otra madrugada

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Esa semana, Fukuzawa Yukichi tuvo como cliente a la hija de una familia rica proveniente de Noruega. Ellos tenían negocios en la industria pesquera y ella había venido, básicamente, de paseo. Así que Fukuzawa la acompañaba a todas partes.

La última noche en Japón, la joven le había dado accesorios y ropa nueva para llevarlo a una discoteca, por lo que tuvo que dejar atrás el kimono y la katana, la cual ya no utilizaba pero tampoco le gustaba tenerla lejos.

Una vez en el club, sus sentidos fueron eclipsados por la música, las luces cegadoras y el gentío borracho. La camisa blanca y el pantalón negro ya estaban manchados por gotas de alcohol y con cada empujón se culpaba por haber aceptado ese trabajo. Él era simple, no necesitaba un reloj que adornara su muñeca ni anillos que entorpecieran sus deberes, pero no quiso contradecirla; Fukuzawa era débil a los deseos ajenos.

A pesar de que no percibía ninguna amenaza real y de que sus ojos se habían acostumbrado a las luces bajas, se acercó a ella y le habló al oído.

—Señorita —dijo en un tosco inglés—, es hora de irnos.

Ella lo miró y sonrió mientras lo tomaba de ambas manos, con clara intención de sacarlo a bailar.

—¡Pero acabamos de llegar! —gritó sobre la música—. ¡Tú también puedes pasarla bien!

La chica no utilizaba ningún tipo de formalidad con él, había argumentado que se llevaban pocos años y que Fukuzawa apenas había cumplido treinta, que todavía podía considerarse un veinteañero.

—Ya la acompañé a todos los lugares a los que quiso ir, así que por favor, regresemos.

Ella se acercó más a su rostro—. Jaja, no entendí nada. No importa, ve e intenta divertirte, por eso te traje aquí hoy —Lo soltó para irse a bailar con una muchacha.

Fukuzawa suspiró. No había llegado a darse la vuelta cuando sintió una fuente de poder conocida. Era sutil, pero no importaba cuánto lo escondiera su dueño, Fukuzawa lo reconocía.

Le hacía cosquillas en la nuca.

No sabía, ni tenía por qué saber, que Mori Ougai frecuentaba lugares como este. En un gesto automático levantó la cabeza con clara intención de buscarlo. Quería ver qué clase de ropa vestía, con quién iba acompañado o si se le daba bien bailar.

Le intrigaba y lo distraía. Su lengua picó.

Me distraes, necesitaba sacarlo. Sin embargo, a menos que se concentraran y persiguieran la fuente de su poder, era improbable que se cruzaran entre tanta gente. Tampoco sabía si Mori lo había sentido o si lo buscaría. No había razón para hacerlo, de todas formas.

En un intento por volver al trabajo, centró su atención en la cliente que debía proteger, pero no le resultó apropiado observar insistentemente a una mujer mientras bailaba.

Se decidió por utilizar otros sentidos. La vista quedó descartada. Luego, pam, otro empujón y a Fukuzawa casi se le terminó la paciencia.

—Lo siento, jaja.

Por su reacción, parecía casualidad. A Fukuzawa le gustó pensar que eran inherentes sin importar las circunstancias.

Mori llevaba el cabello recogido en una pequeña coleta y una sonrisa que parecía la más tonta del planeta. Vestía jeans rasgados y una camisa oscura y suelta, con los primeros botones desprendidos. Los ojos de Fukuzawa se desviaron hacia sus clavículas, luego a su pecho y, desde su punto de vista más alto, le pareció ver algo brillar. ¿Eran piercings en los pezones? Tragó saliva, le dolió percibir el gusto por eso.

Antes, en el pasado #FukuMoriDove le storie prendono vita. Scoprilo ora