La penetración brusca pronto fue acompañada de golpes secos hacía sus glúteos, las ásperas palmas del músico colisionando una y otra vez contra la tersa piel. Era adorable ver como el blanco lienzo de su epidermis se pintaba de rosado y rojo con cada golpe, la concentración de sangre del área aumentando con el estímulo.

Ouma no encuentra la manera de seguir el paso, las estocadas siendo demasiado rápidas, profundas e intensas como para procesarlas. De igual manera, el dolor en sus glúteos era severo, tan grave que solo podía sentir incómodos hormigueos que amenazaban con consumir cada nervio de su cuerpo.

La piel, la suave piel que alguna vez fue blanquecina, ahora era roja como fresa; caliente como la luz del sol. Era demasiado, pero no sabía siquiera como comenzar a explicarle eso a su maestro.

Puesto que parecía que a Saihara le gustaba infligirlo. Se veía radiante, azotando con la palma de su mano los muslos ajenos como si no hubiese un fin a la crueldad dentro de su corazón.

Y solo por esa razón, por que al hombre de cabellera azulada parecía agradarle hacer eso, es que el pelimorado lo permitía. Le gustaba hacerlo feliz, lo que se traducía a agradarle esto también.

Sin embargo, el momento en el que tuvo la más mínima sensación de tener todo bajo control, su opuesto rodeó su pequeño cuello con sus manos... El alto Sr. Saihara y el petite joven Ouma eran casi como noche y día.

Comenzó a ahorcarlo sin piedad, el rostro del estudiante perdiendo toda pizca de color después de unos momentos. Primero se puso pálido del miedo y después, comenzó a tornarse azul de la pérdida de aire.

Cada respiro ardía, sus oídos silbaban con fuerza mientras su cuerpo era agredido una y otra vez por la grande hombría de su profesor, quien parecía no querer parar jamás. Era un hombre siempre en búsqueda de placer propio, en búsqueda de agonía ajena.

―¡Sr. Saihara! ¡Pare! ―chilló el joven Ouma en un hilo de voz dolida, el aire de sus pulmones siendo arrebatado de su cuerpo. Sentía como si fuese a morir, como si en cualquier momento la consciencia que a duras penas podía mantener fuese a esfumarse.

Era ciertamente un bonito pensamiento saber que podía morir bajo las manos de su profesor favorito, su amo; pero no era exactamente lo que sus instintos iban a permitir. Siguió aclamando su nombre entre chillidos ahogados, buscando una forma de escapar.

El aire se hacía cada vez menos... no importaba si respiraba por la boca o por la nariz, todo intento era en vano.

―Los conejitos no hablan, tontito ―soltó el mayor en un amenazante tono, parando con las estocadas, pero no para el bien del menor.

Pues, una vez su pene estuvo fuera del chico, el dolor no terminó. Shuichi se acercó a la zona de su posterior que estaba roja y llena de frescos hematomas, mordiendo la piel hasta que sangrara, como si quisiese devorarse al muchachito de los ojos amatista.

Como respuesta, el petite solo pudo patalear, gritando y llorando como si tratase de escapar del intenso agarre de su opuesto. Siendo él tan débil, era solo lógico saber que no pudo hacerlo.

Las sensaciones se vuelven demasiado para Kokichi, incluso superando el nivel de dolor que le gustaba sentir en una relación de naturaleza sexual. Era como si todos sus sentidos se activaran al mismo tiempo, fatigando su mente y su cuerpo.

P-por favor... pare, no puedo... ―jadeó el petite, recurriendo a suplicar y esperar que su opuesto tuviese al menos un poco de misericordia por él. Pateaba y se retorcía, intentando escapar del fuerte agarre de lo que comenzaba a creer que era de verdad un lobo depredador―. Duele...

↳ 🪈₊˚. ··· My Favorite Teacher »-Saiouma-«Where stories live. Discover now