✤❯| II |❮✤

11 2 0
                                    


La estrella del día alcanzó su cenit cuando la escolta divisó la caravana. El general Ironhart los encaminó hasta la entrada, donde un guardia de aspecto sencillo los detuvo.

—Venimos en nombre del emperador Hilzeck para escoltar a sus príncipes a la ciudad capital. —Ironhart hizo un ademán hacia el príncipe Chramet, quien le entregó una tablilla con el emblema de la familia real.

El guardia la observó un momento, comprobando que esta sea real. Luego, al asegurarse, juntó las manos hacia Chramet en un sutil gesto de respeto.

—Pueden seguir adelante, Yue les acompañará. —Al ser mencionado, un joven apareció de la nada junto a él y lideró el camino.

Doce carpas amplias ordenaron un círculo en el claro del bosque. En el centro, yacía desplegada, una tienda de mayor tamaño teñida por los suaves tonos del ultramar, las cortinas estaban juntas y dos guardias custodiaron la entrada. Sobre el mástil de la tienda la bandera volquiana ondeaba majestuosamente. Yacía un dragón, alado, esculpido con líneas elegantes y frágiles enroscado alrededor de la luna creciente. La criatura mística parecía danzar en el negro oscuro de la tela, rodeado por los símbolos de los cuatro elementos: tierra, agua, aire, fuego. Representaban las cuatro columnas que sostienen la dinastía Qedo desde la fundación del imperio.

Yue movió la punta del dedo índice hacia la izquierda y recibió un gesto similar por parte de los soldados que custodiaban la tienda. Ante la negativa, llevó a los skabianos a la parte este del campamento. Había alrededor de cincuenta volquianos; entre sirvientes y guardias, cada uno ocupado en alguna tarea afanosa traída por el desplazamiento. Curiosamente, aun con el ajetreo de la escena, reinaba un silencio estático.

Las personas los veían pasar, algunos ojos curiosos se detuvieron sobre ellos, detallándoles con atención y, cuando fueron descubiertos, rápidamente continuaron con sus labores.

Aramis se mofó de esto tan pronto fueron acomodados en una carpa; sin embargo, la atención de los demás fue captada por el lugar, dejándolo de lado. La tienda era simple, tenía un par de cortinas que dividían el espacio en dos partes. En la zona exterior fueron colocadas tres mesas sobre gruesas alfombras, donde había té y vasos. En la parte interna, había un amplio diván y un escritorio con papel y tinta. La tienda no era pequeña, pero sí justa para un grupo de quince jóvenes y un viejo general acostumbrado a los lujos de la nobleza.

—¿Qué es esto? —Dalcar tomó dos piezas en su mano y se las mostró. Una de las piedras era pequeña y ovalada mientras que la otra era plana y grande.

—Es solo un molinillo de tinta, tonto. —Kalzar golpeó la cabeza de su hermano sin ejercer mucha fuerza.

Dalcar se rascó y dejó las piezas sobre la mesa.

—No me culpes, ese monillo es extraño.

—Es igual a todos los molinillos de tinta, solo está tallado —contrastó Elonias mientras le observaba de forma burlesca.

El murmullo de las risas molestó al joven Razerot, pero no dijo nada para quejarse, después de todo, Kalzar tenía razón; era un estúpido molinillo.

El príncipe Chramet permaneció de pie en la entrada. Tenía un porte firme y una expresión apática. La brisa remolinaba la rizada cabellera rojiza que constantemente, impulsada por la corriente de aire, se le adhería al rostro. La gélida mirada de sus ojos grises seguía el movimiento dentro de la carpa, pero sus oídos captaron una lejana melodía traída allí por el viento.

Aramis se acercó a él.

—Príncipe, ¿le gustaría tomar asiento? Hay un diván en la parte interior de la tienda. —Su características sonrisa ligera con sus hoyuelos marcados colgaba de sus labios al hablar—. Ha de estar cansado de tan largo viaje y pronto debemos volver a partir. Es recomendable que descanse un poco como es debido.

Almas Errantes || BL ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora