—¿Me hiciste un pastel?

Fizz le preguntó con grandes ojos curiosos mientras le preguntaba en señas y deslizaba su cola de un lado a otro. Estaba ansioso y feliz. Pero no iba a expresarlo de ninguna manera. Asmodeus le observó de reojo y le sonrió con confianza, lo tenía donde lo quería.

—¿Quieres verlo? —le preguntó casi tarareando. Había ganado la batalla.

Fizz se encogió en su lugar. Había dicho que nunca querría festejar ese día hacía medio minuto atrás. Le desvió la mirada de forma amarga y orgullosa. Apretó la pizarra entre sus brazos y se sonrojo un poco. Lo pensó, pero simplemente no pudo romper esa oportunidad.

Si...

Indicó con una sola seña y sin mirar a los ojos a Asmodeus. Acababa de destruir su orgullo ante el pecado. Esperaba no arrepentirse.

Asmodeus se puso de pie mientras reía ante ese pequeño tan lindo. Se alejó solo un poco de él para desplegar grandes cantidades de su propia magia proveniente del pecado que lo invadía. Materializó el gran pastel de colores dorados sobre la mesada que estaba a unos metros de la cama de Fizzarolli, y luego exitinguió todo su fuego azul lleno de glitter.

Ese maldito pastel tenía una altura de como un metro. Muchas decoraciones, mucho chocolate, mucha crema de colores. Fizz se sorprendió al verlo, tanto que se puso de pie y se acercó con ojos cristalinos al contemplarlo. Era el mejor pastel que había visto en toda su corta vida. Entonces, miró a Ozzie en busca de aprobación para acercarse o probar. El gran pecado asintió y le acercó un gran tenedor de plata. Era hora de devorar.

Fizzarolli sonrió muy entusiasmado. Al fin algo bueno, al fin una puta alegría en esa clínica. Comenzó a comer, nunca había sentido tanto placer al comer algo tan delicioso, no recordaba la última vez que comió con tanta hambre. La comida del hospital era insípida y triste. Necesitaba chatarra para volver a sentirse vivo.

Luego de media hora, Asmodeus lo vio terminar una gran porción. Se le quedó mirando porque el pequeño no dejaba de sonreír, era... tan lindo cuando estaba feliz. Nunca lo veía así. Era peculiar, extraño y lo hacía sentir muy cálido por dentro. Esa sonrisa tan especial y única, quería que fuera siempre para él. Y era estúpido porque sabía que solo era porque le cumplió un capricho y ya. No era por su presencia ni por nada que tuviera que ver con él realmente. Aunque de todas formas, si siempre tenía que hacer gestos así para que fuera feliz, no dudaría en hacerlo. Era lo mínimo que merecía.

—Me gustaría estar en todos tus cumpleaños —murmuró de forma inconsciente al quedar embelesado ante la sonrisa del pequeño imp. Era como si estuviera soñando despierto y no quisiera despertar.

Fizzarolli estaba muy satisfecho luego de comer tanto. Se acercó a él luego de terminar, lo miró a los ojos sin ninguna emoción mala. Lo escuchó. Y le respondió en señas sin dudarlo.

Yo también quiero que estés en mis cumpleaños.

Asmodeus le sonrió con travesura porque sabía lo que estaba haciendo.

—Entonces, estaré en todos y cada uno —le aseguró al pequeño, quien agitó su cola y luego lo observó analizando si había algún rastro de mentira en él. Respondió con una pregunta.

—¿Lo prometes?

—Claro. Cumpliré mi palabra —le dijo Asmodeus con una sonrisa maliciosa—. Aunque algo me dice que solo quieres que esté contigo porque quieres que te traiga pastel.

Fizzarolli le sonrió con gracia y travesura. Esa era la verdad. Ocultó esa sonrisa entre sus manos, pero no podía disimularla ya que lo había atrapado. Ambos se miraron cómplices ante lo gracioso de la situación.

Fizz volvió a su cama y cuando giró nuevamente hacia Asmodeus, con una preciosa sonrisa brillante que rara vez él presenciaba, le regaló unas palabras. El imp no sabía la descarga emocional que recibía el pecado cada vez que lo escuchaba hablar, no tenía ni idea. Quería hacerlo para demostrar que seguía mejorando y para que pudiera presenciar su progreso y alegrarse junto a él.

—Gracias, señor.

Asmodeus volvió a sentir una punzada en el corazón. Aunque todo el mundo le dijera que era una voz áspera, él no podía pensar así. La escuchaba suave, como una caricia a su espíritu. Oírlo y ver aquella sonrisa que se dirigía a él lo hacía sumergirse en una alegría constante que no quería disolver.

Recordar todo de él, su calor, el brillo de sus grandes ojos y esas pequeñas y tiernas mejillas con redondeles negros. Era precioso. Fizzarolli era tierno y precioso, lo más hermoso que había visto en mucho tiempo. Una belleza que no era solo física, le iluminaba el alma con el calor de su corazón, su sonrisa y su forma sensible y sincera de mirarlo.

—Me gusta... escuchar tu voz. Amo tu voz —dijo en un estado muy perdido y totalmente embriagado por esos sentimientos tan fuertes.

Sentimientos. Eran muchos sentimientos muy fuertes. Eran tan agradables, se sentían mejor que coger. No era momentáneo, no era un descargo descarado y pervertido que podría durar un segundo. Era algo infinitamente más agradable e inocente. Y Asmodeus sentía que eso era lo que necesitaba. Algo que lo hiciera sentir vivo, algo que lo sacudiera y le hiciera creer que podía sentir algo más allá de excitación o placer.

Esas emociones transparentes como el agua no tenían nada que ver con su pecado. Y cuando se dio cuenta, dejó de sonreír y reemplazó toda esa felicidad por miedo. Se levantó bruscamente y chocó su enorme cuerpo contra la cama y las mesas, ahogó un grito de dolor ante el impacto. Fizzarolli retrocedió confundido y se le quedó mirando dudoso.

—Oh... No sé qué me pasa. Hahaha... —el pecado retrocedió sudando de los nervios y comenzó a reírse de forma falsa y alterada—. Literalmente algo muy extraño le pasa a mi cuerpo. Debo irme ahora mismo.

Fizz ladeó su cabeza sin entender nada. ¿Qué carajos le pasaba a Asmodeus? Solo siguió el camino del pecado mientras básicamente huía de la habitación.

Una vez fuera, Ozzie se cubrió el rostro entre sus manos y trató de tranquilizarce inútilmente. Su corazón estaba latiendo fuerte y todo su cuerpo temblaba inestable. Sentía que estaba perdiendo fuerzas, como si fuera a desmayarse. Era terrible, era una pesadilla. Su cuerpo reaccionaba por si mismo. Estaba muy desconcertado, preso de todas las descargas emocionales que un simple cachorro de imp podía provocar en lo más profundo de su alma con solo una sonrisa.

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