Descalzo

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Basado en el capítulo donde Gustabo intercambia sus zapatos por un rehén.

Para ser sinceros, el comentario sale sin más, no hay una premisa que incite adulación del criminal hacia su calzado. A su vez, Gustabo siempre ha sido un hombre con buena labia y esta no es la excepción, siguiendo cualquier absurdez que le sea planteada.

—¿Te gustan? Son exclusivas, las he comprado esta misma mañana, no hay otras como estas.

Hay verdad y mentira en partes iguales, si bien han sido compradas hoy mismo, no ha sido él, sino Freddy quien las vio y se las regaló. No suelen ser demasiado detallistas con el otro, porque no regalan algo sin más, así que cuando aquello ocurre el regalo tiende a poseer una connotación más especial de lo habitual. Las zapatillas en este caso, de alguna manera que desconoce, le recordaron al comisario a su pareja y se vio atraídas por ellas tan rapido como las vio. Sin pensar las compró y unas horas después ya estaban en los pies del destinatario, luciéndolas como si fueran lo más maravilloso del mundo. Gustabo jamás se desprendería de un obsequio del mayor si no fuera por una muy buena razón y en este caso, era la vida de un rehén.

—¿Qué te parece si te doy un rehén por esas zapas tan guapas que me llevas, eh?

Durante unos segundos duda, queriendo poseer su nueva indumentaria por el significado que hay detrás, sin embargo, él es un profesional y está seguro de que Freddy estaría de acuerdo en su decisión.

—Venga, hay trato.

Entonces se lleva a cabo un tiroteo y el inspector lo sobrelleva como puede  sobre un suelo duro, frío y demasiado áspero para sus pies descalzos. Hace caer a uno, pero él cae poco después en un sonido sordo, despertándose horas más tarde en una cama de hospital tras recibir un disparo.

—Dios mío —gruñe mientras se incorpora a duras penas—. ¿Qué coño ha pasado?

No espera una respuesta, él jamás espera que haya alguien ahí cuando despierte, acostumbrado a la soledad y evitando la esperanza para no llevarse ninguna decepción. Demasiado herido para dejarse encariñar sin más, habituado al desastre y la calumnia.

—Has tenido a todos preocupados, neno.

Levanta la cabeza para observar a Trucazo mirándole con semblante serio y brazos cruzados.

—Oh, Freddy —parpadea sorprendido y una suave sonrisa se planta en su rostro, siendo devuelta por el contrario casi al instante—. ¿Estás bien?

El mayor pone los ojos en blanco, descruzando sus brazos y acercándose hacia él para ayudarle a incorporarse sobre la cama.

—Claro que sí, Gustabiño, ¿crees que voy a permitir que estos descerebrados se queden sin dos de sus superiores? La ciudad ya estaría en llamas —bromea como hace siempre, pero en sus ojos percibe cierto brillo de preocupación—. Te dispararon esos gilipollas, pero ya está todo controlado, deberías salir de servicio y descansar.

Frunce el ceño al instante y conecta su mirada con el que es su superior.

—¿Qué? No, estoy bien, patrullaré un poco más con Isidoro,  solo me hacen falta unos zapatos.

La mención de los zapatos le inquieta, no obstante ninguno dice nada al respecto. El moreno suspira con pesadez y asiente.

—Entonces deberás mantenerme informado, ¿me entiendes?

Asiente y le agradece. No comparten palabras más allá de eso, nunca demasiado expresivos con el otro cuando están en público, precavidos por la posibilidad de sospecha de aquellos que le rodean. Ahí son compañeros, comisario e inspector, nada más, en casa, sin embargo, es diferente y con ello basta. Son hombres acostumbrados a la huida y la mentira, para ellos sobrellevar aquello era fácil, haciéndoles sentir cómodos que solo el otro podía entender.

Demonios en la vereda; freddytaboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora