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Aquella pregunta desconcertó a todos los presentes.

Ena no sabía cómo contestar, más aún con su hermano enfrente.

-Pues... -murmuró la ojimarrón, con la mirada algo perdida.

Toya entendió que era un tema del cual ni él ni Akito deberían enterarse, por lo que tomó la mano de su amigo y le sonrió.

-Akito, ¿quieres ir al parque? -el peliazul le dió suaves caricias a sus manos unidas mientras esperaba una respuesta.

El ojiámbar vió como su hermana mayor le hacía un gesto con la cabeza indicándole que podía ir.

Sin dudarlo, le devolvió la sonrisa y juntos se marcharon.

-Tu hijo es muy inteligente, ¿cierto? -Ena rió para tratar de aligerar la situación tan incómoda que ambos estaban experimentando.

El padre asintió y se cruzó de brazos.

-No cambies de tema, porfavor.

-De acuerdo, lo lamento...

La pelimarrón cogió algo de aire y empezó a sincerarse.

-Cuando Akito nació, nuestros padres no querían hacerse cargo de él y me lo encasquetaron a mí. Para ese entonces, yo tenía ocho años -tuvo que hacer un esfuerzo por no llorar, pues no era un tema agradable del que le gustaba hablar.

El adulto asintió, sin querer interrumpir.

-Nuestra madre empezó a ausentarse y por ello nuestro padre empezó a enfadarse más a menudo, gastando su ira, sobre todo, conmigo -Ena tomó fuerzas e hizo contacto visual con el peligris-. Cuando los estudios aumentaron, no podía seguir cuidando de él. Pero, para ese entonces, yo ya no tenía ni un solo amigo. Pensé que había sido culpa de Akito, y empecé a gastar mi rabia con él.

El padre de Toya estuvo unos momentos en silencio, analizando la información que acababa de conseguir.

A su vez, se dió cuenta de que Ena también tenía heridas y cicatrices, aunque más antiguas que las de Akito.

-Siento mucho que hayáis tenido que pasar por todo eso... -se disculpó con la joven-. Con más razón aún hay que denunciar a vuestros padres por maltrato infantil. Por favor, ven con nosotros, os ayudaremos...

Ena no pudo responder de inmediato. Tragó algo de saliva y pensó correctamente. ¿De verdad merecía la pena denunciar? Al fin y al cabo, no tenían más familiares aparte de ellos dos.

No quería quedarse en un centro para menores, no quería renunciar a su vida. Pero, si le habían hecho tanto daño a su hermano pequeño... Quizá sí debería ir con ellos.

-Yo... -los pensamientos de la ojimarrón la estaban confundiendo más de lo que le deberían ayudar.

Tenía miedo de que su vida cambiara, incluso si ese cambio era para bien.

-Entonces, Aki -ambos niños caminaban por el bosque. Toya conocía hasta el último rincón de aquel lugar, lo que le transmitía confianza a su amigo-. ¿Qué es lo que más te gusta en todo el mundo?

Akito se sentía abrumado. De repente, le estaban dando demasiado cariño, tanto físico como mediante palabras.

Trató de ignorarlo y simplemente disfrutar el momento.

-Lo que más me gusta... Supongo que son los días en los que mi padre llega tan cansado del trabajo que se va a su habitación y no sale en toda la tarde -por más duro que pareciera el comentario, Akito lo pronunció con una suave sonrisa.

Toya se detuvo y le miró fijamente, cosa que extrañó al ojiámbar.

-¿Sabes lo que más me gusta a mí, Akito? -negó con la cabeza-. Me encantan las galletas de chocolate. Tanto que nunca las comparto con nadie.

Ambos niños rieron ligeramente ante tal comentario.

-Pero a tí te daría la mitad de mi galleta.

-¿Enserio? -Akito se sintió muy halagado, y se preguntó por qué Toya era tan bueno con él-. Pues... ¡Yo cocinaría tortitas para tí!

-¿Sabes cocinar?

-Sí, y las tortitas son mi desayuno favorito. Es muy fácil y divertido de hacer -en cuestión de segundos, el sonido de los pasos al caminar fue opacado por el de sus risas.

-En ese caso, ¡algún día tengo que probarlas!





Heridas [ Akitoya ]Where stories live. Discover now