Adiós y hola

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Melisa y Natalia son amigas desde el colegio. Se conocieron en tercero básico y desde entonces son inseparables. Lo más loco de todo fue la manera en que se hicieron amigas; recién después de 3 años de ser compañeras, pero rara vez haber intercambiado miradas, menos aún palabras, Melissa se encontraba en el lavabo del baño de gimnasia de niñas, después de una dura clase de educación física. Estaba recién bañada, y necesitaba secarse el pelo. Natalia se aproxima al lavabo siguiente. Ella no necesitaba secarse el pelo urgentemente pues naturalmente su cabello tendía a permanecer poco tiempo húmedo, y con aquel calor y lo activa y saltarina que era la estrafalaria niña, usar secador era casi innecesario.

Aun así, al notar a Melissa en apuros, aun sin que ella se lo pidiese, recordó que guardaba en su mochila una secadora que su madre le hiciera llevar cada día de clases de gimnasia. A ella le parecía muy inútil pues al final ni lo usaba, pero cuando su madre le llevaba la contraria ante sus quejas, ella prefería callar y acatar. Al final del día, le gustaba al menos pensar que así su madre estaría un poco más tranquila. O eso le gustaba pensar. Le calmaba.


Cuando Natalia volvió y ahora tenía un secador en las manos, la cara de Melissa demostraba una indiscreta expresión de confusión y sorpresa, a lo que Natalia, en lo que sería su primera interacción, le dice: hemmm, creo que podría servirte.

Los ojos de Melissa se encendieron como dos faroles, y tomando el secador le da las gracias.

Natalia se coloca tímidamente a su lado para colocarse una coleta. Mira a Melissa y le dice: ¿nos vemos en la cancha?



Se miran y Natalia sale por la puerta. A partir de ese momento comenzó una amistad que duró años, tanto salidas como momentos difíciles y amargos. Todo las llevó al día actual, en que, sin que ninguna de las dos lograra entender realmente, todo aquello estaba por quedar como poco más que un recuerdo.

Melissa estaba lista, junto a su maleta roja que habían comprado juntas, para subirse al avión que estaba pronto a arribar.

Natalia la mira y le dice:

-¿Recuerdas este polerón? Tú me lo regalaste. Quiero darte esto para que me recuerdes siempre

Y de su pequeña mochila saca el mismo secador que le habría regalado años antes a su amiga.

-¿¿Cómo lo encontraste?? -pregunta Melissa incrédula.

-¿Recuerdas la ultima vez que estuviste en mi casa? Bueno, ninguna sabía que sería la última... -ambas miran al suelo melancólicamente por un momento- se te quedó esto.

-¡!!Lo sé lo sé!!! !!Por eso!! -Melissa no entendía pues su amiga sabía que había estado buscándolo por semanas desesperadamente por toda la casa.

-Iba a decírtelo... pero esa misma tarde me enteré... nos enteramos, por eso preferí guardarlo hasta este momento.

-Han pasado más de dos meses.

-Lo sé, pero ha sido doloroso para mí, para ambas. Es algo simbólico, ¿sabes? Puedes botarlo si quieres, o regalárselo a un señor cojo para que no te sermonee por 30 minutos -Melissa sonríe, y se seca las lágrimas, recordando una de sus cuantas anécdotas juntas.


Natalia la mira fijamente.

-No quiero que jamás me olvides Melissa

-No lo haré, no te olvidaré, lo prometo -ambas se abrazan fuerte y estrechamente.


Natalia no sabe lo que pasó después. Es como si hubiera ocurrido un salto en el tiempo. Solo sabe que cuando recuperó la conciencia estaba sentada mirando aviones despegando en un aeropuerto un viernes por la noche a la misma hora que solía estar preparándose junto a su amiga para salir a por aventuras cuando más jóvenes.

Sola.

Acompañada tan solo por el lazo, lo único que llenaba su mano, que habría usado el día que conoció a Melissa.

Quería regalárselo, por eso lo llevó consigo. Lo olvidó. Ya no importa. Tan solo queda esperar que no olvide jamás su amistad. ¿Pero cómo podría asegurarse? Eso no lo sabe. Tan solo queda esperar.

El AdiósWhere stories live. Discover now