—Bien hecho, muchacho– Sonrió orgullosamente Viserys, con voz quebrada por el esfuerzo. Su esposa le acercó agua a la boca, preocupada.

En cuanto Lucerys se sentó, evitó intercambiar una mirada con su madre. Se hizo un silencio sólo interrumpido por la música, las risas nerviosas de Helaena y Sara, así como el sonido gutural que Aegon provocó buscando la mano de su prometido sobre la mesa.

Alicent tenía una expresión preocupada, apretando los labios juntos, que pasó a ser horror al notar Jacaerys le pedía disculpas en voz baja a su esposa, la cual distraídamente asintió saboreando su vino con deleite, procediendo a dirigirse junto a Aemond.

Y no fué la única, Rhaenyra se atragantó con el sorbo de alcohol en su boca e incluso Rhaena, antes totalmente ajena a lo que pasaba abrió de par en par los ojos intercambiando una mirada con Lucerys, presintiendo no vendría algo bueno. Sólo unos días anteriores durante la ceremonia de compromiso de Aemond, Jacaerys demostró tenía un activo desagrado por el omega y eo sentimiento era mutuo. No podía significar nada bueno.

—¿Bailamos, tío? Para recordar los buenos tiempos de nuestra niñez. Iré con cuidado y no te tropezarás– Dijo Jacaerys disfrazando sus palabras en cortesía.

La mano que estiró deliberadamente tenía un anillo plateado con una perla, e intrincados diseños en oro alrededor del aro similar al fuego. El mismo diseño que tenía aquel anillo que Aegon siempre solía usar antes de enterarse Jacaerys se casó con Sara. Una bofetada invisible, echándole en cara antes él estuvo con Aegon y éste le correspondía.

Al pensar en la niñez, Aemond inmediatamente rememoró el dolor fantasma en donde debería estar su ojo izquierdo. Podía tolerar eso, pero la referencia a aquellos bailes en que el platinado por su discapacidad terminaba haciendo el ridículo tropezando, incluyendo esa ocasión en que no vió Jacaerys a propósito hizo chocar a Sara con él en su propia ceremonia de compromiso provocó que su sangre ardiera más fuerte que el aliento de su dragona. El rugido de Vaghar sobre la capital estremeció a Sara en su asiento e inquietó al resto de los invitados colocándose la mayoría en pie, al mismo tiempo que Aemond también se levantaba alzando uno de sus brazos, dispuesto abofetear a su sobrino.

De repente, Rhaenyra pegó un grito y Daemon abandonó su asiento, observando a Aegon pararse tan rápido que su silla cayó hacía atrás. En una milésima de segundo se adelantó más que su prometido, estampado su puño directo a la cara de su sobrino y lo empujó sobre la mesa, vociferando:

—¡NO TE ATREVAS A TOCARLO NI A DIRIGIRLE LA PALABRA, ¿ME OÍSTE?!

Jacaerys logró liberarse de un forcejeo y despegar su cabeza de la mesa, susurrando el nombre de Aegon mientras sostenía el lado de su cara golpeado. El grito de Lucerys advirtiendo a su hermano que se aleje fué ensordecido por el siguiente golpe de Aegon en el abdomen de Jacaerys, empujándolo lleno de cólera. Sara y Aemond reaccionaron simultáneamente alejando a su respectivo alfa, interponiendose a pesar de la rapidez con que todo escaló.

—¡Ya fué suficiente, príncipe Aegon!– Cregan golpeó la mesa, rodeando con sus brazos a su esposa nerviosa por la escena.

Alicent ordenó a unos sirvientes que se llevaran al rey alterado, la voz sin fuerzas del enfermo pedía que la escena se detuviera y se negó a irse ordenando a los sirvientes alejarse, apretando su sien sufriendo dolor. Rhaenyra y su segundo hijo fueron junto a Jacaerys, en vista la esposa del castaño palidecía sin entender cómo todo llegó a tanto, delante de su marido atenta por si Aemond fallaba en sostener con firmeza a Aegon.

—¡Es indignante que levantes la mano a quien sólo intentó hacer las paces! ¡¿No es así, padre?!– Replicó Rhaenyra recibiendo una mirada fulminante de Aegon.

—¡Cierra la boca y llévate a tu bastardo, hija de pu-!

—¡Aegon, vamos afuera!– Interrumpió Alicent, pues Daemon acariciaba el borde de Hermana Oscura con una sonrisa ladina. El rey adoptaba una posición agresiva, entonces la reina se alarmó muerta de preocupación por sus hijos.

—Nuestra hermana tiene razón– Repentinamente Aemond dijo sonriendo con dulzura, varios suspiraron aliviados hasta que continuó:– Mi sobrino no lo merecía, es un joven alfa inteligente, apuesto, y sobre todo, fuerte como su padre.

La sangre subió hasta la cabeza de Jacaerys. Antes no parecía dispuesto a defenderse, pero trás las palabras de Aemond, empujó a Sara y tanto Cregan como Lucerys se apresuraron a intervenir sosteniendolo a los costados.

—¡Deja que el rey se encargue! ¡Mira lo que hiciste a tu esposa, ten algo de respeto!– Rugió Cregan señalando a su hermana sollozando entre los brazos de Rhaenyra.

Aemond exhaló sus feromonas con Aegon, disipando un poco de la ira que traía acumulada su alfa y sostuvo el rostro ajeno, respirando hondo con el corazón acelerado. Los ojos lilas del mayor se posaron en el rostro del omega y acarició una de las mejillas contrarias, cerca de la cicatriz.

—Lo siento, lo siento...– Abrazó con fuerza al omega, besando la nariz y la frente de su amado. Un nudo en la garganta ahogó su voz, y enterró su nariz en el cabello ajeno, olfateando su aroma, sintiendo cada una de sus sedosas hebras en la barbilla.

Había cuestionado en voz alta la legitimidad de los hijos de su media hermana.

Viserys comenzó a gritar arrojando una bandeja de plata llena de fruta en dirección a la espalda de Aegon y acabó desmayandose en los brazos de su esposa luego que la reina lo enfrentara, pero las expresiones frías de Rhaenyra y Daemon dejaron en claro que no permitirían fuera olvidado. Mientras Alicent ayudaba a acomodar a su marido en la silla, el rey entre su débil estado ordenaba un juicio y que su segundo hijo fuera hasta entonces encerrado hasta entonces en su aposento, los demás estuvieron en un tenso silencio apenas interrumpido por los sollozos de Sara.

La ropa del primogénito de la reina se manchó con miel y rebanadas de frutas mientras apretaba a Aemond entre sus brazos.

—Estaré bien, no te preocupes...

—No permitiré que te hagan daño– Declaró el omega en un susurro en el oído del alfa, el cual se estremeció sorprendido por la determinación de Aemond. Vió los ojos lilas y al ver su seguridad, su corazón se aceleró y sus nervios se esfumaron, aún luego que los guardias lo sostuvieron escoltandolo a su aposento donde fué encerrado en completa oscuridad.

The Golden King and His Queen "One Eye"  Where stories live. Discover now