II: ¡Qué No Soy Gay!

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«Si mi vida fuese una película…», pero qué tontería pienso, ¿a quién podría importarle la vida de un perdedor como yo? Cómo sea, en este momento correría la peor secuencia de montaje de la existencia y apuesto que el fondo musical sería algo que me haría ver aún más patético… «¿acaso eso es posible?», la pregunta cruza veloz mi mente.

Quizás haya algo de razón, después de todo, ¿cómo alguien puede ser bisexual a sus treinta años y solo contar con malas experiencias? Es que ya lo imagino: «Another Day» de Paul McCartney suena a lo largo de la diminuta secuencia que a las puras duraría un minuto, comenzando con mi primer interés amoroso.

Tenía unos trece o catorce años cuando reuní el valor suficiente para confesarle, a quien entonces era mi mejor amiga, mis sentimientos hacia ella, un día de san Valentín; incluso le llevé una rosa y sus dulces favoritos por consejo de mi tío Narciso. Tartamudeé cada palabra, pero seguí adelante porque su tierna sonrisa me dio a entender que era recíproco; sin embargo, su respuesta me dejó perplejo:

—¡Ay, Aldo! Eres un dulce, en serio… —Sonreí como tonto hasta escuchar el resto—: Pero ¿acaso no eras gay? Quiero decir, eres tan pulcro, lindo; además, solemos bromear y hablar sobre los chicos de la escuela… ¡Ay, perdón! Yo…

Ni siquiera pudo terminar lo que decía, enrojeció de pena y la verdad que el ardor en mi rostro era equiparable, aunque mi tono de piel consiguió camuflar la tremenda vergüenza que experimenté o eso quise creer y se hizo mayor en cuanto apareció el capitán del equipo de fútbol para llevar consigo a su novia. Eran pareja desde unos días antes.

Allí quedé, solo, a las afueras del recinto escolar, viendo partir a la chica que me gustaba junto al galán popular del colegio. No, no pasó un camión a toda velocidad y me empapó por completo, de hecho, ni siquiera llovía; aquel fue un día soleado y radiante, pese al invierno, lo que resultó peor porque mi despecho chocaba con el ambiente feliz alrededor.

«This is another day»

A ese desastre le siguieron varios y, ya que por algún motivo las chicas no paraban de creerme gay, intenté ser más como los otros. Por ejemplo, igual al capitán de fútbol; aunque este me sacaba altura y bastante músculo. Yo, en cambio, todo enclenque y con granos; siempre fui blanco de burlas y bromas, mucho más cuando me uní al equipo, pero no soporté ni la primera práctica. Eso me aseguró burlas por resto del año escolar en curso y posteriores.

La universidad sería un nuevo inicio, nadie me conocía y todos en apariencia eran más maduros, comprensivos. Decidí apuntarme al gimnasio con la intención de convertirme en ese macho alfa por el cual las chicas solían suspirar, no obstante, sufrí para levantar una simple mancuerna de cinco kilos.

—¡Ay, pero cómo pesa esto! —Aquel chillido se me escapó involuntario y allí lo supe, en el momento en que las voces, burlas e imitaciones inundaron el lugar: de nuevo sería el looser, el hazmerreír.

Por fortuna, un chico se acercó sonriente a ayudarme y explicarme el asunto con amabilidad. Fue el primer amigo que tuve en la universidad, misma amistad que eché a perder con mi torpeza; pero ¿cómo no malinterpretar las cosas? Estábamos en tercer año, bebimos bastante aquella noche durante un concierto de Cofradía y el mareo en medio de risas nos forzó a detenernos en una plaza para descansar un poco. Hablamos y surgió una conexión, podría jurarlo, la química era innegable… o eso creí.

Envalentonado como el alcohol me hizo sentir, nació en mí la necesidad de estar más cerca, probar a qué sabían sus labios o si serían tan suaves como imaginé. Para mi desgracia, no fue esa delicada parte de su rostro lo que degusté, sino algo rígido y mucho más poderoso; Marlon impactó un fuerte puñetazo que me envió al suelo, el efecto del alcohol se pasó enseguida y lloré como niñita herida, lo que resultó más humillante.

¡Qué no me llamo Osvaldo!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora