Capítulo 24.

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Sentada en el sillón de la sala, Debby miraba la televisión apagada. Estaba confundida. No quería imaginar que todo había sido una mentira. Ansiaba escuchar la explicación de Zack, no pensaba levantarse de allí hasta sacarle toda la verdad. Él no le daría más excusas fingidas.

Al escuchar que entraba a la cabaña y cerraba con suavidad la puerta se estremeció.

—¿Estás bien? —preguntó él al sentarse a su lado. La miraba con detenimiento, para evaluar su estado de ánimo a través de las facciones de su rostro.

Ella asintió, sin apartar su atención de la pantalla oscura del televisor.

—Fue un paro cardiaco lo que acabó con Bradley. —Debby se giró para encararlo, con los ojos muy abiertos—. Me lo dijo el comisario. Chocó el auto contra un árbol y al salir, le dio el ataque. Es lo que hasta ahora maneja la policía como causa del hecho.

—¿Tú no lo asesinaste? —El frunció el ceño y le dirigió una mirada llena de reproches.

—Claro que no.

—Tenías... los zapatos llenos de lodo —lo acusó con la voz quebrada.

—Si no lo recuerdas, ayer llovió. Toda la maldita montaña está llena de lodo.

Con el rostro aún endurecido, él dirigió la mirada al televisor. Ella observó su perfil por unos segundos, una incipiente barba oscura comenzaba a cubrirle la mandíbula y los labios los tenía apretados.

—Te llamó Allan.

El silencio fluyó entre ellos. Zack relajó las facciones del rostro, pero no le dio la cara.

—Es mi verdadero nombre.

Un sentimiento de decepción se le agolpó a Debby en el pecho. Apartó la vista de él y respiró hondo para llenarse de fuerzas. Ese era el momento que necesitaba, la ocasión precisa para encontrar respuestas.

—Allan Kerrigan. El hombre que murió hace dos años.

—El mismo.

—Pero... no estás muerto.

Él la observó y le dedicó una sonrisa triste.

—No, no lo estoy. O al menos, eso creo.

—¿A qué te refieres?

—Respiro, pero no tengo una vida. Perdí mi identidad, mí pasado... todo.

El silencio volvió a reinar en la habitación. Ambos tenían la mirada perdida y los corazones agobiados.

—¿Qué te sucedió?

—Me asesinaron.

—¿Quién?

El hombre se tensó y pasó una mano por su cabello.

—Aún estoy... investigando —confesó. Debby lo observó confundida. Estaba ansiosa por respuestas, pero si lo presionaba demasiado lo que lograría sería silenciarlo.

—¿Cómo fue el... asesinato?

—Mi padre era abogado y trabajaba para el gobierno investigando casos de tráfico de drogas. Yo trabajaba para él y había encontrado evidencias que incriminaban a varios senadores en una red de narcotráfico. —Respiró hondo antes de continuar y se incorporó para subir un pie sobre el sillón y apoyar en la rodilla su codo. De esa manera se sostenía la cabeza, sobresaturada de conflictos—. Fui a Arkansas, a reunirme con un testigo que nos aportaría una confesión crucial para el caso. Al llegar al hotel, aproveché los minutos libres que tenía para tomar un Whiskey y descansar. Entraron dos sujetos y me golpearon hasta dejarme casi inconsciente. Estuvieron a punto de lanzarme por el balcón, pero fueron atacados por algo que les impidió culminar el crimen y le dio oportunidad a la policía de llegar a tiempo.

—¿Algo? —Debby lo escuchaba con mucha atención.

—Yo no pude darme cuenta de nada y los policías aseguran que lo único que había en el balcón eran unas palomas que dormían en el alfeizar.

Ella alzó las cejas. Por su mente pasaron todas las aves, que por una u otra situación, parecían haber enloquecido en ese lugar.

—Ahora formo parte del programa de protección de testigos del gobierno. Estoy condenado a vivir escondido, cambiar de residencia y de identidad cada seis meses. Es la única manera que tienen de garantizar mi integridad. El caso en el que nos metimos afecta a mucha gente poderosa.

Debby sintió el corazón estrujado en el pecho. Alzó una mano y le acarició los cabellos. Él se giró hacia ella con los ojos llenos de penas.

—Al morir mi padre me permitieron venir a la cabaña. Él falleció sin saber que yo vivía. Hubiera dado mi fracasada vida por haber estado un minuto junto a él antes de su muerte.

A ella se le empañaron los ojos con lágrimas. Se acercó y apoyó la cabeza en su pecho mientras él la abrazaba con fuerza.

—Mi vacía existencia se desarrollaba con normalidad hasta que tú llegaste.

Alzó el rostro y recibió de él un dulce beso en la frente.

—Y Bradley —completó.

—Sí. Y Bradley... —afirmó con reproche—.Ese hombre formaba parte de la organización que intentó asesinarme. —Ella se incorporó para observarlo impactada—. No saben cómo ni por qué me buscaban. Si para ellos, yo fui asesinado hace dos años.

—¿Habrán llegado hasta aquí por mí? —Debby no entendía por qué se sentía culpable. Él había mantenido su identidad oculta todo ese tiempo, hasta que ella llegó con su dolor y sus locuras y le puso el mundo patas para arriba.

—No sé, por eso te pido discreción. —Él le acarició el rostro y la observó con una creciente necesidad—. ¿Te quedarás?

Ella pestañeó varias veces y se incorporó en el sillón. No esperaba esa pregunta. Su interés por quedarse había sido para comprender lo que allí sucedía, y aunque ahora sabía quién era realmente él, su confesión no le aclaraba todas las dudas.

Su presencia en esa casa no parecía tener sentido. Sin embargo, eso no era lo que le gemía su corazón, mucho menos, la mirada de él.

—Me quedaré —le aseguró.

Él respiró de nuevo, la abrazó y se hundió en su boca. Saboreó sus labios y su lengua con hambre. Estaba ansioso por hacerla suya.

Le tomó la cabeza y cerró el puño entre sus cabellos para calmar la agitación.

—Entonces, ocupémonos de otras cosas —dijo mientras la alzaba para llevarla en brazos a la cama.

—Zack —dijo ella en medio de risas.

—Zack, no. Allan. Dilo.

—Está bien, Allan... Me costará acostumbrarme.

­­—No te preocupes, hoy te haré practicar mucho. Quiero que digas mi nombre mientras te hago el amor toda la noche.

—¡¿Toda la noche?! —exclamó alarmada en medio de más risas mientras él cruzaba la sala en dirección al pasillo de las habitaciones— Pero no hemos cenado. Tengo hambre.

—Tranquila, hay yogurt y mermelada.

—¿Eso comeremos?

—No. Con eso voy a untar mi cena —bromeó, al tiempo que hundía el rostro en sus pechos y le mordisqueaba con suavidad los pezones endurecidos.

—¡Allan!

—¿Ves? Ya estás aprendiendo, pero no es suficiente. Quiero más.

En medio de risas, besos y caricias, se dirigieron a la habitación. Sin notar que en el cuarto de los hermanos Kerrigan, la luz se encendía como por arte de magia.

Lo que oculta tu corazón (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora