—Así me gusta —asintió la Codicia al mismo tiempo que masajeaba y estrujaba las nalgas expuestas de su empleado—. Que seas una zorra sumisa y obediente, es lo mínimo que espero además de lealtad.

Mammon lo nalgueó en señal de resolución. Fizzarolli jadeó al sentirse en su límite y, cuando sintió que Mammon se apartaba y caminaba lejos con intención de abandonar el camerino, se dejó caer de rodillas en el suelo.

—Pórtate bien si no quieres ser castigado, no seas un bebé rebelde. ¿Entendido? —fue la última orden de su gran jefe antes de irse.

Había un par de robots esperándolo en la entrada. Ambas Fizzy's de colores verdosos, pequeñas cinturas y grandes pechos se rieron al unísono y se colgaron de los costados de su jefe de una manera sensual, mostrando miradas indecentes hacia el cruel de su amo.

—Si, señor —le respondió Fizz cuando cerró la puerta del camarín y lo dejó solo.

Fizzarolli se sostuvo del borde de la mesa, reposó su frente contra la madera, cerró sus ojos y permaneció jadeante y muy afectado luego del episodio. No era la primera vez, no sería la última. Siete años trabajando activamente con Mammon se trataba de eso.

Y como todas las veces, debía recomponerse. Se levantó retomando fuerzas y se miró al espejo que tenía en frente. Se veía mal, pero no había nada que un poco de maquillaje costoso y que ropa de marca no cubrieran el desastre que era. Después de todo, Fizzarolli aprendió sobre las apariencias y la falsedad de la farándula al poco tiempo de debutar en el mundo del espectáculo.

Terminó de vestirse en su camerino, cubrió su cuerpo con las pieles más costosas del infierno, provenientes del círculo de la Codicia, se colocó unos lentes oscuros y salió de allí.

Al atravesar las bambalinas, se encontró con los bufones cantantes, artistas y todo tipo de payasos que contribuían en su acto. Todos lo saludaron con efusividad, los demonios siempre despidiendo con un aplauso a la estrella principal de los actos al terminar los ensayos.

Todos los hellhounds y súcubos eran complementos esenciales en cada área y Fizzarolli tenía una relación bastante buena con la mayoría. Aquel teatro situado en Codicia resultaba ser el más costoso y enorme, cortesía de Mammon. Y cuando se trataba de actos de circo, era modernizado por los escenógrafos y toda la mano de obra contratada. Generalmente los empleados de Mammon se movilizaban de un lado a otro cuando los shows se volvían giras por los distintos anillos de infierno y debían transportar cada parte hacia lugares lejanos.

El imp miró por arriba de su hombro a por lo menos una docena de robo Fizzy's ayudando a los trabajadores a ensamblar y pintar escenografia. Otros también se mantenían en el escenario de la cúpula teatral recibiendo órdenes, ya que eran parte de sus actos musicales de vez en cuando. Esos robots eran útiles, con cada función. Pero si pensaba mucho en ellos y en la manera perversa en las que eran vestidos con tan poca ropa aunque fuera solo para ayudar, se sentiría afectado.

Fizzarolli encendió un cigarro y se lo llevó a los labios. Su condición atlética y parte de su estilo de vida saludable no le permitía tener vicios. Se daba ese gusto cuando el imbécil de Mammon venía a estresarlo y a presionarlo. Bajo sus lentes negros que casi cubrían la mitad de su rostro, Fizz ocultaba esas grandes ojeras negras que eran señal de agotamiento por tener que trabajar en sus actos, ensayar hasta las madrugadas y no dormir como las personas normales.

Fizzarolli no era demasiado consciente de su arruinada situación actual, la euforia de volverse una estrella reconocida y de lidiar con esa fama no le daba espacio mental para acumular más preocupaciones. Él logró exactamente lo que había soñado, era popular, las marcas comerciales firmaban contratos a lo loco para obtener su imagen y no había rincón en el infierno que no tuviera un cartel comercial con sus imágenes, vendiendo productos o promocionando mierdas sexuales.

Una limusina llegó a la entrada del teatro.

Fizzarolli salió por las grandes puertas, los paparazzi estaban esperando su salida como si fueran una manada de animales salvajes con cámaras entre sus manos. Los flashes eran fuertes y las preguntas incesantes, molestas y repetitivas.

Todas tenían que ver con Asmodeus, el rey del anillo de la Lujuria. Fizz no se inmutó por los flashes, sus lentes eran lo suficientemente oscuros para soportarlos. No fingió una sonrisa, no les debía nada a ese conjunto de parásitos que solo querían chuparle la sangre con tal de obtener un titular. Confirmar su relación con Asmodeus jamás fue una opción desde que empezaron a vivir juntos.

Exhaló algo del humo de su cigarro, se escabulló con el perfecto control de sus extensiones metálicas y elásticas y saltó a centímetros de la limusina. Abrió la puerta, entró evadiendo la multitud y dio solo un par de golpes contra el asiento de adelante para que el chofer arrancara.

Cuando bajó un poco el cristal de la ventana del vehículo, largó humo gris de sus labios y mantuvo su cigarro entre sus dedos. Podía ser él mismo en la soledad de la limusina. Podía permitirse sentirse cansado sin recriminaciones.

A pesar de lo duro que era a veces, observó el paisaje de la ciudad hasta llegar a Lujuria, su verdadera tierra. Parte de los negocios que compartía con Ozzie también se trataban de promocionar lencería o juguetes. Y aunque fue Mammon el que quiso que al menos aprovecharan esa oportunidad para vender juntos y darle parte de las ganancias, al igual que con los Fizzy's, Fizzarolli sonrió al ver los grandes carteles de publicidades junto a Ozzie.

Comenzó a sonreír feliz al verlo. Y eso era porque no importaba qué clase de circunstancias o abuso recibiera, si Ozzie seguía a su lado, nada más importaba. Podría resistir cualquier cosa, podría ser capaz de enfrentar cualquier calamidad. Y eso era porque lo amaba y estaba con él.

Estaba volviendo a su hogar, al hogar que construyó junto a Asmodeus desde hacía poco más de siete años. Al lugar que ambos compartían como pareja, como novios, como personas que de verdad se amaban. Volvería a sus brazos luego de un día de ensayos muy atenuante y luego de ver a Mammon.

Todo valía la pena si al final del día podía verlo. Cuando estaba con Ozzie, cada gota de dolor se esfumaba y solo podía ser sostenido y colmado por esa alegría que le hacía sentir.

Fizzarolli posó sus manos sobre el vidrio polarizado de la limusina con una sonrisa llena de esperanza y amor al apreciar el último cartel gigante que vislumbró, en el cual ambos eran protagonistas luego de su incorporación en Ozzie's.

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