Lauren, saliendo del trance, se dirigió a la puerta, pero se le doblaban las piernas mientras bajaba la escalera. La achacó al análisis de sangre que se habían hecho esa mañana, aunque sabía que era mentira.

Cuando llegó a su lado tuvo que hacer un esfuerzo para encontrar la voz. La luz del sol iluminaba su pelo café, suelto por primera vez. Tenía una melena preciosa, larga y lisa... unas pestañas larguísimas, unos ojos cafés hermosos y unos labios de pecado.

—Hola, Lauren.

Ella tuvo que hacer un esfuerzo para mirar a su hermanastra, que parecía disfrutar de su estupefacción.

—Ah, hola. Gracias por todo, Mani.

—De nada. ¿Qué te parece?

Lauren devoró a Camila con la mirada, desde el pelo brillante a las uñitas de los pies, pintadas de rosa. ¿Cómo había podido creer alguna vez que era una mujer sosa? ¿Estaba tan ensimismada que no había visto que había una mujer bellísima frente a ella?

Aparentemente, sí.

—Este búngalo es uno de mis favoritos —siguió diciendo Normani.

—Es muy agradable, sí —murmuró Lauren, sin dejar de mirar a Camila.

—Genial. Bueno, yo tengo que irme. Tengo una cita esta noche con la otra madrina. Nos vemos mañana.

—Adiós, Mani, y gracias otra vez —se despidió Camila.

—De nada. Lo he pasado muy bien.

Lauren observó el coche alejándose por la carretera de la playa y luego se volvió hacia Camila, maldiciendo los meses de celibato tras la muerte de su padre. A pesar de lo que dijeran las revistas, no había estado de humor para acostarse con nadie. Por muy furiosa que estuviera con su padre por haberla dejado fuera de la dirección de la empresa, seguía echándolo de menos.

Camila, con unas sandalias de tacón alto que realzaban sus piernas, se dirigió hacia la casa con un montón de bolsas en la mano.

—Espera, deja que te ayude.

Lauren tomó las bolsas y las llevó al dormitorio que había elegido para ella. En realidad, había menos bolsas de las que esperaba. Su futura esposa no parecía querer llevarla a la ruina.

Camila entró tras ella y miró alrededor. Su ropa de estilo conservador no decía a gritos «estoy disponible» como ocurría con muchas chicas en el club. Pero había una sutil sensualidad en cómo el vestido acariciaba sus curvas. Pues bien, el beso de la noche anterior en el restaurante había sido como un tsunami... y eso antes de ver a su futura mujer así.

La deseaba. Mucho. Pero había prometido aceptar la condición de no mantener relaciones sexuales hasta que ella cambiase de parecer.

Y, maldición, Lauren se enorgullecía de ser una mujer de palabra.

Pero esperaba que Camila cambiase de opinión cuanto antes. Claro que no lo haría antes de la boda. Y, a juzgar por el cansancio que había en sus ojos, se quedaría sin novia si intentaba seducirla esa noche.

—Mi dormitorio está al otro lado del salón —dijo con voz ronca.

—Muy bien.

Si quería dormir esa noche mejor que la noche anterior tenía que salir de allí y no imaginar a Camila desnuda en la bañera. Con ella a su lado.

—¿Dónde están tus gafas?

Ella arrugó la nariz.

—Pues... la verdad es que no las necesito.

—¿Y por qué escondes unos ojos tan bonitos detrás de unos cristales?

No tenía sentido. Las mujeres que Lauren conocía mostraban sus encantos descaradamente. Incluso pagaban buen dinero por hacer que esos encantos aumentasen de tamaño.

—Aprendí hace mucho tiempo que era mejor no llamar la atención. Las personas creen que las mujeres guapas son tontas y, además, están disponibles.

—¿Y tú no lo estás?

—No, por el momento no.

—Y no lo estarás hasta que nos hayamos divorciado.

—Exactamente.

La seguridad que había en su tono despertó una alarma. ¿No sería heterosexual? ¿Explicaría eso que nadie la hubiera visto con una mujer? En South Beach vivían muchos homosexuales como heterosexuales. ¿Sería ésa la razón por la que se había ido a Florida? Porque mudarse a seis mil kilómetros de su casa sólo para ver un sitio en el que había estado su padre de joven...

No, Camila no era heterosexual. No había imaginado la atracción que había entre ellas ni el brillo de sus ojos cuando la besó.

Y quería besarla otra vez para demostrar su teoría.

Pero no lo haría. Aún no.

Aunque sus hormonas la estaban volviendo loca.

Debía olvidar el champán, las velas y la cena que le había pedido a Normani que organizara en el porche. No, Lauren necesitaba un sitio lleno de gente y de ruido. Una distracción. Cualquier cosa menos una cena íntima.

—Vamos a cenar fuera esta noche. ¿Estarás lista a las diez?

—Pero Normani me ha dicho que había llenado la nevera —comentó Camila, sorprendida.

—Sí, es verdad.

Camila se echó la melena hacia atrás y los músculos del abdomen de Lauren se pusieron tan tensos como si hubiera pasado los dedos por su piel.

—Yo prefiero posponer el numerito hasta mañana, si no te importa. Sé que tendremos que hacerlo tarde o temprano, pero es nuestra primera noche aquí y estoy agotada. Mani es una máquina de comprar. Y si alguien ha prestado atención a nuestro itinerario, esperarán que queramos estar solas.

Sí, iba a ser una noche muy larga.

—Muy bien, elige lo que quieras de la nevera y mételo en el microondas, yo voy a correr un rato por la playa. Volveré dentro de una hora.

Y entonces Lauren hizo algo que no había hecho nunca: salió huyendo de una mujer.


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Perdón la demora, se me ha ido la semana tan rápido y he estado tan ocupada que se me ha olvidado actualizar. Espero que el capítulo les haya gustado. 

The ProposalWhere stories live. Discover now