—Porque sí —soltó Megumi, nervioso. Tragó saliva, notando una ola de calor en las mejillas —. Porque... nos divertíamos.

—Oh. ¿No te diviertes lo suficiente cuando sales con tus amigos por las tardes? ¿No es suficiente ir con ellos a la biblioteca, a comprar, a tomar algo, que tienes que saltarte las clases también?

Silencio. Megumi estaba rojo, ni siquiera tenía fuerzas para gritarle, como sucedía otras veces.

—Y, no contento con eso, te ibas del instituto —continuó Toji —. Te ibas, ¿a dónde? ¿Se puede saber qué demonios tenías en la cabeza? ¿Qué parte de que nadie sepa dónde estás y que te pueda pasar algo es divertida, Megumi? Explícamelo, porque yo no lo sé.

—Nos íbamos a tomar algo por ahí... o al parque —Megumi doblaba las esquinas de las hojas, hablando en voz baja —. Nunca nos pasó nada, nunca...

—Nos —enfatizó Toji, porque ese era otro punto importante de la conversación.

—Nos. Sukuna y yo.

Ese maldito mocoso de mierda, joder. Tenía ganas de agarrarlo del pelo y estamparle la cabeza contra cualquier pared. De verdad, Toji no sabía qué demonios veía Megumi en alguien como Sukuna para dedicarle tanto estúpido tiempo.

—Fue idea suya, ¿verdad?

Megumi se encogió de hombros. Eso era un sí en cualquier idioma. Toji le quitó la hoja que el chico doblaba y se fijó en lo que ponía. Eran las notas de parciales de inglés y lengua japonesa. Había suspendido inglés con una nota lamentable, y había aprobado japonés por los pelos.

—Mira —Toji se apretó el puente de la nariz, estresado —. Me da igual que suspendas algún que otro examen, ¿entiendes? Sé que tienes tus días y que hay cosas que salen mejor o peor. Yo no te pediré que seas perfecto, nunca lo he hecho, lo sabes. Me basta con que seas un chico responsable. Pero, si has suspendido porque te has saltado las clases las cosas cambian.

Eran las clases de inglés las que solían saltarse. Sukuna odiaba el inglés y a él no se le daba especialmente bien, así que se iban a los baños, o escapaban por la ventana.

—Sí —confesó, porque sabía que su padre no dejaría de insistir hasta que le contara todo —. Suspendí porque nos saltamos las clases y luego no entendía nada...

—¿Y por qué no pediste ayuda?

—¿Qué? —Megumi lo miró, frunciendo el ceño.

—¿Por qué no pediste ayuda a la profesora? ¿O a mí? —Toji dejó la hoja sobre la mesa. Agarró una silla y se sentó al lado de su hijo —. ¿Te conformaste con no entender las cosas y ya está?

—No... no sé.

—¿De verdad te saltaste tantas clases?

Megumi apretó los labios y no respondió. Mirándolo de cerca, podían apreciarse los surcos húmedos en sus mejillas. Había estado llorando durante el camino de vuelta.

Toji suspiró larga y tediosamente. Miró el reloj. Aún no eran ni las diez de la mañana, pero tendría que ir a trabajar y, por ende, dejar al crío solo. Ahora desconfiaba de él. Si había escapado del instituto, ¿quien le aseguraba que nunca hubiera intentado escaparse de casa?

—Organiza esos ejercicios para repartirlos de aquí al domingo —ordenó, señalando la carpeta —. Quiero que me des tu teléfono cada vez que te pongas a hacer la tanda diaria y te lo devolveré cuando me enseñes que la has acabado. Por la noche también quiero que me des tu teléfono. No quiero que te vayas a dormir tarde.

—¿... quieres que te dé mi contraseña también? —la voz de Megumi adquirió un tono angustioso. Una sombra de miedo cruzó sus ojos.

—No, claro que no. Sólo quiero que no te distraigas mientras trabajas. Podrás recuperarlo después y hacer lo que quieras con él. Pero nada de salir con tus amigos durante esta semana.

Balaclava || TojiSatoWhere stories live. Discover now