Capítulo 33

3 1 0
                                    

Definitivo

Al abrir mis ojos una gran luz molestó mi vista, así que los cerré al instante

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Al abrir mis ojos una gran luz molestó mi vista, así que los cerré al instante. No solo por eso, sino porque los siento pesados al igual que mi cuerpo.

Lo cual me parece extraño pues siento una superficie dura abajo mío.

Hace bastante frío.

—¿Dónde estoy?— Pregunto, tratando de abrir mis párpados —¿Y ella?

—Tranquilo, por favor, —dijo una voz masculina cerca de mi oído—. Los demás están a salvo— habló y me sentí más calmado al instante.

—Duele— logré articular al sentir un trapo húmedo cerca de la herida.

—Lo siento, —se disculpó—. ¿Algún familiar para notificarle en donde estará?— Indagó, y en ese instante me tensé.

¿Qué dirían mis padres? Me perderían la confianza que tantos años forjé.

Aunque, pensándolo bien creo que podría ser un momento —casi— perfecto para presentarle a Zayda. A pesar de todo lo pasado no creía que ella fuera capaz de semejante barbaridad.

—Mi... Mis padres— contesté antes de que todo se oscureciera otra vez.

Al despertar puedo escuchar varias voces, tanto lejos como cerca.

—Lean, cielo—. Un toque suave pude sentir en mi mano— ¿Cómo te sientes?

— Bien, mamá —a decir verdad en realidad me sentía mucho mejor, incluso el frío había desaparecido. Y la superficie dura ahora se sentía blanda y suave— ¿Y papá?

—Aquí estoy, Caley. —Estaba enojado, y no lo culpaba— ¿Por qué estamos en el hospital?

¿Había olvidado decirles que papá era un amor de persona siempre y cuando no estuviera enojado?

—¡No es momento de regaños! —Me defendió mi madre—. Ni preguntas.

—¡Pero no sé que hacía ahí! En aquel lugar tan... Lleno de leyendas. Fue peligroso, Lucy— demandó.

—Lo sé— suspiró mi mamá resignada, sonreí, no quería escuchar nada de regaños, solo abrazos si era posible que moverme no doliera—. Y tendrá un gran castigo —mi sonrisa se desvaneció al momento en que volteaba a verme —, pero dejemos eso para después.

La mirada reprobatoria que por unos segundos cruzó la mirada de ella, pasó a los ojos de mi padre.

—¿Te duele mucho, cielo?

Mi papá bufó, y el sonido pareció gracioso, embriagador y... Aún no estaba en mis cinco sentidos.

—Mi niño, perdón. Cuéntanos qué pasó, ¿necesitas algo?

—No, papá. Tengo mucha sed, solo eso— intentaba recordar, pero estos eran confusos.

—Buenas tardes, ¿cómo se encuentra el paciente? —Un señor no muy grande con barba y bata blanca entró al cuarto.

—Bien, dice que tiene mucha sed— habló mi mamá, y él anotó los datos en la tabla de madera que sostenía en su brazo.

—Doctor.

—¿Si?— Su mirada fue directo a la mía y después a los aparatos conectados a mi cuerpo.

—¿Y ella?— Pregunté en voz baja, no era pena ni vergüenza, pero me sentía hasta cierto punto defraudado. Mi curiosidad era mucha, ni siquiera debería de importarme ya.

Quería que conocieras a mi familia, Zayda.

Bueno, Lean... Entraron muchas personas, pero ya a todas están atendiendo. No hay de que preocuparse —sonrió a mis padres—. Pero si me la describes, podría ayudarte a decirte más específicamente cómo se encuentra.

—Zayda— hasta ahora caía en cuenta que no la conocía en absoluto —Lo siento, es lo único. Bueno —razoné—. Es pequeña, como un metro cincuenta, tiene el pelo largo y negro. Es robusta y... Unos ojos negros brillosos—. Me corté a mi mismo antes de seguir.

Son estos innecesarios, Lean.

El doctor checó entre sus papeles, mostrando una clara confusión en su rostro.

—¿Todo bien, doctor?— Mi madre pregunta al ver su ceño fruncido, pegándose más a mi padre. Él solo la abrazó.

—Lean, lo siento. No llegó nadie con ese nombre.

Mi cuerpo se tensó al escuchar aquello, era imposible. Ella estaba en el mismo cuarto que yo. ¿Cómo que no había llegado?

—Y tus descripciones tampoco me suenan, ¿sabías su edad?

Su pregunta por alguna razón me molesta, habla como si estuviera muerta.

—Doctor, ¿y una anciana?— Pregunto, controlando mi enojo. Tengo la necesidad de que me explique lo que había dicho, un escalofrío recorre mi cuello al repetirme sus palabras.

—Mi niño, ¿cómo te sientes?— Tía Eunice llega con una madera pequeña y girasoles en su interior. —¿Por qué estás metido en malos pasos?— Recarga sus brazos en su cadera, y deja el regalo en una mesa en frente mío—. Eso es porque no había nada más, y por portarte mal.

—Eunice. —La corta papá—. Mi hijo no está metido en malos pasos.

En la puerta puedo observar a mi primo tomado de la mano de una chica delgada y con un pelo largo color café claro, al verme me sonríe e instintivamente toca el hombro a su novio y él voltea a verme.

—Primo— saluda sin sonreír, parece enojado. —¿No lo leíste, cierto?— Suspira—. Ni siquiera investigaste más— me pega en la cabeza y después ríe— No vuelvas a meterte ahí.

—Eres raro, pero gracias. También te extrañé, me da gusto que no estés en mi lugar— sonreí irónico.

—¡Veraa!

—¡Veraa!

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Apr 06 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

AQUÍ ESTOY [DISPONIBLE EN INKITT]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora