—Un poco más...

Aprieto la lengua contra los dientes intentando alcanzar la reja de la ventana, la que da al cuarto de baño de mi tía. El sudor me cae por la frente a pesar del frío que hace. Jope. Desde el patio parecía mucho más fácil. Ay... El patio... ¡Ah, no! ¡Ni se te ocurra mirar hacia abajo...! La sola idea de caerme hace que me entre un calor sofocante y me suden las manos. ¿En qué momento se me ocurrió subirme al tejado? Yo y mis manías absurdas. Me miro el pie, apoyado sin mucho talento en la grieta, y empiezo a temblar por el esfuerzo. Trago saliva. La mano que tengo en la pequeña hendidura empieza a resbalarse y no consigo llegar a la ventana por más que me estire. Hubiera estado bien medir unos cuantos centímetros más. O varios. Ay, puñeta, estoy a punto de caerme... Maldigo en voz alta y me impulso con torpeza, consiguiendo llegar a la reja por la parte más baja, pero raspándome la cara con la fachada de la casa. De mala manera, consigo sujetarme con fuerza y me arrastro hacia arriba, aferrándome con una fuerza inusual a la vida y, de ahí, a las tejas que sobresalen. Poco a poco, voy posicionándome hasta situarme en el tejado, resollando por el esfuerzo. A pesar de todo, suelto una carcajada abierta... Los nervios, supongo. Luego veré cómo leches bajo de nuevo al suelo. Levanto la vista y se me escapa una bocanada de asombro.

Desde aquí se ve el mar, claro, la zona de las calas allí..., incluso la playa con las barcas y algunos acantilados más allá. Me giro, temblando un poco aún. Se ve casi todo el pueblo: los tejados de las casitas que suben hacia arriba, a la plaza, y la pequeña torrecilla de la iglesia. Muevo el brazo hacia la derecha, notando el aire frío a través de los dedos, y los llevo hacia la zona de acantilados, a las afueras del pueblo. Con cautela, doy un paso atrás y bajo la mano. Enciendo la linterna del móvil, ilumino las tejas... Espero que el frío haya ahuyentado los bichos que pudiera haber aquí. Solo hay un poco de musgo y algo de suciedad... Aquí arriba no se oye casi nada, como pensaba: es un buen sitio para estar tranquila. Respiro hondo. Sí, aquí puedo estar completamente sola. Me pongo la capucha de la sudadera y sonrío.

—Este será mi escondite secreto.


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Suena la alarma... Me despierto con un quejido largo y muerta de frío. La sola idea de salir de la cama me apetece tanto como saltar al agujero de una capa de hielo. No quiero ir a clase... Encima luego tengo que ir a ayudar a mi tía a la tienda. Me doy la vuelta y me tapo hasta la cabeza, cerrando de nuevo los ojos. Al momento, oigo la puerta de mi cuarto: mi tía irrumpe en la estancia como un huracán y me destapa entera. Me encojo ipso facto.

—¿Es que no me estás escuchando, niña? ¡Que ya vas tarde!

¿Pero qué dice...? Si solo son las siete y pico. Quiero decírselo, de verdad, pero no me sale la voz. Tanteo con la mano en busca del edredón, y mi tía tira de ella para sacarme de la cama. Cuánto maltrato...

—¡Las ocho y media, Viola! —grita—, ¡arriba!

—¿Qué... yo...? —farfullo entreabriendo los ojos.

Enfoco hacia el reloj de la mesilla, compuesta por un desorden catastrófico de artilugios. Las ocho y media pasadas, en efecto. Parpadeo y me levanto de un salto. Me pongo la ropa bajo la mirada y los gritos de mi tía, que no para de regañarme en todo el proceso de ponerme los pantalones, coger la mochila, seguirme escaleras abajo a la cocina para coger algo de comer, hasta finalmente acompañarme a la puerta de la calle.

—¡Y no llegues tarde también a la tienda! ¡Te quiero ver allí a las cinco en punto!

—¡Señor, sí, señor! —le grito por encima del hombro.

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⏰ Last updated: Feb 12 ⏰

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EL HILO OSCURO: MALDICIÓNWhere stories live. Discover now