Tres

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La última vez que Zoro vió a su hermana, fue cuando tenía seis años y los dos vivían en la triste y deprimente casa con su padre borracho, que todas las noches solía llegar a golpear a alguien.

Normalmente, Zoro se ponía a defender a Monet, de entonces quince años, y se llevaba gran parte de los golpes.

Pero al pequeño omega no le importaba para nada, porque Monet era su linda hermanita que nadie debía tocar. La única en ese mundo que lo protegía y le sonreía todavía con cariño. Ese fue el único cariño que Zoro conocía, así que lo debía cuidar totalmente, a pesar de que muchas veces Monet le gritara que por su culpa se quedaron sin mamá, que por él estaban en esa situación.

Zoro siempre le perdonaba todo lo que le gritaba cuando las cosas iban mal, porque creía que su hermana no lo decía en serio. Le perdonaba todo, pues Monet a veces le llevaba comida, le daba una caricia en el cabello, y se sentía querido con esos simples gestos.

Sin embargo, Monet un día llegó saltando, diciendo que le ofrecieron un puesto de trabajo en una fábrica, y que debía irse de ese lugar. Zoro lloró, gritó e hizo un berrinche diciendo que no quería que se fuera, pero no sirvió de nada.

Monet hizo sus maletas cuando su padre no estaba, y Zoro la dejó ir bajo la promesa de que ella volvería por él y tendrían la vida que siempre quisieron.

Por supuesto, Monet nunca volvió. Pero Zoro lo entendió siete años después, cuando su padre lo echó de la casa, y no tuvo a nadie más en el mundo.

Monet se marchó para siempre y nunca volvería por él.

Porque, ¿quién querría hacerse cargo de un patético omega hombre?

Tama gimoteaba en sus brazos, sin comprender un poco el estado de shock en el que estaba su mami luego de volver a casa y echarse sobre el sillón. Sin embargo, Zoro se limitó a apretarlo más, buscando aferrarse a algo desesperadamente.

Ver a Monet hizo que algo dentro de él se removiera. Ese pasado que creía enterrado estaba saliendo a flote otra vez, y no quería eso. Cualquier cosa menos eso.

Y haber escuchado a Monet decir que era prometida de Law hizo que un dolor sordo se instalara en su pecho, como si algo lo hubiera atravesado, lo hubiera roto por completo.

No sabía porqué se sentía así, considerando que no quería casarse con Law, considerando que ellos no eran nada. Considerando que apenas lo conocía.

Pero Law lo trató tan bien, lo miraba con tanto cariño, que Zoro no podía evitar querer ansiar un poco más de eso. Buscar un poco más de ternura.

—¿Mami? —miró a Tama, que hacía un puchero— No tiste. Favo.

—¡No estoy triste! —mintió, comenzando a darle besos en sus regordetas mejillas —Es sólo que me entró algo en el ojo.

Tama lo miró con expresión de no creerle nada, sin embargo, no dijo algo tampoco, sólo ocultó su rostro en el cuello del omega.

Zoro sabía que su bebé iba a ser una omega, como él. No era necesario hacerle exámenes para que se le dijeran, se notaba en su forma de comportarse, en la manera en que todo el mundo alrededor de él actuaba. El sólo hecho de que Toko y Momonosuke le prestaran más atención de la debida decía ya lo que era.

Unos minutos después, tocaron a la puerta trasera, en la cocina.

Zoro se hizo bolita, tratando de ignorar los ruidos que volvieron a resonar. Ver a Law en ese momento no era lo mejor, porque se sentía triste, asustado, y cuando se sentía así, solía buscar cariño en todas partes.

𝐤𝐢𝐥𝐢𝐠¹ › 𝗅𝖺𝗐𝗓𝗈Where stories live. Discover now