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-¿Te escapaste de casa? -preguntó Toya, susurrando.

Akito asintió. Sin duda, el peliazul estaba preocupado por él.

Tenía más moratones y cicatrices que ayer, y eso le asustó.

Bajo la manga de su brazo, un pequeño camino de sangre se hizo hasta el suelo, manchándolo y formando un pequeño charco.

-¡Ah, disculpa! -Akito se agachó, con la intención de limpiarlo.

Sin embargo, Toya negó con la cabeza y ofreció una cálida sonrisa.

-No te preocupes, lo limpio yo -y así, fue hacia la cocina para coger un trapo. Se puso de cuclillas y, después de un par de pasadas, se volvió a levantar. -¿Por qué estás más herido?

Aquella pregunta sorprendió un poco al pelinaranja.

-Mi padre... Se enteró de que sabías sobre mis golpes -murmuró-. Al volver de tu casa, estaba muy enfadado. Cogió un cuchillo y... Me arañó el brazo.

Al oír eso, Toya se rompió en dos. ¿Cómo podía ser tan cruel con Akito, quién al final y al cabo, era solo un niño?

El ojiazul se acercó a él y le dió la mano, entrelazando sus dedos.

-Ya lo dije antes, ¡pero odio a tu padre! -Akito vió las manos unidas y se ruborizó un poco. Nunca nadie le había demostrado afecto físico-. ¿Por qué no vienes a vivir conmigo?

-¡No puedo! -respondió rápidamente. Si su padre se enteraba, estaba muerto.

Toya negó con la cabeza y trató de relajarle.

-Tranquilo, seguro que mi padre tiene sitio -sonrió, acariciando un poco la mano del contrario-. Y en cuanto al tuyo...

El peliazul miró a través de la ventana. La calle estaba oscura y bañada por la luz de la luna, mientras las casas dormían tranquilas.

Su vista volvió a cruzarse con los ojos verdes tan lindos que le encantaban.

-¡Que se fastidie! -una pequeña risita sonó por lo bajo de parte de Akito.

-¿Por qué iba a hacer eso? -una sonrisa se escapó de los labios del pelinaranja-. Seguro que para mi padre es todo un honor no tenerme en casa.

La expresión de Toya se apenó un poco al oír eso. Las caricias continuaron, en busca de consuelo.

-¡Él simplemente no sabe apreciarte!

Los ojos de Akito se pusieron ligeramente cristalinos. A Toya no le gustó. Odiaba ver a su amigo sufrir.

Con el pulgar, el ojigris limpió algunas lágrimas que caían por las mejillas de Akito.

-No te preocupes, aquí estarás a salvo. Te lo prometo.

Unos ruidos se escucharon en las escaleras. Ambos jóvenes se giraron para ver de qué se trataba.

-Ah, Shinome -el padre de Toya bajó lentamente los escalones, sorprendido de verle allí-. ¿Qué haces aquí?

El hecho de que se hubiera escapado de casa, solo apoyaba más la teoría que tenía el adulto sobre el posible maltrato infantil de Akito.

-Ah, bueno... -tartamudeó un poco, nervioso-. Mi padre se enfadó conmigo, y se puso más agresivo que de costumbre.

El señor Aoyagi acarició suavemente su cabello.

-Dime, Akito -habló en tono suave-. En tu casa, ¿hay un ambiente saludable?

Akito inclinó la cabeza hacia un lado, sin entender la pregunta.

-Dice que si tu familia se lleva bien -tradució Toya.

-¡Ah! -Akito negó con la cabeza-. Mi madre nunca está presente, mi hermana mayor me odia y mi padre... Dice que nuestra familia se dividió por mi culpa, al nacer.

Sin poder evitarlo, Toya abrazó al pelinaranja. Parecía que no iba a soltarle nunca, no quería soltarle.

El señor Aoyagi pensó unos momentos, y dijo:

-¿Te parece si te quedas esta noche aquí a dormir y mañana hacemos una pequeña excursión?

-¿Habla en serio? -correspondió al abrazo de su amigo, y esbozó una pequeña sonrisa.

-Por supuesto -le revolvió el pelo cariñosamente-. Aquí estarás a salvo.

Heridas [ Akitoya ]Where stories live. Discover now