Capítulo 3: Olor Conocido

16 1 2
                                    

—Mm, ¿qué ha pasado? —digo mareada.

Mi cabeza me martillea de un modo que ni en mis peores resacas he sentido. Debo estar en una clínica porque perdí el conocimiento... Lo extraño es que no tengo ninguna sonda colocada y la cama se siente más mullida de lo normal para tratarse de una habitación médica.

Un aire cálido entra a través de las ventanas adornadas con cortinas envueltas con estampados de girasoles, acordes a las vistas de los limoneros y varios tulipanes del jardín exterior; en conjunto todo tiene un color amarillento. Aquel color, junto al olor, me da una sensación familiar. Se parece a los limoneros y naranjos plantados en el terreno de la casa de mis padres. ¿Habré vuelto a Valencia? No entiendo nada...

—¡Al fin despertaste! —Aparece un hombre con brazos bien fuertes y facciones rudas en su rostro redondeado.

—¿Q-quién eres? —musito atemorizada al observar a aquel hombre con cabello blanquecino, quizá se trate del médico—, ¿puedes darme el alta?

—Gaia, ¿sigues mal? —Sus ojos saltones se tornan tristes y respira algo intranquilo.

—No, me siento bien. ¿Por qué me llamas Gaia? Si me llamo Laura.

—Ay, pensé que dejarte descansar te ayudaría. Luego tendré que pedirle una pócima al curandero.

—No te preocupes —suelto apesadumbrada—, de verdad estoy bien.

—¿Estás segura? —sus iris azules se expanden mientras moquea por su nariz grande de un modo bastante infantil.

—Sí, solo ando algo cansada. —Debo tranquilizarle para no verle tan triste, además quiero aprovechar este tiempo para investigar más sobre este lugar.

—Está bien, cielo. —Besa mi frente para luego colocarse una máscara de protección con la que cubre toda su cara.

Tiene dos aberturas ovaladas acristalas de color morado en sus ojos y un orificio alargado por el que puede respirar. Hace ruidos tan profundos y sonoros que me recuerda a una mosca gigante. Me sabe mal verlo así y mientras me arrepiento por ello él se despide de mí con la mano. No puedo verle pero siento una gran sonrisa en su rostro.

Levanto mis piernas dificultosa una vez escucho la puerta hacer un ruido estridente. Apoyo mis manos sobre la almohada al desestabilizarme con el peso de mi cuerpo. ¡Qué me ocurre! Esto es demasiado extraño.

—¿Por qué llevo esta ropa puesta? —musito extrañada al observar el vestido blanco sin mangas y con ondas, lleno de símbolos florales desde el escote hasta el final de mis rodillas.

¿Me habré cambiado al llegar aquí? Todo esto es muy extraño. Ahora huele extraño, de un modo inusual desaparece aquella brisa envuelta de primavera. Solo queda un regusto amargo con un ligero toque amaderado. Alarmada observo hacia todas las direcciones posibles, pero por suerte no parece haber ningún indicio de un posible incendio.

—Menos mal —comento alegre mientras me recuesto en la cama.

Me da por observar el techo y luego me doy cuenta del reloj celeste que tengo sobre mi muñeca.

—Maldito cachivache, tú eres el causante de todo.

Parece que aquello le ha hecho enfurecer porque las manecillas empiezan a girar de un modo violento. Cada vez se mueven más rápido y un torbellino en miniatura se forma dentro del cristal protector. Gira en varias ocasiones donde las horas se mueven como si fuesen simples segundos hasta pararse sobre la hora: dos y doce.

—¡Pero qué? —Una niebla surge del exterior de ese condenado objeto y aquello me aterra.

La última vez perdí la conciencia y he llegado a este extraño lugar. ¿Qué me sucederá ahora? En esta ocasión el vapor se encuentra dividido entre dos colores: un fucsia bastante chillón sumado a un verde muy claro, similar al del césped iluminado por la luz del sol que surge al mediodía. Vuelvo a cerrar los párpados y es en estos momentos donde agradezco haber regresado a la cama. De lo contrario, volvería a caer al suelo. Y ya me duele todo demasiado. ¿Cuánto tiempo habrá pasado desde aquel porrazo?


Dualidad temporalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora