1.

577 9 0
                                    

Llovía a cantaros y era solo mediodía formando un ambiente peculiar, una de las vistas más maravillosas y energizantes de las que hay que tomarse un minuto y apreciar porque es algo que no se verá a menudo, es preciosos y unos de los regalos de la naturaleza más insólitos que presenciar. Se tomó un segundo antes de concentrarse nuevamente en buscar la manera de salir de Boyeros y llegar hasta la Habana Vieja, al parecer un Chevrolet verde, un auténtico clásico que se anunciaba como taxi, era la opción más acertada.

El sonido del fino metal interactuando le salta a la mente una imagen, que le hizo desviar la mirada a su alrededor, instintivamente detuvo su andar... Aquella enigmática mujer estaba a pocos pasos de él observando también al exterior. Se fijó en cada detalle de su perfil al que tenía acceso visual. Cerraba los ojos e inspiraba, lucía en paz, con una ligera sonrisa dibujada. En medio de una aglomeración de personas, ella disfrutaba de su momento de su Cuba, de su olor y sus rarezas.

Era curiosa su comparación mental mirando a Cary y luego la curiosidad meteorológica. -Somos tan incompatibles como esta lluvia con sol... y por mucho que lo tenga claro no puedo dejar de mirarte.

Ella sentía la atracción que ejercía su deseo, aguantó un poco hasta que le miró justo directamente, no buscó, sabía perfectamente donde estaba y le sostuvo la mirada dedicándole una sonrisa hechizante que lo descolocó, le puso nervioso mientras ella disfrutaba de su juego mientras duró, ya que sus caminos se bifurcarían nuevamente.

Leandro contactó por internet una casa que se alquilaba en La Habana Vieja, justo frente al Paseo del Prado.

-Buenas tardes, soy Leandro Duncan, hablamos por teléfono. –Sostenía con una mano la enorme maleta y un bolso colgando de sus hombros del cual sacó unos folios impresos con su documentación.

-Buenas tardes, lo estaba esperando. –Un ébano de mujer, de unos cincuenta años conservaba unas curvas que hacían justicia a las populares criollitas, como le llamaban a las caricaturas de la sensualidad cubana. –Entra hijo, estás en tu casa.

Atravesaron el acogedor salón. Las puertas abiertas que daban al balcón permitían la entrada del ruido exterior, vehículos con su peculiar sinfonía disonante, risas y voces diversas. Una vez instalado en una de las habitaciones de la casona, en un segundo piso con vistas al paseo que resultaba un verdadero espectáculo advirtió la llegada de la buena mujer en su perfecto papel de anfitriona.

-Puede cerrar las puertas si le molesta el viento y la lluvia o el ruido si quieres descansar luego. –Percibiendo su mirada perdida hacia fuera. Quizás no estaba acostumbrado a tanto ajetreo.

-Muchas gracias pero está bien así, de hecho ha aminorado ahora. –Echó una ojeada por la decoración del dormitorio. Estaba fusionado en armoniosa imposición lo antiguo y lo moderno. Era la propensión de la necesidad y el ingenio, la tendencia preferida de los cubanos.

-Le estoy preparando un sabroso almuerzo, debes estar hambriento. –Esa señora nunca despintaba la sonrisa de su boca deslumbrando la blancura de sus dientes. Era capaz de organizar hasta la fuerza del viento y las tormentas.

Después de disfrutar aquel típico congrí con cerdo frito y plátano que estaba exquisito, ya no pudo resistirse a la brisa fresca de los árboles que inundaba la estancia combatiendo el agobiante calor caribeño, quedando profundamente dormido.

Leandro despertó después de un par de horas muy agitado. Con la respiración y el pulso acelerado, sudando a mares quedó sentado súbitamente en la cama. Hizo un recordatorio regresando a las imágenes que podría rescatar de su sueño y saber porque estaba en ese estado y la respuesta le enfadó y mucho.

Ver como si fuera una especie de fotograma aquellos ojos verdes, esa risa endiabladamente seductora, el sonido de las manillas y movimientos de caderas haciendo danzar aquellas holguras amarillas se tensó tanto que su pantalón le molestó en demasía. Decidió ir a por un baño helado y borrar aquellas visiones que sospechó no le sería fácil de conseguir.

Estando bajo el agua fría era, lo que necesitaba y que tampoco había otra opción, con el cuerpo cubierto de espuma y sin lograr relajarse aún, la ducha detiene su flujo. Sale con cuidado no caer y abre la puerta de la habitación cubierto por una toalla.

-¡Hola! –Nadie contestaba, se adentró más al salón. -¡Hola! Me he quedado sin agua en la ducha ¿Hay alguien en casa?

-Hay hijo ¡Cortaron el agua! Hacen esto a veces sin avisar. Ahora mismo te la cargo en un cubo para que termines de enjuagarte.

-Muchas gracias.

Decidió salir a caminar, conocer las calles, ver su gente y la alegría que mostraban al interactuar. Sobre los bancos de mármol se reunían personas de diferentes edades y sexos en grupos afines en sí, era curioso la música alta a cualquier hora del día y la noche. Cuatro jóvenes con uniforme azul y blanco bailaban una especie de son, intercambiándose las parejas al compás de la música, mientras los otros conversaban tranquilamente.

Sin darse cuenta tan siquiera llegó al emblemático malecón. Atardecía y el romanticismo del lugar le atrajo nuevamente a sus propios pensamientos y deseos. Deambuló absorto en los acordes de una guitarra que salían de un grupo cuando un chico pone letra a la melodía Lo que sentí, fue como un rayo en mi interior, que me sorprende el corazón, todo se rompe, todo estalla y algo acaba de morir. Para sentir otra manera de ser feliz, otra de manera de sufrir, otra manera de vivir lo que hasta ayer era reír. ... Era justo lo que estaba sintiendo. Quedó disfrutando de aquella tertulia auto-invitándose.

-¿Le gustó amigo? –Le preguntó el que tenía la guitarra.

-Sí, toca usted la guitarra muy bien y la canción es muy bonita. –Dirigiéndose al quién la cantó para darle la enhorabuena por hacerlo tan bien.

-¿No la conoce? Es de nuestro Pablo Milanés... "El primer amor"

-Ah no lo sabía.

-Quizás porque es ahora cuando la tenías que escuchar, así aprenderás a obedeces a tu corazón y saber que ya no te pertenece. –Un anciano mostraba una sonrisa en los labios pero con la seguridad de la certeza en la mirada, salió de la nada para dejarlo aún más confuso.

Siguió su camino, ya había tenido bastante por allí, salió a distraerse y solo estaba consiguiendo ofuscarse más, trastornar las ideas en su cabeza.

Era tarde ya pero quiso conocer la ruta E. Hemingway My mojito in La bodeguita, My daiquirí in El Floridita. Ciertamente tenía razón el escritor estadounidense. Disfrutar junto a su estatua de bronce de aquella bebida con ese sabor dulzón de la hierba buena y el limón en aquel ambiente bohemio, donde tantas personalidades dejaron plasmadas su huella, firmas, objetos de recuerdos y fotografía, era simplemente envolvente.

Terminó en El Floridita donde ya no supo hasta que hora ni cuantos daiquirís saboreó, esa sencilla bebida nacida en Santiago de Cuba se tenía bien merecida la fama mundial que la respaldaba. Al piano una joven deleitaba con la melodía "Danzas Afro-Cubanas pour piano de Ernesto Lecuona" un verdadero regalo para los oídos. Se dejó atrapar por la alegría del ambiente, las maracas, noche de sones y boleros.

LA HIJA DE OSHUNWhere stories live. Discover now