Besa las rosas de mi cuerpo

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Los días de lluvia son los peores, producen que su piel con rigurosos relieves se mantenga tensa, conviviendo con malestar el resto del día. Su cuerpo se mantiene en un perpetuo estado de embriaguez, retroalimentándose en el dolor y en el endormecimiento de sus extremidades.

—¿Así es cómo se sienten los veteranos de guerra? —murmura para sí, permitiéndose mirar de reojo a Conway—, pues vaya mierda.

Se retuerce en su asiento e intenta prestar atención a los hombres en la sala, sin embargo, se encuentra incapaz de realizar un acto tan descomunal como el de concentrarse. Su cerebro no parece estar a su favor, aparentemente demasiado cansado y aturdido por el clima.

Hay cicatrices por su cuello, brazos y torso, no obstante, las más significativas se mantienen abrazando sus caderas, deslizándose por su muslo izquierdo. Se yergue en su asiento notando el estirón placentero en su lumbar, deshaciendo levemente la rigidez. Aún así, persiste.
Desea en silencio irse a casa, tomar un baño y dejarse desmayar en su colchón. Aún así, está ahí, condenado a una reunión de altos cargos, que si bien es uno de ellos, tampoco está prestando demasiada atención.

Para su sorpresa, al superintendente no parece importarle, quien sigue farfullando y dando órdenes sin control.

Cuando todos los temas de interés cesan, la reunión se desarticula y es libre de irse a tomar por culo. Espera irse solo a casa, pero es interceptado en el aparcamiento por el comisario. Están solos, parece que todos están lidiando con sus propios quehaceres en alguna parte que a Gustabo tampoco le importa saber.

—Oye, neno, ¿nos vamos?

Una sonrisa automática se desliza a través de su rostro, como si todo su dolor desapareciera con la presencia tranquilizadora a su lado.

—Mi príncipe, ¿dónde está tu caballo blanco?

El mayor bufa y observa sus ojos ponerse en blanco.

—Venga, vámonos antes de que te deje aquí con algún anormal.

—Chim.

Trota hacia Freddy y a la par llegan al vehículo personal. Lo mira en busca de algún rastro de cansancio, mas no lo hay. Parece ser que ambos salen de servicio, aunque el rubio no parece comprender las intenciones de su pareja, quien ha entrado a trabajar hace apenas unas horas.

Contiene una pregunta y se deja llevar a la casa que comparten. El viaje es silencioso, un hecho anormal teniendo en cuenta la tendencia del rubio a interrumpir las divagaciones internas de su pareja. Aprecian el silencio cómodo que se establece cuando están juntos, pero García está más interesado por saber cómo ha ido el día del otro.

—Coge ropa para cambiarte.

Sin comprender, accede. Recoge el espantoso conjunto que usa de pijama para buscar al moreno por la casa, investigando la finalidad del asunto, sin embargo, no demasiado sospechoso porque sea lo que fuere, no tiene motivos para preocuparse. Nunca ha tenido un motivo para desconfiar en el moreno.

Lo advierte en el cuarto de baño, aparentemente tranquilo y sin nada entre manos. Una vez reducida la distancia, se percata de que está junto la bañera.

—¿Vas a tomar un baño? —parpadea sin comprender.

Se alza una ceja instigadora como respuesta.

—Vamos —hay una sonrisa traviesa acompañándole en todo momento y extiende uno de sus brazos para atraer al inspector.

Boquea sin saber qué decir, le sorprende cualquier acto de bondad dirigido hacia él, y por lo que está observando, su novio está preparando un baño para él.

Para él, de la manera más desconsiderada que haya visto en alguien. Su corazón se retuerce.

—Ven, Gustabiño —un gesto suave con su mano.

Obedece y se deja atraer por el mayor, quien procede a quitarle la vestimenta superior; suave y tranquilo, no teme romperlo, solo parece ingenuamente preocupado.

—Está lloviendo —explica con simpleza, como siempre hace, sin necesidad de abrumar el ambiente con palabras. Parece que sabe a la perfección los motivos en el comportamiento extraño del hombre.

Gustabo siente terror por estropear el momento y mantiene silencio, dejándose ser. Una vez con su torso desnudo, hay ásperas manos sobre su cervical, masajeándola. Deja escapar un gemido placentero.

—Hombre, no hace falta que... —intenta alejarse, angustiado por la atención y cuidado, temeroso de arruinar aquello, que el moreno se canse antes de tiempo de Gustabo.

Trucazo no suelta su agarre, desciende su rostro y besa con cuidado la cicatriz sobre la clavícula del rubio.

—Yo quiero hacerlo, ¿entiendes? —el cariño en su voz hace que la batalla cese.

—Bien...

Freddy parece empeñado en acariciar sus cicatrices, besándolas si lo ve necesario y cuando la bañera está lista, a rebosar de agua y con más espuma de la que creía posible, ambos se meten en ella.

Con el hombre al que le procesa un amor incandescente acariciando su espalda, se permite cerrar los ojos y suspirar. Siente sus músculos relajarse tras días en guerra y por primera vez, descubre que los días de lluvia no son tan desagradables si son junto al hombre que ama con la misma reciprocidad.

—Descansa —escucha el murmuro en su nuca con manos recorriendo las partes más oscas de su cuerpo—, estoy aquí.

Gustabo se permite bajar la guardia.

Demonios en la vereda; freddytaboWhere stories live. Discover now