Lily se rio y no vaciló en alzarse en puntita de pies para besarlo en los labios.

Él respondió gustoso a sus besos dulces. Le encantaban, porque le había enseñado otra forma de besar, desear y vincular.

La tomó por la nuca con las dos manos y se perdió en su boca por un largo rato.

Caminaron abrazados hasta el elevador para regresar a su piso a trabajar. Christopher recordó lo último que Lily le había dicho e indignado le preguntó:

—¿Acaso crees que haría algo ilegal?

Ella le miró divertida y se rio. También negó, pero ahogada con un ataque de risa.

—Yo, no lo sé... —La muchacha se rio más fuerte.

—Dios mio, soy un Rossi, y sé que tengo una reputación que cuidar, pero nunca con cosas ilegales... —se defendió—. Bueno, no tan ilegales...

Lily se rio más fuerte.

Se montaron en el elevador riendo.

—¿Y el contrato? —le recordó ella y se puso las manos en las caderas para enfrentarlo—. Estoy segura de que ese contrato es ilegal.

Rossi entrecerró los ojos y se llenó de satisfacción al recordar ese bendito contrato.

—El contrato es legal, señorita López —le confirmó firme—. Y me alegra que lo mencione. —Le sonrió malicioso—. Hay una cláusula en particular que me gustaría discutir con usted. —Lily se tensó. Él se mantuvo de piedra. Que bien se le daba manejar ciertos asuntos—. Reserve un salón privado en Hutong para la cena de esta noche.

Lily se mostró sorprendida al saber que la llevaría a Hutong, a degustar la gastronomía de Hong Kong.

Las puertas del elevador se abrieron en su piso y Rossi abandonó el ascensor pisando firme. Ella se echó a correr detrás de él y con curiosidad le preguntó:

—¿Esta noche? —Christopher la miró severo y asintió—. ¿Iremos a cenar? ¿Juntos? —insistió confundida.

Christopher se detuvo antes de entrar a su oficina para continuar con su trabajo.

—Cena de negocios, Señorita López —le dijo con ese tono que a ella la ponía a tiritar—. Negociaremos una nueva cláusula en su contrato.

Los ojos azules fríos la tocaron de forma diferente e, inexplicablemente, le fascinó.

Era su rigidez, su mirada despreciativa y su arrogancia, las que la hacían empapar sus lágrimas.

Estúpidas cataratas del Niágara.

—¿Tendré que sentarme en sus piernas? —preguntó inocente.

Rossi sonrió astuto. Como le volvía loco esa inocencia que él corrompía cada noche.

Más dura se le ponía la polla cuando descubría que aún tenía mucho por corromper.

—En mis piernas, señorita López y desnuda —le ordenó y con descaro masculino la miró de pies a cabeza.

Ella se ruborizó de golpe y no creyó sentirse tan intimidada bajo su mirada varonil.

Dios santo, si le conocía lugares que ni ella sabía que existían. La había explorado más que su ginecólogo. La había visto tan desnuda que, había llegado a creer que jamás volvería a sentirse así bajo sus ojos.

Pero allí estaba, otra vez, desnuda bajo su mirada azul fría y esa estúpida arrogancia que, sin embargo, Lily aborrecía, pero también la enloquecía.

Suya por contratoWhere stories live. Discover now