Capítulo 30

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¿Quién es?

Una vez más sentí miedo por ella, y no por mí

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Una vez más sentí miedo por ella, y no por mí.

Zayda no estaba a lado mío, ni siquiera sabía dónde se encontraba con exactitud, pero sí seguro de quién se la había llevado.

Maldito.

Salté en el último escalón hacia el piso, las luces estaban apagadas. Saqué una linterna alumbrando el lugar, mas no había nada, ni nadie.

Un sonido de interferencia me hizo tirar la linterna al instante, haciendo que esta se apagara, me puse en cuclillas palpando con mi mano el piso, hallando la linterna.

Al tocarla, volteé donde provenía el sonido: la televisión.

En ella podía observar un cuarto, era pequeño. Las paredes tenían papel viejo con ilustraciones de unos pequeños osos, la cama se encontraba tendida demasiado bien. Como si nadie hubiera estado allí en años.

Pude notar algo que llamó mi atención al instante, aunque esto me hizo arrugar mi entrecejo, generando mil preguntas y temor en mí.

El oso de aquella vez, estaba ahí. Viéndome.

Y justo al lado izquierdo un vestido, eran más. Como si fuese un armario libre.

Una puerta rosa. La puerta rosa.

Dispuesto para salir corriendo en busca de mis ojos bonitos, pude ver cuatro papeles en el mueble de los portarretratos.

«y», «n», «e» y otra vez una «a».

Los guardé en mi bolsillo del pantalón, sin tomarle tanta importancia. Empecé a trotar con miedo de tropezar, aún estaba oscuro todo.

Después de unos minutos mis piernas ya estaban cansadas, sentía que había corrido por kilómetros, no había manera pues recordaba la puerta no tan lejos. Y aún no había llegado a ella.

Estaba seguro.

Las luces de un segundo a otro volvieron a encenderse, mucho silencio, mis pasos sonaban en eco, y otro papel.

¡Otra maldita a!

Seguí caminando y por un instante sentí que esto se había convertido en un laberinto, hasta que la vi.

Corrí y toqué, traté de abrir la puerta. Giraba la manija, pero no podía abrir.

—¿Lean? ¿¡Lean, eres tú?— su voz se escuchó a través de la puerta. Causándome paz de saber que al menos estaba bien, pero parecía que estaba llorando.

—¡Zayda! ¿Hay alguien más ahí adentro? ¡Sal! Vámonos— grité, tocando la puerta cada vez más fuerte, —¡Zayda! ¡Ábreme!— de pequeño pensaba que tenía tantas fuerzas que podía tirar una puerta, ahora veía que no.

—¡No puedo! Ve con ellos, cuídalos bien —mis lágrimas empezaron a caer, su voz se escuchaba mal— Ve.

Un ruido de metal, como si estuvieran arrastrando algo se escuchó por el pasillo. Todas las luces se encendieron, y entonces pude visualizar una sombra. Venía directo hacia acá.

Una sombra alta venía para acá, con algo largo y puntiagudo en su mano. Era él.

—¡Zayda! ¡Zayda, abre, por favor!— mis manos empezaron a golpear a puños la puerta. Otro papel, me cansé. Esta vez era una «d»— ¡Basta!

—¡Lean, vete!

Las luces empezaron a parpadear, se apagaban y cuando volvían a encenderse la sombra estaba cada vez más cerca, dejando de ser sombra para ser él.

—¡Zayda, mierda! ¡Abre, por favor!— supliqué, llorando.

—¡No puedo!

Traté de ponerme serio, respiré hondo— ¡Zayda, carajo! ¡Abre!—, pero no pude. Lo veía, tenía un gran y afilada arma en mano—. Por favor... —empecé a desesperarme, tenía mucho miedo. Estaba cagado de miedo, ahora sí por mí.

Aquel hombre no dejaba de mirarme, se acercaba cada vez más rápido, sonriente. Disfrutaba de mi miedo.

Entonces la puerta se abrió. Entré cayéndome al cuarto, y empujando con todas mis fuerzas cerré la puerta. Volteé a verla, estaba muerta de miedo bajo de una repisa de madera, encima la televisión.

Eran cámaras, por eso pude ver el cuarto y la cama.

Zayda parecía una niña pequeña, indefensa y atemorizada.

—Mi ojos bonitos— me acerqué a ella—. ¿Por qué no habrías?

—No-no podía, lo siento... —acaricié su mejilla, limpiando sus lágrimas.

—No importa ya. Tenemos que salir. Hay un señor malo haya fuera, agarra lo que sea para poder defenderte y quédate detrás de mí— Parloteaba sin parar, asustado. Ella solo me venía con sus ojos llenos de agua—. ¡Zay...!

Tocaron la puerta, exaltándome.

Zayda volteó a verme, ambos temblábamos, pero ella al fin se movió. Dio un paso hacia mí, ofreciéndome algo.

Al tomarlo, una gota bajó por su ojo derecho, y camino hasta la puerta.

Dudé en abrir lo ofrecido; un papel. Una «l».

Dejé de tomarle importancia, cuando volteé a verla y su mano estaba dispuesta a abrir la puerta. Negué frenéticamente con la cabeza, pero parecía no entender.

No quería gritarle nada, quizás pensaba que habíamos huido.

¡Por dónde si estábamos bajo suelo!

¡Mierda, Lean! ¡Mierda!

Posó su mano sobre la manija, yo me resigné. Agarré con fuerza un tubo de metal que sobresalía del ropero.

Mis ojos iban de los suyos a su mano.

Temblaba del miedo, una parte de mí no quería que abriera esa puerta, pero otra deseaba salir con ella, agarrados de la mano.

—Ojos bonitos... —hablé, tratando de pedir un tiempo para respirar y caer en cuenta de lo que pasaría, pero pareció no importarle. Abriendo la puerta, dando un fuerte sollozo.

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