría, si él cooperaba.

–¿Están muertos? –le preguntó después de un rato.

–Ninguno sobrevivió.

Pedro se quedó en silencio. Esra vio por el rabillo de su ojo como su rostro se contraía. No se inmutó cuando aplicó alcohol en la zona y cambió el vendaje, pero cuando volvió a mirarlo, tenía lágrimas en los ojos.

–Usted tiene suerte. –dijo ella. Pedro reparó en su cabello oscuro atado en una cola alta con una cinta rosa. Ese color no era propio del complejo, el espectro eran grises, blancos y azules, luces frías siempre, overoles y máscaras. Nada como Esra Brown, tenía incluso rubor en las mejillas. –Lo encontramos justo antes de que su tanque de oxígeno se agotara.

–¿Tú me encontraste?

–No. Quise decir... el escuadrón de búsqueda. Yo los esperé en la entrada del ala médica, teníamos 6 camillas listas, pero...

–Entiendo. –Pedro apretó los labios. –Gracias por decírmelo.

–¿Necesita algo más?

Él se quedó con la vista perdida por unos segundos.

–Sí... –Pedro señaló su barba y Esra suspiró asintiendo. Quería escapar de él, no porque no quisiera estar a su lado, pero le causaba ansiedad que de alguna forma la descubriera. Era casi imposible, pero la paranoia le hacía querer irse.

Él era tan amable, contrario a lo que había imaginado.

Intentó no correr por los pasillos del ala médica en busca de los útiles necesarios y cuando regresó, él estaba sentado otra vez en el borde de la cama.

–¿Qué dijimos sobre ponernos de pie? –lo recriminó, pero cuando se acercó, él estaba llorando. Esra supo entonces que tal vez estaba en shock todavía.

–¿Están todos muertos, Esra? –le preguntó. No había olvidado su nombre.

–Por favor, permanezca en la camilla. –le pidió ella empujándolo hacia atrás, Pedro respiró ondo y le hizo caso, después Esra acomodó la camilla para que quedara medio sentado y se acercó para afeitarlo. 

Comenzó con sus patillas, sumamente concentrada, tratando de no hacerle daño. Él cerró los ojos tratando de calmarse, Esra le hizo levantar la babilla para alcanzar algunas zonas difíciles, cuando iba por su bigote, Pedro la detuvo sosteniendole la muñeca.

–Eso no.

–¿Seguro?

Pedro asintió abriendo los ojos, parecía más lúcido cuando le agradeció.

–Debo irme. –Esra maldijo en su interior. –Lo veré mañana.

–Gracias, Esra.

–Y permanezca en la camilla.

L E J O S [Pedro Pascal]Where stories live. Discover now