2010

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Lucía y Laura eran dos hermanas muy distintas, pero siempre parecían estar ligadas de alguna manera. Por ejemplo, cuando eran pequeñas y hablaba Lucía, era Laura quien terminaba la frase con algo que no tenía nada que ver con lo que su hermana menor había dicho. A pesar de ello, los presentes entendían el mensaje final a la perfección. Era algo curioso. En apariencia sucedía algo similar: cuando estaban juntas, su padre miraba a una y luego a la otra, a sabiendas de que Laura era la mayor, más alta que su hermana, con los labios finos y la nariz respingona, el pelo castaño claro alborotado y a menudo una dulce sonrisa iluminando su cara. Lucía, sin embargo, tenía la mirada desafiante y la barbilla siempre levantada, el pelo más rizado y oscuro, y un aire de tenerlo todo bajo control. Pero cuando Juan llamaba a una de sus hijas para que ayudase con algo de la casa, sorprendentemente, se encontraba con la incertidumbre de no saber a cuál de sus hijas tenía delante.


No resultó extraño que cada una tomara caminos diferentes. Laura empezó a salir con aquel estudiante francés que la volvía loca, como siempre decía, y Lucía, que no se creía capaz de ponerle ojitos a alguien como hacía su hermana, decidió abrir una tiendecita cuando fuera mayor. Quería ser independiente y hacerlo todo por ella misma desde pequeña. Y así pasaron los años: mientras Laura construía un futuro con su amado Gabriel, viajando por Europa y visitando lugares nuevos, Lucía se centraba a diario en sus estudios y sus tareas, y hacía planes para el negocio en su pueblo natal.


Al final sucedió como habían planeado: Laura se casó, deseando aumentar la familia enseguida; Lucía abrió una pequeña frutería en una soleada esquina cerca de su casa. Ninguna de las dos hablaba nunca de ese futuro incierto que aventuraba su madre, quien murió años atrás; pues narraba horrores sobre su familia, leyendas que vaticinaban un desenlace fatal, sobre todo para los que se enamorasen. Lucía siempre había rechazado aquellas historias, pero conforme se hacía mayor, la sensación de malestar aumentaba... Hasta que finalmente sucedió lo que más temía.


Ocurrió en un abrir y cerrar de ojos. En cuanto supo que su hermana había dado a luz aquel verano, Lucía reservó el billete de avión lo más pronto posible. Pasó dos días enteros de arriba para abajo, preparando la maleta, anunciando con una alegría nerviosa el nacimiento del nuevo miembro de la familia allá a donde fuera, incluso a los clientes que iban a su tienda, que crecía a buen ritmo. Al tercer día, Lucía se levantó con el estómago revuelto. Lo achacó a los nervios del viaje que tendría aquella tarde, pero la voz de su madre retumbaba por las paredes de aquella casa. Cuando sonó el teléfono, bajó las escaleras lo más rápido que pudo, con esa sensación de ahogo que casi ni le permitía respirar. No pudo hablar, solo escuchó la narración de aquella pesadilla. Se quedó mirando la maleta preparada junto a la puerta hasta que las lágrimas lo desdibujaron todo. Casi ni se notó llegar a París, ni supo cómo cogió el autobús que la dejaba en el pueblo de aquella anciana que la llamó por teléfono. La misma, entre sollozos y palabras extranjeras, le pasó al bebé envuelto en una mantita de crochet. Lucía vio su carita; los ojos enormes del mismo color de su hermana la miraban con curiosidad y apartó la vista cuando la pequeña empezó a berrear. Ella sabía por qué lloraba la criatura... Sabía que todo su mundo había cambiado para siempre, que ella no era la persona adecuada para criarla y que necesitaba a su madre. Lucía apretó el cuerpecito contra el suyo y lloró por la misma razón, preguntándose, por primera vez en mucho tiempo, si aquellas leyendas que predicaba su madre eran reales.



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Espinas

EL HILO OSCURO: MALDICIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora