—Primero a mi casa —contestó Marcos, sin dejar de andar. Su farol resplandecía al frente del oscuro camino—, debes tener hambre así que prepararás algo de comida para los dos.

George no discutió al respecto, sin embargo, en su rostro se dibujó una sombra de disgusto que Marcos notó de inmediato.

—Solo bromeo —rió el pelinegro, mirándole de reojo—. No te preocupes, yo cocinaré.

George no dijo nada, aquello estaba completamente fuera de su interés, y lo menos que deseaba era sucumbir ante el extraño sentido del humor de Marcos.

—¿A donde iremos luego? —cuestionó al rato, no le gustaba aquel sentimiento de incertidumbre que comenzaba a rondar su cabeza.

—Saldremos del condado —respondió Marcos.

A George le inquietó la tranquilidad con la que su acompañante había dicho tal cosa, como si aquello fuese común y no un delito gravísimo que podría llevar a la ejecución a quienes lo cometían. Esperó a que este sonriera y diera señal que se trataba de otro estúpido chiste, pero no dió ni un atisbo. No estaba bromeando.

—¿Estás hablando en serio? —se detuvo de inmediato y alzó su farol hacía Marcos, quién le miraba con total serenidad—. ¿Qué mierdas estás diciendo? Eso es imposible, además de que estaríamos infringiendo la ley no sabemos que hay más allá de la frontera, puede ser peligroso.

—Lo es, es peligroso —accedió el muchacho, con una sonrisa afilada—, de la misma forma en que es peligroso que te quedes aquí. No hay diferencia alguna, Bernett.

George analizó las palabras de Marcos y aunque odiaba admitirlo, tenía razón. Tenía un farol rosado, estar allí ya era un peligro latente, quizás él era el verdadero peligro. Empezaba a considerarse cómo un error, y paso tras paso por las calles oscuras había construido en su mente la idea de que todo estaba mal en él. Y se desagradaba, le asqueaba sentirse diferente a los demás chicos.

Destructivamente empezaba a diferenciarse, analizando cada mínimo detalle que lo hacía distinto. Desde la forma en que respiraba hasta la forma en que movía sus manos cuando hablaba.

—¿Qué tienes en mente, Collins?

Marcos se ruborizó un poco, sus pómulos se alzaron y sus hoyuelos se hicieron evidente. Aquello le había gustado mucho, por primera vez George le había llamado por su apellido. Y era tonto y algo extraño, incluso él no lo entendía del todo, pero se sentía increíblemente bien.

—He escuchado y leído un par de cosas —murmuró, sin dejar de lado su sonrisa. Aquellos pensamientos extraños acechaban su mente—, hay una especie de sociedad pequeña a las afueras del condado y...

—¿Hablas de los exiliados? —le interrumpió George, algo exaltado, pero sin alzar mucho la voz. Aquello era un tema delicado.

La luz rosada del farol de George titubeó dejando en evidencia el caos de sentimientos que abrumaban al muchacho. Siempre había sido muy correcto, en casa, en el colegio, en sus conversaciones y aunque en su mente a veces nacían pensamientos inadecuados él se esforzaba por hacer que se esfumaran.

—Sí, aunque en líneas generales no son exiliados —puntualizó Marcos, quién parecía tener siempre una respuesta idónea para contraponerse a sus ideales moralistas—, ellos se marcharon por voluntad propia.

—Y no se les permitió regresar —repuso George, nada calmado—, y jamás lo permitirán porque fueron E-XI-LI-A-DOS.

Dicho tema le alteraba demasiado, le hacía recordar algo que siempre había intentando olvidar. Le recordaba a Hunter, su mejor amigo de niño, un exiliado más.

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⏰ Last updated: Mar 25 ⏰

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Incandescente [BL]Where stories live. Discover now