La cuarta esposa: «la yegua de Flandes».

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Al poco tiempo de morir Jane Seymour Enrique comenzó a buscar una mujer que la sustituyese

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Al poco tiempo de morir Jane Seymour Enrique comenzó a buscar una mujer que la sustituyese. La primera elección fue la hija del depuesto Cristián II de Dinamarca, sobrina del emperador Carlos y sobrina nieta de Catalina de Aragón —Cristina—, de tan solo dieciséis años. Era viuda del duque de Milán desde los quince años, y, como es lógico, no sentía ningún entusiasmo por unirse a un monstruo como el rey inglés.

     La joven escribió de Enrique:

     «Su Consejo sospechaba que su tía abuela había sido envenenada, la segunda esposa del rey había sido ejecutada y la tercera se había perdido por falta de cuidados en su lecho de parto».

     Pero, pese a su rechazo, fue diplomática. Argumentó que haría lo que el emperador le ordenase, aunque a este le dejó muy claro que le desagradaba.

     Se rumoreaba que efectuó el siguiente comentario:

«Si tuviera dos cabezas pondría una al servicio de Su Gracia».

     Así que, despechado, Enrique volvió la mirada hacia Francia. Había al menos cinco princesas francesas por las que mostró interés y le propuso al monarca galo reunirlas a todas en Calais para así elegir entre ellas. Francisco le hizo ver que había ido muy lejos y le replicó que en su país no era costumbre que sus damas desfilaran en una revista como en una venta de caballos. Aceptaría enviar a una de las chicas a Calais, la que Enrique le dijese, pero ninguna más.

     Luego el rey se obstinó en que quería casarse con María de Guisa, que estaba prometida a su sobrino el rey de Escocia. Sedujo a la madre de la muchacha para que aceptara y ella estuvo a punto de ceder, pero Francisco I no lo consintió y se limitó a decir que era imposible.

     Durante el año 1538 machacó a los franceses con María, aunque al mismo tiempo barajaba otras opciones dinásticas. El embajador galo, Castillón, escuchó la impertinencia de Enrique al comentarle que temía que la novia francesa no fuese todo lo bella y pura que era de desear.

     Con desparpajo, el diplomático le replicó respecto a María de Guisa:

—Escoged a la más pequeña de las hermanas, que es virgen aún, y podéis amoldarla a vuestra medida.

     El rey no se atrevió a dar a Castillón su merecido y se contentó con lanzar una falsa carcajada. Luego de propinarle un golpe en el hombro le dijo que se tenía que ir a escuchar misa.

     Más adelante ambos volvieron a chocar porque Enrique pretendía celebrar una reunión cerca de Calais a la que fuesen todas las mujeres francesas de alcurnia. El embajador le repitió que Francisco no le enviaría a ninguna joven y que era mejor que mandase a alguien de su confianza para que las viera y le diese los detalles.

     Enrique se enfadó y pronunció:

—No tengo confianza más que de mí mismo. Es cosa que me afecta muy de cerca y quiero verlas y tratarlas a todas antes de decidirme.

LA ESPÍA DEL REY. Amor y traición.Where stories live. Discover now