~Capítulo 3. Deja un camino de migajas para volver a casa~

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—¡Hansel, Hansel!

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—¡Hansel, Hansel!

Todavía pienso en ese día cuando miro mi reflejo sobre el agua o algún cristal y me recuerdo que mis ojos son muy parecidos a los de él. De un tono verdoso que, a la luz, se torna gris. Yo los hago lucir aburridos y genéricos; Hansel tenía el tono verde lleno de determinación.

—No podemos salir —siempre me decía con la voz tranquila y serena, como si no oyerámos a nuestros padres gritarse fuera de nuestra habitación—, es más seguro aquí...

Y en respuesta yo lloraba y repetía su nombre como una mantra.

Hansel...

Pasaba casi cada día.

Se había vuelto una rutina enferma y podrida que me hacía sentir punzadas en el corazón. Pero no podíamos hacer nada.

Pensarías que Hansel es mucho mayor que yo por la forma en que tomó control de la situación... Sin embargo, eso sería una mentira. Soy menor solo por un año y medio. A veces es vergonzoso admitirlo, porque implica explicar porqué dejé que alguien que tenía nueve años mientras yo tenía ocho me consolara y se viera forzado a asumir el rol de un adulto.

Sé que jamás tuvo la confianza de sentirse vulnerable conmigo. Él tenía que ser el fuerte. Él nunca lloraba. Él me decía que todo estaría bien. Él simplemente se mantenía tranquilo y lo soportaba todo.

Nunca fuimos los dos contra el mundo. Siempre fue él y yo detrás. Yo escondido porque me llenaba el miedo.

¿Cómo eso no iba a romperlo?

Y afuera los escuchábamos.

Trataba de no hacerlo. Trataba de cubrirme los oídos; me causaba un profundo terror escuchar a mi padre llamar de todo tipo de formas despectivas a nuestra madre mientras ella no podía defenderse. No es que no pudiera, pero todos sabíamos que era más sabio mantener las cabezas bajas para no hacerlo explotar.

Tal vez el hecho de que nunca lo hubiésemos enfrentado solo le hacía creer que podía seguir tratándonos de ese modo.

Aunque, en realidad, ¿qué podríamos haber hecho?

Golpes, gritos. Él aventó un jarrón que se estrelló contra la pared y cuyo ruido resonó en nuestra habitación. Ella gritó y le pidió que se detuviera porque nos estaba asustando, pero... ¿cuándo le había importado eso a él?

—No pasa nada —dijo Hansel para distraerme—, no entrará aquí.

Y a pesar de su tono, yo sabía que él moría por intervenir. Y lo sabía por la forma en que miraba hacia la puerta y apretaba los puños. Lo sabía porque, cuando nuestro padre se iba a trabajar, él era quien iba hasta la cocina para consolar a nuestra madre. Lo sabía porque él me lo había dicho.

Si pudiera, lo mataría.

Y eso me asustaba.

Y sin embargo, Hansel se esforzó por hacerme olvidar las atrocidades que pasaban y que todos los vecinos pasaban por alto. Y, como tenía por costumbre, sacó de debajo de la cama el único cuento que teníamos.

En Busca de Un Felices Para SiempreWhere stories live. Discover now