Asiente levemente.

—Bien, ¿tú estás bien?

Mientras lo miro, considero la posibilidad de hablarle de las cartas que recibimos, de la desaparición de Rachel y del suicidio de Leticia, pero querer saber de él, conocerlo más y sentirme querida por el primer hombre que debió amarme se interpone con mucha más fuerza.

—¿Puedo hablar contigo?

Los pliegues de sus ojos se estiran al abrirlos un poco más. No esperaba mi pregunta. Con el paso de los segundos capto la vacilación en su semblante.

—Estoy ocu...

—Solo será un momento —casi suplico y quiera o no, me hiere.

Probablemente, leyendo la urgencia en mi expresión, acepta. Se guarda el celular antes de que sus pasos se aproximen a mi altura, sentándose a mi lado, claro, dejando una distancia prudencial entre los dos.

Su cercanía me llena de un deseo repentino y profundamente arraigado, de abrazarlo, de buscar ese cariño que tanto me ha faltado. Pero mi coraje me falla, y en su lugar, brota de mi boca una pregunta atestada de años de duda y anhelo:

—¿Me quieres, papá?

Su cara refleja sorpresa, tal vez por la naturaleza de mi pregunta o por cómo se humedecen mis ojos.

Un doloroso silencio se ciñe sobre nosotros, cada segundo añade peso a la atmósfera ya cargada. Me doy cuenta de que he venido cargando con esa duda desde que tengo memoria, porque no, no me he sentido querida por él.

—Mer...

—Te juro que aceptaré cualquier respuesta —aseguro con un nudo en la garganta. El corazón me late con tal violencia que duele. —Te lo juro.

—Sí.

Una respuesta corta que debería aliviar la opresión en mi pecho. Pero en lugar de eso, todo lo que he venido acumulando se convierte en palabras:

—Yo no siento que sea así, no siento que me quieras.

En lugar de hacerme sentir que estoy equivocada y que su amor hacia mí sí es genuino, él lo que hace es levantarse.

—No estoy para estas cosas —declara con una seriedad que me resulta aún más cortante que su silencio habitual.

Entonces se marcha, dejando en mí un vacío mayor del que ya tenía.

Pasan cinco segundos, lo sé porque los cuento en mi cabeza.

Uno.

Dos.

Tres.

Cuatro.

Y cinco.

Las emociones que he mantenido a raya se desbordan en forma de lágrimas, las cuales escapan de mis ojos sin permiso alguno. En la sala, ahora demasiado silenciosa, con el eco de su rechazo flotando en el aire, suelto un sollozo.

—Te necesito, papá —murmuro para mí.

Y no es la primera vez que lo necesito.

Necesité a papá ese día que en la escuela se celebró el día del padre, lo necesité ese día que me raspé las rodillas y quise que fuera él quien limpiara mis heridas, también lo necesité esa vez que jugué a las cartas sola, lo necesité ocupando uno de los asientos en mi graduación y cómo olvidar cuando lo necesité todas esas noches en las que anhelé un abrazo con su calor.

Todas las veces que lo necesité y no estuvo, y en las que lo sigo necesitando y no está, lo único que puedo hacer es dejar que las lágrimas salgan.

No acercarse a DarekWhere stories live. Discover now