Capítulo 31

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Soy yo

Lo que pasó fue sumamente aterrador, incluso más que ver que Zayda ya no estaba conmigo

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Lo que pasó fue sumamente aterrador, incluso más que ver que Zayda ya no estaba conmigo.

Un señor corpulento, alto y no muy joven, estaba vestido de un pantalón de mezclilla y una larga camisa negra.

En una de sus manos sostenía un arma de metal, mi cuerpo tembló al instante de verlo. Mi ojos bonitos no dejaba de llorar, mas no se movía de aquel lugar donde se encontraba. Aunque estuviera tan cerca de él, tan vulnerable.

Antes de poder hacer cualquier cosa, poder gritarle, llorar o aventarle algo, aquel sujeto sonrió. Tomando de la muñeca fuertemente a ella.

A mi niña.

Su sonrisa era perturbadora, solo me miraba. Ni siquiera la miró a ella al tomarla, solo a mí.

—¿Qué tal, Echeverri?— su voz era rasposa, fría, hacía que todo el cuerpo se me helara—. Entiendo lo que sientes, pero no te preocupes —dio un paso adentrándose al cuarto, su tono de voz era sarcástico. Zayda cerró sus ojos con fuerza, mientras lágrimas salías de estos y gimoteaba como una niña pequeña.

—¡Aléjate!— grité al ver sus intenciones de acercarse. Él solo ríe, y mis ojos iban de la muñeca de mi ojos bonitos a mí. Mis brazos temblaban, quería hacer algo para que ella pudiera salir de esta— No te atrevas a acercarte, y aléjate de ella, maldito. Zayda, ven— ordené, extendiéndole la mano.

Volvió a sonreír y volteó a verla, soltándola— Mi niña... —su cara en un principio fue de susto, después casi de inmediato, cambio. Sus ojos brillaron— Hace tanto que...

¿Qué mierda estaba pasando?

—¡No la toques!— advertí, antes de que intentara limpiar sus lágrimas. Ahora tomé las fuerzas necesarias como para sostener el metal con más seguridad—. Zayda, ven.

El sujeto sonreía como si esto fuera una escena graciosa— ¿Quieres ir con nuestro pequeño? Ve, corre, Zayda. Adelante

—Que te alejes de ella ahora mismo. —Mantuve mi voz firme, mi mirada en ella haciendo que por fin me viera a los ojos —, Zayda, que vengas.

Su mirada mostraba culpa, ¿qué pasaba?

Mi entrecejo volvió a fruncirse ligeramente y un hueco en mi estómago empezó a formarse.

—Zayda, por favor, —pedí— ojos bonitos... —Lleno de esperanzas hablé, las mismas que en segundos se esfumaron.

—Perdón. —Mencionó en un susurro.

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