Prologo

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|¿Entrenador?|

Estando al lado de mi primo pagando el mes del gimnasio no podía evitar sonreír como idiota, no estaba realmente prestando atención, solo miraba detenidamente esas maquinas tan raras que estaban a mi alrededor y escuchaba de muy lejos las voces de mi primo y aquel chico que estaba sentado en el escritorio, que al parecer era su amigo. El entrenador.

Estaba emocionada, cada parte de mi cuerpo sentía la emoción del momento, aunque estaba realmente cansada mi cabeza no pensaba en eso, el hecho de que estuviera en el gimnasio me hacía sentir que estaba dando un gran paso a un cambio, un buen cambio en mi vida.

Lo sentía en los huesos. Lo presentía

Pero ya hace un tiempo que me siento estancada, no hay cambios. Me despierto mirando me al espejo y veo siempre lo mismo y eso me enferma. Me gustaría poder cambiar algo en mi, o todo.

A principios de verano, ya era agosto y los cambios drásticos de clima se hacían notar, la calor no era tanta la verdad, y como soy muy especial andaba con un polerón que me hacía pensar que el aire estaba a más de 40 grados.

Ya estaba acostumbrada a usar mucha ropa, mi cuerpo ya no percibe mucho la calor, prefería mil veces tener los huesos húmedos que quitarme el polerón, me sentía incómoda, me sentía desnuda sin el.

—Les mostrare las máquinas.—dijo el chico parándose de su escritorio y sacándome de mis pensamientos por un mini segundo.

No puede evitar prestar atención aquel chico, primero porque imponía demasiado y segundo porque se veía demasiado divertida aquella conversación. Mi primo y el reían sin parar sobre temas demasiado absurdos como para entenderlos.

Era alto, muy alto, no muchas veces había visto alguien así de alto, vestía completo de negro y su cara estaba tapada casi por completo por la mascarilla y un gorro negro, solo se veía a dura penas su ojos a través de los vidrios de sus lentes.

Me preguntaba el porqué no dejaba ver nada de su cara. Sabía que la pandemia no lo permitía pero todos se sacaban la mascarilla para al menos respirar un segundo, pero él no.

Era muy risueño, reía casi al final de cada frase que decía, y era aún más tierno por sus ojos rasgados.

Tierno

Al llegar atrás me di cuenta que las máquinas eran distintas, estaban conformadas de discos y fierros sueltos. Mi curiosidad creció y sentí un cosquilleo en la palma de mis manos. Aquel chico solo estaba detrás mío mirando lo que hacía y estando alerta por si necesitaba ayuda o alguna explicación.

—Que interesante, mira—dije apuntando una máquina.

—Eso es para los cuádriceps, extensión de rodilla se llama— dijo el chico apuntando una parte de su pierna y haciendo una señal de cómo se hacía.

Me senté en ella y puse mis pies debajo de él aparato, trate de levantar aquella barra que estaba cubierta de un colchón blando, pero estaba demasiado pesado para mí. O quizás yo era muy débil para la máquina. O las dos.

—¿Después de cuánto tiempo se ven los resultados? — Lo quede viendo.

Esperaba que dijera que en tres días ya estaba más que bien, porque realmente levtantar me de la cama ya ha sido un completo desafío.

—De los tres meses ya se nota algo— sonrió

Quise quejarme, y levantarme de esa máquina que parecía asiento, atravesar la puerta y nunca más volver. Tres meses es mucho para un cambio. Pero en vez de eso me quedé viéndolo, riendo, así como lo hacía él. Con su cabeza ladeada y sus ojos que a duras penas se veían por lo rasgados que eran.

El peso de tu amorWhere stories live. Discover now