Primero y último

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4- El cónyuge potencial 1 y el cónyuge potencial 2 contemplan contraer matrimonio en un futuro cercano y convivir...»

—Christopher... Dios mío... ¿qué es esto? —preguntó Lily, confundida por lo que estaba leyendo—. ¿Me estás...?

—Sí —le confirmó él con total seguridad y le ofreció una pluma para que firmara.

Lily la aceptó con el pulso tembloroso y, antes de que se preparara para tomar una decisión, Chris se arrodilló frente a ella.

—Dios mío —hipó Lily al verlo de rodillas y tuvo que levantarse de la silla para que su cuerpo asimilara todo lo que estaba ocurriendo—. Christopher, ¿estás seguro? —preguntó tocándose las mejillas con claras ansias.

Chris le dio una de sus sonrisas seductoras.

—Cuando compartimos la cama por primera vez... fue ahí cuando supe que tenía que casarme contigo. —Le miró con enamoramiento.

—No... —Ella sollozó.

Pero supo que era inevitable y, mierda, lo deseaba.

—Por mucho tiempo he sido un egoísta, un ególatra, un hombre cruel, pero es un hecho, Lilibeth, que me conviertes en un hombre mejor. —Los ojos se le llenaron de lágrimas, porque no iba a negar que su crecimiento con Lily lo enorgullecía—. Tu tomaste la peor versión de mí y conseguiste algo que nunca pensé que viviría... —le dijo y le mostró el hermoso anillo que alguna vez le había pertenecido a su madre—. Me enseñaste a amar, Lilibeth, aun cuando creí que no estaba hecho para algo tan maravilloso... revertiste el hechizo, pequeño demonio.

Lily sollozó al escucharlo y se arrojó a sus brazos, aun cuando el seguía arrodillado a sus pies.

Lo tomó con dulzura por la nuca y lo llenó de besos.

—Es hermoso —lloró ella cuando él le puso el anillo y besó su mano con deleite.

—Pensé en encontrar algo nuevo, algo que nos ayudara a romper el pasado, pero luego recordé nuestra primera noche juntos... —La miró con los ojos brillantes y se levantó para decirle lo que nunca había olvidado y que lo había cambiado todo dentro de él.

»Me dijiste que no estamos obligados a ser lo que nuestros padres fueron y que podemos forjar nuestros propios caminos. —Ella le sonrió gustosa al recordar esa primera noche juntos, con las emociones a flor de piel—. Amaba a mi madre, pero pasé toda mi vida guardándole rencor —reconoció Chris con los ojos llorosos—. Y sé que ella te habría amado también, porque, maldición, Lily, tienes una habilidad increíble para ganarte el corazón de todos.

—No sé si sea una habilidad —se rio ella, tratando de escucharse humilde.

Christopher la tomó por las mejillas y con enamoramiento la miró a los ojos y le dijo:

—Te amo, Lilibeth López. Eres mi primer y mi último te amo, porque en esta vida y en todas las otras, te amaré solo a ti —le aseguró con firmeza—. Hazme el maldito honor de ser mi esposa, por favor, calma mi angustia y déjame decirle al mundo que eres mía para siempre...

Ella sonrió emocionada y pensó muy bien en lo que le diría.

No quería arruinarlo. Era su noche especial.

—Siempre he sido tuya, Christopher Rossi —le respondió ella con los ojos llenos de lágrimas—. Siempre, ferviente y completamente tuya. —Firmó el contrato sin dudarlo más y, al terminar, miró a Christopher y le dijo—: Y yo también te amo, y en esta y en todas mis vidas, siempre te amaré.

Chris se rio aliviado al escuchar su respuesta y no vaciló en cogerla por la nuca para besarla apasionadamente.

Por supuesto que aseguró la copia del contrato dentro de su saco y tras pagar la cuenta, salieron de allí para buscar lo que tanto les urgía: carbohidratos.

A medianoche terminaron atrapados en un restaurante en Brooklyn, comiendo pollo y papas fritas, hablando sobre los hijos, la crianza y el amor.

Por ningún motivo querían cometer los mismos errores que habían cometido sus padres. Querían romper el círculo y liberarse de todas esas cargas que los atormentaban.

Juntos redactaron nuevas cláusulas para su contrato. Iban a criar a sus hijos bajo el amor, el respeto y la comprensión, algo de lo que Chris aprendía cada día.

Cuando terminaron, Lily cogió el contrato y lo guardó dentro del saco de Chris.

—Nunca lo pierdas —le dijo dulce—. Si alguna vez nos rompemos, úsalo para retenerme... contigo... —le dijo entristecida. Él le miró con lio—. Aunque nos rompamos mil veces, Christopher, por favor, nunca me dejes ir —le rogó con los ojos llorosos.

Christopher supo lo que eso significaba.

Asintió firme y la abrazó fuerte, conteniéndola con caricias que llenaron de bálsamo sus corazones.  

Suya por contratoWhere stories live. Discover now